La realidad es que Israel es una nación de Oriente Medio en todos los sentidos; que, a pesar de que buena parte de la población es, como mínimo, agnóstica, la religión tiene un peso enorme en la legislación y que por los modales, las conductas e incluso los patrones sociales está más cerca de Egipto o Jordania que de Suecia o incluso Estados Unidos. Gett es una magnífica película donde precisamente queda de manifiesto la veracidad de lo que estoy señalando.
Viviane, una mujer israelí de mediana edad, desea divorciarse de su marido, es decir, que éste le entregue el guet, ese documento que, en algunas traducciones, se malvierte como certificado de repudio. Sin embargo, a pesar de que no le faltan razones, el tribunal rabínico ante el que presenta su causa – un tribunal con potestad civil, incluida la sancionadora – tolera cómo el esposo se niega a entregarle un guet que, al ser el instrumento formal para el divorcio, le permita recuperar la libertad y con ella intentar reconstruir su vida.
A lo largo de casi dos horas, la acción, encerrada claustrofóbicamente en una pequeña sala de vistas, nos lleva a un mundo legal y moral que no concebiríamos en la Europa de hoy, pero que no fue ni mucho menos mejor en la España de hace treinta y cinco años. Las ideas religiosas – sin duda, respetables – de unos profesionales de la religión tienen como consecuencia directa la desgracia de seres inocentes a los que se somete a una interpretación discutible de los preceptos divinos. Por supuesto, no les voy a desvelar el final de la película. Sí que me resisto a pasar por alto la manera en que la película aborda un tema sobre el que Jesús se definió y que, por ignorancia de la cultura judía, ha sido interpretado pésimamente dando lugar, por ejemplo, al disparate de afirmar que enseñó la indisolubilidad del matrimonio.
Según la interpretación tardía medieval – hasta bien avanzada la Edad Media, el divorcio fue lícito y normal en el seno del cristianismo tanto en occidente como en oriente, donde sigue existiendo – que ha persistido en el catolicismo, el matrimonio es una unión indisoluble ya que Jesús habría afirmado que el que se divorcia y se casa de nuevo comete adulterio. Algunos señalarían que existen excepciones a esa regla como el adulterio (Mateo 5: 32: 19: 9), pero que la norma general es la indisolubilidad. La realidad es que Jesús enseñó, fundamentalmente, sobre el guet – el certificado de divorcio – y lo que significaba, como en la película mencionada, no otorgarlo por razones personales.
En contra de lo que interpretan algunos, Jesús no señaló que el divorcio fuera una concesión de Moisés a la dureza del corazón de los hombres sino que el guet– el certificado de divorcio – lo era. El antiguo Israel, como la mayoría de las culturas, admitió en su seno el divorcio porque así lo ordenó Dios a Moisés. Lo consideraba una muestra de un fracaso, pero no por ello consideraba que era mejor condenar a dos personas a vivir juntas porque estaban unidas por un vínculo indisoluble. Ahora bien, por la dureza del corazón del ser humano, que no es proclive a un divorcio generoso y civilizado, la Torah contenía la disposición del guet. El certificado de divorcio tenía varias ventajas. Si existía una dote, obligaba a devolver ésta a la esposa con lo que no quedaba desamparada económicamente. Además impedía que el antiguo esposo se desvinculara de las obligaciones hacia los hijos. Finalmente, abría la posibilidad de que los cónyuges comenzaran una nueva vida. En general, debe decirse que la institución protegía a los más débiles en aquella sociedad, es decir, a los hijos y a la esposa. En otras palabras, era una barrera frente a las consecuencias de la dureza de corazón.
Naturalmente, había gente que procuraba abundar en su dureza de corazón mediante el mecanismo de no entregar el guet. De esa manera, no devolvía la dote, rehuía sus obligaciones e incluso se podía permitir aventuras sexuales por eso de que algunos judíos señalaban que la poligamia era permisible y no existía el adulterio masculino. Dicho sea de paso, es la posición que siguen manteniendo los judíos sefardíes en la actualidad. Jesús desmontó semejante conducta de plano. Por supuesto, lo ideal era que lo que Dios había unido no se viera separado por el hombre, pero, si se llegaba a esa dolorosa circunstancia, nadie debía evitar entregar el guet. Comportarse así implicaría no sólo manifestar una dureza de corazón – precisamente la que pretendía impedir el guet – sino también exponer al adulterio a la esposa abandonada y a cualquiera que se casara con ella ya que, al no haber recibido el guet, seguía casada y el que tiene relaciones sexuales con una casada comete un pecado de adulterio.
La excepción a esta norma se daría en aquellos casos en que, realmente, no es necesario entregar un guet, es decir, cuando no existe matrimonio real. Fue el caso de José que, temeroso de que María, la madre de Jesús, estuviera embarazada por haber fornicado con otro hombre, decidió repudiarla. No divorciarse entregándole el guet – no había aún matrimonio – sino repudiarla.
Recogí esta interpretación – que me parece clarísima cuando se conoce la normativa judía sobre el matrimonio – en mi libro Jesús, el judío y recuerdo habérsela comentado en el curso de una comida a dos amigos judíos. Los dos coincidieron conmigo en que las palabras de Jesús debían interpretarse de esa manera y que hacerlo de otra implicaba desconocer a lo que se refería. Uno de ellos incluso me comentó que había millares de mujeres en Israel que, en la actualidad, andaban suspendidas entre el cielo y la tierra precisamente porque sus esposos se habían negado a entregarles el guet. Semejante problemática era fácil de entender para un judío, pero en un mundo pagano donde el cristianismo se vio cada vez más invadido por la filosofía griega y el derecho romano se incurrió en el disparate interpretativo.
Jesús sólo puede ser entendido en su contexto judío y, al salir de él, la equivocación teológica acaba siendo colosal. La prueba está en que se puede interpretar una enseñanza sobre el guet como un precepto sobre la inexistente indisolubilidad del matrimonio – que se lo digan a los tribunales eclesiásticos que conceden nulidades como churros – o una referencia a una profecía de Ezequiel como una enseñanza sobre el bautismo. Pero, en fin, volvamos al inicio de todo esto. Procuren ver Gett. La película merece la pena.