Viernes, 19 de Abril de 2024

Cándido o la estafa de RETAR (Capítulo IV)

Lunes, 8 de Febrero de 2016

En esta vida que le ha sido dado vivir a los humanos “debajo del sol” suceden acontecimientos que, se quiera o no, obligan a la reflexión. No sólo eso. Incluso obligan a pensar que existe un ámbito situado “por encima del sol” que influye de manera decisiva en el ubicado más abajo.

Permítanme proporcionarles dos clases de ejemplos en apariencia contradictorios, pero, en realidad, de la misma naturaleza. En ocasiones, se da la circunstancia de que una persona es objeto de una llamativa bendición, pero la misma acaba convirtiéndose en raíz de todas las desgracias. Tampoco resulta extraño que se produzca el fenómeno opuesto, es decir, el de aquel que cree encontrarse frente a una desgracia y aunque, objetivamente hablando pueda resultar innegable el carácter lamentable de su situación, vea cómo se convierte en vía de escape de futuras y abundantes desventuras e incluso en canal de notables e indescriptibles alegrías. Algo así fue lo que le sucedió a Cándido apenas se vio de regreso en el país donde vivía su exilio.

Ya dejamos referido en el capítulo anterior cómo su experiencia en el campus literario le deparó sensaciones más que diversas. Por un lado, había estado la alegría inmensa de volver a ver a sus padres, de pisar de nuevo las calles de su ciudad natal, de encontrarse con gente que lo seguía desde hacía tiempo y a la que encontró conmovedoramente encantadora. Por otro, se había topado con la tristeza continua al ver la falta de profesionalidad, la pereza y el desdén por el trabajo bien hecho de la gente de RETAR. Finalmente, había experimentado la compasión por personas como Magdaleno Ortiz o el propio Miguel Díaz incapaces de escapar de aquella red que habían creado o en la que habían caído. Mientras regresaba a la nación que lo había acogido, Cándido se preguntaba cómo iba a conciliar todos aquellos sentimientos, en apariencia, tan contradictorios. ¿Sería posible que, en algún momento, la gente de RETAR cambiara? Por ejemplo, ¿llegarían aceptar algo tan elemental como que no existe disculpa para no hacer bien las cosas? ¿En algún momento, Miguel Díaz sería capaz de escuchar algo que no fueran lisonjas y alabanzas? ¿Podría darse la circunstancia de que Daniel Díaz dejara de tener una responsabilidad para la que – saltaba a la vista – no servía o, al menos, lo acompañara alguien con la competencia necesaria? En otras palabras, las emisiones de Radio Solitaria podrían, con los baches habituales, desarrollarse adecuadamente, pero ¿qué sucedería en otros ámbitos? Por ejemplo, ¿sería realista repetir un campus literario como el pasado? Rosario, sin duda, volvería a hacerlo bien, pero ¿se podía someter a los asistentes a un tormento parecido en lo que a las condiciones hoteleras se había referido? No hubiera pretendido Cándido tener respuestas para todo aunque lo habría deseado. Sin embargo, finalmente y de la manera más inesperada para él, la gente de RETAR - o ¿fue más bien la Providencia? - se las brindó.

Cuando se encontraba en su nación de origen, Daniel Díaz ya había comentado a Cándido que le enviaría a la mayor brevedad el dinero del crowdfunding y del campus literario. Se trataba de algo lógico porque Cándido seguía realizando los pagos y, tras más de un año, aquel peso se había convertido en insoportable. Sin embargo, en contra de lo dicho, de lo afirmado, de lo prometido y comprometido, Daniel no entregó a Cándido ni un solo un céntimo. Sí que le envió unos cálculos que hubieran sorprendido por igual al cabalista más avezado y a un competente contable. Tenían que ver aquellos números con el campus y describirlos resultaría, seguramente, harto prolijo. Baste decir que las famosas cuentas del Gran Capitán eran el colmo de la transparencia y de la honradez comparadas con las que ahora RETAR le pasaba a Cándido. Absolutamente sorprendido, Cándido vio cómo Daniel Díaz había ido acumulando una serie de gastos que restaba de los ingresos del campus. En primer lugar, estaban los relacionados con el hotel de RETAR donde había transcurrido la mayor parte del encuentro. Pasmado, contempló Cándido que, a pesar del pésimo servicio, los precios que RETAR había fijado al alojamiento en aquel lugar eran los propios de un establecimiento de tres estrellas. A decir verdad, incluso más. Así, deslizando la mirada por aquella contabilidad atrabiliaria, Cándido reparó en que el coste del hotel al que habían tenido que trasladarse – y que merecía el nombre de tal – había sido más económico que el de RETAR. El cómo podía darse semejante circunstancia cuando RETAR ni pagaba a los trabajadores ni los tenía asegurados – y quizá tampoco compraba los alimentos ya que le eran regalados para fines sociales por distintos mercados y almacenes – constituía un misterio que Cándido no se sintió capacitado para desentrañar.

Todavía más hondamente perplejo se quedó Cándido al observar el número de comidas que RETAR pretendía atribuir al fugaz paso por otro de sus inmuebles, antaño altivo enclave, donde el servicio no había sido mejor que en el hotel perdido. Las colaciones también habían sido calculadas a precio de mercado, pero de mercado caro y profesional, precisamente siendo esta una característica que no se daba nunca en las actividades de RETAR. Al fin y a la postre, lo que quedaba de manifiesto examinado aquellos números era que RETAR pretendía cobrarse – y cobrarse bien generosamente - todo lo que había prometido aportar. En otras palabras, no sólo no aportaba nada, como, por otra parte, constituía su conducta habitual, sino que además se había aprovechado de las circunstancias para realizar un pingüe negocio.

En otras palabras, imagínese el inteligente lector – y reconoce el autor de estas líneas que es mucho imaginar - que Sinatra hubiera estado cantando gratis y pagando a la orquesta durante un año en una sala de fiestas de Las Vegas con la promesa de que se quedaría con la mitad de la publicidad. Sin embargo, el propietario del local habría ubicado todos los anuncios justo antes y justo después de las intervenciones de La Voz de tal manera que el “viejo ojos azules” no hubiera percibido un céntimo. Cuando, cansado de perder dinero, Sinatra hubiera dicho al dueño de la sala de fiestas que se marchaba, éste le habría propuesto como compensación proporcionarle un salón más grande que sería gratis y entregarle toda la recaudación de la semana. Sin embargo, tras haber deleitado a los asistentes con sus canciones, Sinatra se hubiera encontrado con que el estafador del mundo del espectáculo que llevaba defraudándolo meses realizaba un cálculo en el que sumaba una cifra astronómica por el alquiler del local, otra no menos disparatada por las consumiciones, una tercera fabulosa por conceptos varios y, al final, le decía a La Voz que le correspondían menos de mil dólares. ¿Increíble? Si en el caso de Sinatra y de Las Vegas, pero no en el Cándido porque eso fue precisamente lo que RETAR hizo con él.

Se frotó los ojos Cándido como si así pudiera despertarse de una pesadilla de codicia y descaro, pero los números volvieron a aparecer ante su vista, testarudos e inverosímiles. La gente de RETAR había hinchado desmesuradamente unos gastos sobre los que nunca había hecho la menor referencia antes y los había descontado de los ingresos del campus. En otras palabras, lo que, originalmente, iba a ser su primera aportación al coste de un programa que le proporcionaba no pocos beneficios se convertía en un jugoso negocio. Pero no terminaba ahí todo. En aquella maraña de cifras, RETAR no incluía un solo gasto de Cándido y además el resultado final – ingresos menos gastos - lo dividía por dos asignando, eso sí, una de las dos partes resultantes a Cándido. De manera prodigiosa, unos ingresos que superaban a los treinta mil dólares dejaban una aportación a Cándido de poco más de mil. Pocas veces se habrá realizado una operación con tanto beneficio marginal porque hasta los gastos los cobraba RETAR como beneficios.

 

Es posible que Cándido se hubiera indignado tras ver aquello, pero lo cierto es que no tuvo tiempo. No lo tuvo porque leyó en la comunicación que le había enviado Daniel Díaz que RETAR tenía además la intención de quedarse con la mitad del dinero recaudado mediante el método de crowdfunding. Es cierto que este fraude resultaba, numéricamente hablando, menos importante que el del campus. Sin embargo, a Cándido le dolió infinitamente más. Porque no se trataba de un dinero del que RETAR se apoderara sin el menor derecho. No, era mucho más que una cuestión monetaria. Lo que RETAR pretendía perpetrar era un flagrante delito de estafa. Durante semanas, se había invitado a la gente a realizar donaciones, en general modestas, para financiar el programa que durante meses había costeado Cándido. Pues bien, tras reunirse el dinero con esa finalidad, RETAR pretendía quedarse con la mitad para sus propios fines.

Lo que vino a continuación fue un intercambio de correos electrónicos entre Cándido y Daniel Díaz en los que el primero no reclamó el dinero – no era una cuestión de líquido – sino que, primero, indagó acerca del por qué de aquella conducta y, después, comunicó, de manera tajante, que no tenía la menor intención de tolerarla. Las respuestas de Daniel Díaz – crecientemente irritadas y rezumantes de mala educación – fueron causando en Cándido un profundo estupor. En una de ellas, intentó justificar la apropiación señalando que RETAR tenía muchos gastos en sus “obras de África”. La respuesta de Cándido fue que si RETAR tenía que financiar sus obras en África, no tenía el menor inconveniente en que convocara un crowdfunding con esa finalidad, pero que, apropiarse de un dinero donado con otro objetivo, revestía todo el aspecto de ser un delito de estafa. En otra, Daniel acusó a Cándido de no valorar el trabajo de la gente de RETAR, un argumento cuando menos peculiar porque los esclavos de la ONG realizaban, por regla general, sus funciones tarde, mal y nunca y, puestos a valorar, resultaba chocante que el hijo del fundador no pensara en considerar siquiera mínimamente el trabajo de Cándido.

Todos estos mensajes enviados por Daniel Díaz iban además servidos en una salsa de grosería y prepotencia tan desagradable que acabó provocando en Cándido una respuesta directa, aquella que señalaba que si Daniel hubiera sido un empleado suyo lo habría despedido por la sencilla razón no sólo de que era un incompetente absoluto sino, sobre todo, de que se trataba de una persona incapaz de comportarse con la mínima educación imprescindible. Con el paso de los años, Cándido – hay que reconocerlo – soportaba cada vez menos la falta de educación y el hijo del fundador, tal y como señalaban todos los indicios, no la había recibido jamás ni siquiera en su forma más elemental. Así, cuando Daniel le comunicó que no seguiría comunicándose con él y que dejaba todo en manos de su padre, Cándido experimentó un sentimiento de alivio.

 

Que Miguel Díaz no era, precisamente, un ejemplo moral era una conclusión a la que había llegado Cándido en el curso del campus literario. Sin embargo, a pesar de todo, lo consideraba lo suficientemente inteligente como para no cometer estupideces. Durante toda una temporada, su radio, Radio Solitaria, había tenido un programa de notable audiencia sin que le costara un céntimo y además embolsándose la publicidad que se emitía inmediatamente antes y después. Por añadidura, la promoción que había significado la presencia de Cándido y la perspectiva de otras actividades habría llevado a cualquier persona con un mínimo de sal en la mollera a intentar limar asperezas, salvar distancias y llegar a un acuerdo. Pero para comportarse así habría que poseer una flexibilidad que, de haberla tenido alguna vez Díaz, había naufragado mucho tiempo atrás en océanos de pastosa adulación y pantanos de sumisión absoluta.

Cándido se escuchó a si mismo soltando una carcajada estruendosa mientras leía el email de Miguel Díaz. No sólo lo insultaba con vehemencia sino que además lo amenazaba con recurrir a acciones legales si no retiraba las afirmaciones que había formulado en el entrecruce de correos con Daniel. En aquellos momentos, Cándido podía haberse irritado, indignado, enfadado. No fue así. De repente, Miguel Díaz se le presentó en toda la rotundidad de su ridiculez o en toda la ridiculez de su rotundidad. Acostumbrado a que nadie osara contradecirle, a que todos agacharan las orejas ante el sonido de su voz, a que su palabra se convirtiera en ley, había reaccionado como la fea orgullosa cuyo horrendo cutis es comentado por alguien o el necio ignorante cuya estupidez queda expuesta suavemente por un erudito. Había explotado Miguel y, al hacerlo, había provocado, sin pretenderlo, un estallido de risa de Cándido.

Con la sonrisa iluminándole el rostro, Cándido respondió de inmediato. No tenía la menor intención de pedir disculpas por nada de lo que había escrito a Daniel y no retiraba una sola palabra. A otros los asustaría Miguel con sus baladronadas, pero Cándido – cuya cabeza había pedido algún presidente de gobierno y cuya vida transcurría en el exilio – no se encontraba entre ellos.

Al poco, le llegó un nuevo email. Díaz, por supuesto, pretendía quedarse con todo el dinero – ya no sólo el cincuenta por ciento – pero, a cambio, se decía dispuesto a pagar a los colaboradores del programa cuyos modestos emolumentos había cubierto totalmente Cándido hasta la fecha. Si aquel ofrecimiento se lo hubieran planteado tan sólo dos meses antes, incluso uno, Cándido lo habría aceptado con toda seguridad. Pero ahora… ah, ahora, era sabedor de la carencia de escrúpulos que mostraba Miguel Díaz cuando se trataba de dinero que no era suyo y sobre el que no tenía el menor derecho de manera que sólo podía rechazar aquella eventualidad. Y es que Cándido ya no hubiera sido cándido sino un perfecto estúpido, un tonto de capirote, un majadero incorregible si hubiera confiado lo más mínimo en la palabra de Miguel Díaz. Hasta para él habría resultado excesivo. No. Volvió a reiterar Cándido lo que ya había señalado a Daniel varias veces: hasta el último céntimo tenía que ser devuelto a los donantes del crowdfunding. Lo contrario sería una estafa.

Pensando en lo que le había escrito Miguel Díaz exigiéndole que se disculpara, Cándido había entrado en una fase de carcajadas incontenidas. No es que no se esforzara en controlarlas. Lo intentaba una y otra vez, pero, cuando pensaba que lo había conseguido, se le escapaba la risa al recordar el tono pomposo, ridículo y vanidoso del fundador de RETAR. Divertido por primera vez desde que había comenzado todo, Cándido comenzó a prepararse un té. Aunque la situación era lamentable, el hecho de que tanto Daniel como su padre estuvieran dando muestras de aquella inmensa necedad no dejaba de parecerle cómico. Al fin y a la postre, por apoderarse de unos miles de euros a los que no tenían derecho alguno, estaban dispuestos a perder el único programa de audiencia importante que había tenido Radio Solitaria, un programa que no les había costado un solo céntimo. Sospechaba Cándido que la radio aquella iba a estar a partir de ahora más solitaria que nunca… y todo ello por no hablar de otros proyectos que RETAR había lanzado por la borda por un despliegue tontilón de codicia.

No pudo Cándido dejar de recordar en aquellos momentos la sabia máxima clásica que afirma que cuando Dios quiere perder a alguien, previamente lo vuelve loco. Daba la sensación de que, efectivamente, el Altísimo deseaba privar al soberbio creador de RETAR de algo que no merecía y que además había sido incapaz de valorar desde las negras profundidades de su indescriptible engreimiento. Daba la sensación de que, como antaño había hecho con el faraón a fin de liberar al pueblo de Israel, el Señor había tocado el corazón de Miguel y Daniel Díaz para que se comportara como un necio colosal. Y, al pensar en ello, Cándido se sintió repentinamente ligero y pensó que Miguel Díaz, por supuesto sin quererlo, le había abierto la puerta para salir de una situación que no veía con claridad y, al pensarlo, experimentó una sensación de libertad difícil de describir. Mientras vertía el té en una taza grande y blanca incluso se permitió musitar una melodía y acompañarla con un ligero movimiento de pies que, vagamente, recordaba a unos pasos de baile.

 

Por supuesto, a Cándido no se le ocultaba el conjunto de problemas que derivaban ahora de su relación – felizmente pasada – con RETAR. Nadie hubiera podido decirle que pasaría con el programa que ya no se emitiría por Radio Solitaria, que sucedería con el dinero que había que devolver hasta el último céntimo a los donantes del crowdfunding, que acontecería con su biblioteca que permanecía almacenada en uno de los innumerables inmuebles propiedad de RETAR. Así era ciertamente, pero Cándido no se sentía infeliz, desgraciado o amargado. Más bien todo lo contrario.

En el curso de aquellas horas, Cándido – que notaba como su corazón se esponjaba de manera creciente gracias al fresco aliento de la libertad recuperada - escribió varios mensajes a Magdaleno Ortiz. Lo hizo con cierto pesar adelantado porque tenía la absoluta convicción de que Miguel Díaz y su hijo Daniel jamás reconocerían una equivocación y, por lo tanto, arrojarían sobre el infeliz Magdaleno todo el peso de la culpa relacionada con el reciente desenlace. No atribuirían a su codicia, a su soberbia, a su falta de educación, la pérdida de todo sino que buscarían a un tercero para convertirlo en responsable del enorme desaguisado. La china le iba a caer a Magdaleno, pero con la misma contundencia que habría tenido de ser el mismísimo Peñón de Gibraltar. Sí, uno de los grandes perdedores iba a ser el pobre Magdaleno…

Aquel mismo día – después de que le anunciaran que Radio Solitaria dejaba de emitir su programa – Cándido se despidió del voluntarioso técnico y de Magdaleno dándoles las gracias por el trabajo de los meses anteriores. Luego envió un email a Magdaleno diciéndole que podía contar con él para lo que necesitara. La respuesta de Magdaleno fue que no veía salida fuera de RETAR y Cándido lo creyó porque sabía desde hacía ya mucho tiempo que era un desdichado esclavo sin fuerza ni aliento para sacudirse las cadenas. ¿Cuántos como él no había en este mundo? ¿Cuántos sacerdotes no siguen en el seno de una orden religiosa a pesar de que ya no creen casi nada simplemente porque no sabrían vivir fuera? ¿Cuántos políticos no continúan en una actividad que les repugna íntimamente porque ya no recuerdan – si es que alguna vez lo supieron – como llevar una vida honrada? ¿Cuántos hombres y mujeres siguen manteniendo, muchas veces deslealmente, relaciones destructivas sencillamente porque les aterra volver a ser libres? Se preguntó Cándido si no sería ese el caso también de Miguel, Daniel y Magdaleno. Quizá Miguel hubiera querido ser otra cosa, no tener que depender de RETAR para llamar la atención y sentirse importante, recibir respeto y consideración en lugar de miedo y temor, pero… pero si alguna vez sentía esa tentación tendría que reprimirla con todas sus fuerzas porque fuera de RETAR no era, objetivamente hablando, nada. Quizá también Daniel hubiera deseado llevar otra vida; no verse condenado toda su existencia a empujar cada minuto por los raíles puestos por su padre; respirar con un poco de independencia para él y su familia, pero… pero si en alguna ocasión el deseo lo zarandeaba, lo estrangulaba porque, en el fondo, sabía que no servía para nada medianamente útil y que sólo tenía el puesto que malservía gracias a que era el hijo de Miguel Díaz. Quizá igualmente Magdaleno soñaba en alguna ocasión en aquella época en que había realizado una labor profesional creativa, en que amaba y era amado, en que sus pensamientos eran propios y no impuestos por otro, pero… pero si en alguna ocasión aquellas remembranzas retornaban las apartaba de si casi airado porque le aterraba abandonar RETAR y ser libre. Pensó en todo ello Cándido y se dijo que, verdaderamente, eran dignos de lástima. Sin embargo, a pesar de lo ya sabido, Cándido ignoraba lo poco, realmente poquísimo, que sabía de RETAR y, por encima de todo, ni se imaginaba todo lo que iba a averiguar en los días venideros. Pero a eso nos referiremos en el próximo capítulo de esta real y provechosa historia.

 

CONTINUARÁ

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