Se trata de un aspecto secundario porque lo verdaderamente importante no es la transformación facial sino el hecho de que pretende solicitar asilo en Suiza a fin de eludir sus responsabilidades por el golpe nacionalista perpetrado en Cataluña. En circunstancias normales, Suiza extraditaría a Ana Gabriel y aquí paz y quizá justicia. Sin embargo, hace no poco que, en algunas áreas, se dejó de vivir en la normalidad y precisamente por ello la señorita Gabriel tiene buenas posibilidades de escaparse de rendir cuentas. Para comprenderlo hay que retroceder al año 2012 cuando fue detenido en España un empleado de la banca helvética llamado Falciani poseedor de un listado en el que figuraban más de cien mil evasores fiscales en Suiza. Los nombres de los consignados en la lista Falciani fueron publicados en todas las naciones de la Unión Europea salvo España. En ocasiones, Montoro puede pasarse la ley de protección de datos por lugares poco honrosos de la anatomía, pero, en otras, su discreción supera a la del sigilo del sacramento de la penitencia. Sabido es que no ha habido manera de arrancarle los nombres de los beneficiados por su amnistía fiscal y, de forma semejante, ha resultado imposible conocer los de la parte española de la lista Falciani salvo alguna escasa filtración a la prensa. Con argumentos discutibles, España rechazó extraditar a un Falciani que había causado un daño pavoroso a la banca suiza. Como al final sólo Dios es eterno y donde las dan las toman, ahora Ana Gabriel cuenta con dos bazas espléndidas a su favor para quedarse tranquilita en Suiza. La primera es el asesoramiento de Oliver Peter, un defensor de terroristas de ETA, que ya ha mojado la oreja más de una vez a los abogados españoles en tribunales extranjeros – la última hace unos días – y la segunda es la compasiva caridad de Montoro hacia Falciani. Quizá la causa de ese cambio angelical de faz experimentado recientemente por Ana Gabriel se deba a la evocación tiernamente dulce de dos nombres: Falciani y Montoro.