Sobre el papel porque, como yo insistía, en realidad, la deuda pública supera el ciento treinta por ciento del producto interior bruto convirtiendo a España en una nación técnicamente quebrada. Esa realidad se intentaba cubrir con proclamas triunfalistas, con publicación sesgada de datos y con silenciamiento o burla de los que señalaban que el ministro de Hacienda no es que fuera en pelota como el emperador del cuento sino que había dejado la economía nacional a los pies de los caballos. Pues bien, ya no se puede ocultar más la realidad. La ministra Calviño ha decidido levantar el tupido velo que cubría la totalidad de la deuda y que se sepa la verdad que tanto se intentó ocultar. Ignoro cuál habrá sido en el fuero interno de la señora Calviño la razón de adoptar esta medida, pero se me ocurren dos muy concretas. La primera es que, en septiembre, el Banco Central Europeo dejará de comprar el cincuenta por ciento de la deuda pública y en diciembre, se acabarán las adquisiciones en un cien por cien. En otras palabras, el pufo colosal creado por Montoro y su nefasta política no podrá sostenerse y sobre España va a caer la pared de ladrillos casi de golpe y porrazo. Lógicamente, la señora Calviño intentará que la culpa del desastre no se la achaquen a ella sino a Montoro y es comprensible. La segunda es que la España arruinada por la política fiscal de Montoro va a tener que pedir ayuda a una Unión Europea que ya ha anunciado que se acabó incluso para la maltrecha Grecia. El descubrimiento de las malandanzas de Montoro del que se disparaban pestes en Bruselas a la primera de cambio puede ser un paso inteligente para decir que ya no se recurrirá a su contabilidad de birlibirloque, a sus trucos de tendero que pone el dedo en la balanza y a su incompetencia manifiesta y que, por primera vez en más de década y media, la contabilidad nacional será seria. Dios se apiade de Calviño porque con las cuentas de Montoro al descubierto cabe esperar lo peor.