Curiosidades aparte como la de que un astronauta se ocupe de la ciencia o un twittero que ha hecho carrera a la sombra de un político del PSOE acabe de ministro de cultura, no resulta difícil bosquejar un cuadro de lo que le espera a la sufrida piel de toro. En primer lugar, el gobierno está concebido para dar la sensación de solvencia ante una Unión Europea que, en otoño, tiene que decidir si sigue comprando la deuda española como en los últimos años o deja a España a merced de los pecados de un incumplimiento reiterado del límite del déficit y un endeudamiento público impagable. Tanto el ministro de Asuntos exteriores como la ministra de Hacienda son la baza de Sánchez para convencer a Bruselas de que son más formales y cumplidores que en la época de Montoro y para esperar que cuele. En otras palabras, puesto que la economía está prendida con alfileres a ver si en Europa los sujetan. En segundo lugar, con un panorama en el que, presumiblemente, van a subir los impuestos y a aumentar el desempleo, Sánchez ha optado por sumergirnos en la ideología de género de hoz y de coz. No sólo es que tenemos que creer como dogma de fe que un gobierno con mayoría de mujeres y homosexuales es muy superior a otro con mayoría de varones heterosexuales – hay que tener las gónadas en el cerebro para creer en majaderías semejantes – sino que además sufriremos un ataque tras otro a la libertad para imponer la ideología de género hasta a la hora de ir a evacuar. En otras palabras, hacia fuera se tratará de engañar a las autoridades europeas para que sigan comprando una deuda imposible ya de pagar y hacia adentro de adoctrinar a la sociedad en el nuevo evangelio que intenta satisfacer, como señaló en su día el izquierdista norteamericano James Petras, no a los millones de desempleados sino a un dos por ciento de población marginal. Bien es verdad que constituye la excusa para que los progres se sientan bien y gasten el dinero de los contribuyentes. ¿Qué sucederá con los nacionalistas vascos y catalanes? Se gastará mucho y no se arreglará nada. A la vuelta de cien días – o antes - hablamos.