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Estudio Bíblico (XXIX). Los libros históricos (X): Esdras

Viernes, 13 de Marzo de 2015

La experiencia del exilio en Babilonia resultó especialmente traumática para los judíos y no sorprende que, como señalamos en una entrega anterior, la Biblia judía – nuestro AntiguoTestamento – concluya con el anuncio del final del exilio. La división cristiana de esa primera parte de la Biblia se centra más en un orden lógico e incluso, en buena medida, cronológico.

​Esa circunstancia explica que, tras el segundo libro de las Crónicas, aparezca Esdras, la obra de un escriba desterrado en Babilonia que comienza su relato precisamente con el edicto del rey persa Ciro que autorizaba a los judíos a regresar a su solar patrio (c. 1). No se trató, sin embargo, de tarea fácil aquel regreso que encabezó un judío de estirpe davídica llamado Zorobabel. A pesar de la ayuda del rey persa y de que se pudieron colocar los cimientos del templo de Jerusalén (c. 2) – símbolo de la nación arrasado por los babilonios tal y como habían advertido los profetas – la oposición no fue pequeña. Merece la pena detenerse en este aspecto porque encierra lecciones eternas. Los que deseaban detener el propósito de Dios utilizaron varias tácticas. Una fue la aparente alianza con el pueblo de Dios. En apariencia, también estaban dispuestos a colaborar en la edificación del templo (4: 2). Tal acción encerraba, sin embargo, un propósito claro, el de impedir que el culto al único Dios verdadero – y sólo a El – regresara a la tierra de Israel. Los pactos siempre exigen cesiones por ambas partes y, en este caso, la ayuda material se habría traducido en concesiones espirituales que habrían comprometido el monoteísmo estricto que enseña la Biblia. Como era de esperar (4: 3), Zorobabel y los judíos se opusieron a semejante pacto ecuménico porque eran conscientes de sus peligros. La verdad no admite cesiones ni negociaciones – quizá por eso en política es tan poco común – y la respuesta de Zorobabel fue la adecuada.

Cuando los habitantes de la tierra vieron que no podían controlar la situación mediante un pacto con los judíos recurrieron al uso del terror (4: 4). No debería sorprender que así fuera porque se trata de algo que vemos una y otra vez a lo largo de la Historia. Si no pueden acabar con una persona, intentan intimidarla. Con aquellos pobres exiliados, la táctica del miedo dio resultado. Durante los reinados de Ciro, Darío, Asuero (Jerjes) y Artajerjes, los judíos dejaron detenidas las obras del templo y es que la libertad para ser conservada exige no poco grado de valentía.

De aquella situación – que como todas las malas sólo podía deteriorarse más – sólo salieron los judíos al verse sacudido por el mensaje profético de Hageo y Zacarías (5: 1). Una vez más, el profeta cumplía con su misión que no consistía, como se suele creer, tanto en anunciar el futuro como en presentar a sus contemporáneos la realidad tal y como la ve Dios. La respuesta de los judíos fue la adecuada. Reconocieron que la situación en que se encontraban era sólo fruto de sus propios pecados (5: 12), pero confiaron en Dios para proceder a la reconstrucción. Fue precisamente entonces cuando Esdras y sus acompañantes llegaron a Jerusalén desde Babilonia (c. 7). Esdras era un conocedor de la Torah (7: 6) y era consciente de que sólo ésta podía llevar a los judíos a su restauración nacional.

No deja de ser significativo que para Esdras resultara impensable la reconstrucción del pueblo sin que antes reconocieran sus errores y se apartaran de conductas que les habían causado notable daño como eran los matrimonios interconfesionales (c. 9). Un planteamiento semejante puede causar cierta perplejidad en la actualidad, pero Esdras se movía sobre el firme terreno de la experiencia histórica que presentaba casos como el de Salomón al que, como tuvimos ocasión de ver, las mujeres habían apartado del culto exclusivo a Dios. Con el cónyuge se comparte no sólo el lecho y la vivienda sino toda la existencia y si no se puede compartir algo tan esencial como la fe el resultado será trágico en la inmensa mayoría de los casos. En una primera generación, implicará graves problemas para el que cree; en la siguiente, quizá el apartamiento de la verdad por parte de los hijos además de la pérdida de identidad. Es cierto que, al final, no todo Israel es Israel y sólo queda un remanente (9: 15), pero ese remanente debe caracterizarse por ser fiel hasta las últimas consecuencias aunque éstas impliquen sacrificios privados no poco dolorosos. La alternativa es la desaparición.

Las lecciones derivadas del libro de Esdras son de enorme actualidad. Primero, hay que ser enormemente precavidos con aquellos que pretender acercarse, pero que, en realidad, tienen su propia agenda. Dejarse enredar por ellos siempre tiene fatales consecuencias. Segundo, no hay restauración sin arrepentimiento. Tercero, los frutos del arrepentimiento no dejan fuera nuestra vida privada sino que la incluyen de manera primordial. Han pasado más de dos milenios y medio y el mensaje de Esdras conserva toda su actualidad.

Lecturas recomendadas: Los intentos de edificar el Templo (c. 4); reaccióny reedificación del Templo (c. 5); la reforma de Esdras (c. 9).

CONTINUARÁ:

Los libros históricos (X): Esdras

 

El Evangelio de Marcos

El Reino vs. la religión (III): Marcos 2: 18-22

En las entregas previas ha ido quedando de manifiesto que la predicación de Jesús se centró en el Reino de Dios – no una organización, no una confesión religiosa, no un orden jerárquico – y también como esa predicación del Reino de Dios choca frontalmente con los que pretenden monopolizar a Dios e imponer su visión como la única que permite acceder al Señor. Una de las maneras en que se realiza semejante conducta de forma preferencial es mediante obras y ceremonias que, aparentemente, son meritorias, pero que, en realidad, no sólo carecen de valor alguno sino que además se interponen entre Dios y los seres humanos. El episodio de Marcos que aparece a continuación va en esa dirección.

Los discípulos de Juan y de los fariseos estaban convencidos de que la verdadera espiritualidad estaba conectada con prácticas concretas. Si se asumían esas prácticas, se estaba en el buen camino y si no se asumían, sencillamente se iba por muy malas sendas. Una de esas prácticas era el ayuno como práctica de mortificación. Semejante visión sigue presente en algunas confesiones religiosas de manera que puede comprenderse lo que pensaban los fariseos y los seguidores de Juan. Si los discípulos de Jesús no ayunaban… menudo maestro tenían. O como dirían otros: ¿qué clase de religión es esa donde no hay ni imágenes ni santos?

 

La pregunta tiene su lógica porque para la persona que cree que la religión puede salvar resulta incomprensible que no se sigan las prácticas de su religión que es la que salva. Si no se siguen, lo único que puede deducir es que se encuentra ante gente herética y desencaminada. Claro que ese es su punto de vista y muy diferente es el de Jesús. El punto de vista de Jesús es que el Reino constituye una realidad totalmente diferente que en nada se parece a lo que cree esa gente religiosa. El Reino es como la celebración de unas bodas. El novio ha llegado y, de la misma manera que sería una estupidez ir a un banquete de bodas y no comer, es absurdo dejar pasar la alegría del Reino para someterse a prácticas de mortificación. Me consta que existen grupos católicos que todavía siguen prácticas como las de colocarse un cilicio o ponerse chinas en el zapato a fin de sufrir y ofrecer ese padecimiento a Dios. no deseo ofender a nadie, pero semejantes conductas nacen directamente del paganismo y nada tienen que ver con la enseñanza de Jesús que anuncia la inmensa alegría del Reino y la liberación de conductas religiosas como ésas. Por eso, los discípulos no podrían ayunar mientras Jesús estuviera en medio de ellos y sólo si les fuera quitado tendría sentido (v. 20).

Esta actitud de Jesús tiene sus paralelos en el mundo en que vivimos y siempre con malas consecuencias como señalan los versículos 21 y 22. Ambos se han explicado de maneras diametralmente opuestas. Para algunos, Jesús estaría diciendo que la enseñanza de los fariseos – novedosa en relación con la Torah – estaba echando a perder y rompiendo la enseñanza de Dios (eso parece indicar el texto paralelo de Lucas 5: 39). Para otros, Jesús señalaría que su predicación nueva iba a acabar con los viejos moldes porque no podía ser de otra manera. Ambas interpretaciones encierran, en el fondo, la misma lección: el mensaje del Reino no es compatible con una religiosidad que considera que debe asumirse la mortificación y que cree en las obras meritorias. El Reino es pura gracia y precisamente porque es un regalo de Dios absolutamente inmerecido exuda alegría, tanta como la que se supone que debe haber en un banquete de boda. Cuando se pretende encerrar ese Reino en los estrechos márgenes de una religión jerarquizada y mortificada, el resultado es terrible porque el Reino no cabe en tan asfixiantes límites y porque la religión reacciona no pocas veces con violencia ante un mensaje que la desborda y que, tarde o temprano, la rompe. Los ejemplos históricamente son, desde luego, muy numerosos. Con todo, lo importante no son los precedentes sino la decisión que debemos adoptar cada uno de nosotros: ¿nos quedaremos con la inmensa alegría del Reino de Dios surgida de la gracia inmerecida de Dios o abrazaremos la religión que nos enseña que mediante la mortificación podemos comprar el cielo?

CONTINUARÁ:

El Reino vs. la religión (IV): Marcos 2: 23-27