No era yo optimista sobre el desenlace porque sabido es que, a medida que pasan los días, sólo queda esperar lo peor. Sin embargo, uno se aferra a la esperanza de que aún siga alentando una vida tan tierna. Ya sabemos sin duda que está muerto y las pesquisas policiales y una ulterior detención recaen sobre una mujer del ámbito familiar. En otras palabras, a la vida segada en temprana edad se sumará ahora la injuria de la ideología de género. Si Gabriel hubiera sido Gabriela, inmediatamente el delito habría sido clasificado como violencia de género y las calles estarían llenas de liberadas del tema señalando, como recientemente lo hacía Carmena, que los hombres llevamos en nosotros el ADN de la violencia. Sin embargo, Gabriel era varón y ninguna de las personas que viven de la ideología de género con el dinero que Montoro nos saca de los bolsillos organizará actos de ese tipo. Si se confirma que quien le dio muerte es una mujer pagará una pena que será la mitad de la que pagaría si el niño hubiera sido hembra y quien lo mató, hombre. Y, por supuesto, la presunta asesina gozará de unos beneficios procesales – como la presunción de inocencia – de los que se despojó a los hombres hace años con la desalmada legislación de género que existe en España. Pero no acaban ahí la indignidad y la injusticia. Gabriel era un niño y no figurará en las listas de violencia doméstica porque está vedado totalmente incluir a varones o a mujeres cuya vida quebró otra mujer. No sólo es que la ley sea inicua, es que el comportamiento social es criminal. Porque los desaparecidos en España superan varios millares al año. Son muchos más que las víctimas de la denominada violencia de género y, mayoritariamente, tienen un final peor. Pero nadie hará nada por ellos y no lo hará porque no hay partidos, ONGs o demagogos varios que puedan sacarle dinero o beneficio electoral. Pobre niño Gabriel. Descanse en paz.