En el caso del judaísmo, a pesar de que el Talmud está enormemente distanciado de las Escrituras y recoge, de manera fundamental, interpretaciones recopiladas a partir del siglo II d. de C., la referencia a la Torah ha significado su supervivencia y hasta hace relativamente poco tiempo la señal de identidad de los judíos como cultura. Sin embargo, su trascendencia no se ha limitado al terreno de lo religioso. Incluso para los judíos secularizados y agnósticos la relación con la Torah es difícil de romper siquiera porque sustenta y fundamenta las pretensiones de Israel a ocupar la tierra sobre la que ahora, tras casi dos mil años, se asienta su estado. Si la tierra de Israel - y no Centroeuropa o Sefarad o Argentina como pensó Teodoro Herzl - es el lugar natural para el asentamiento de los judíos la razón debe buscarse fundamentalmente en la promesa entregada por Dios a Abraham.
Sin embargo, la influencia de la Torah en el mundo extra-judío no ha sido menor. Ciertamente, ha modelado nuestro lenguaje cotidiano - ¿de dónde si no han surgido expresiones como cainitismo y chivo expiatorio, paraíso y plato de lentejas, diluvio y plaga bíblica por citar sólo algunos casos bien significativos ? - pero, a la vez, ha ido conformando una estructura mental que, siquiera parcialmente, se ha traducido en buen número de las características propias de la cultura occidental. Transmitida al Occidente pagano a través del cristianismo, sus líneas fundamentales de reflexión, pensamiento y enseñanza han ido impregnando de manera más o menos profunda el desarrollo de la cultura occidental. En la negativa a ver en la Naturaleza otra cosa que fenómenos naturales y no fuerzas divinas, en la crítica diseccionadora del poder para hallar en él lo que tiene de humano por debajo del ropaje de la propaganda, en la insistencia en imbricar valores éticos con los meramente rituales, en la confianza en que la historia cuenta con un desarrollo lineal y tiene sentido por más que los sinsentidos se acumulen e incluso en el concepto religioso que afirma que el ser humano sólo puede obtener su salvación por la muerte de alguien perfecto sacrificado en su lugar, el occidental de hoy en día no es heredero de Grecia y Roma sino de la Torah. Por el contrario, la atribución de virtudes mágicas a la tormenta o a las piedras, el culto al poder incluso en sus formas más groseras, la transformación de lo religioso en un mero ritual divorciado de la realidad cotidiana, la visión cíclica de la historia o la creencia en que la salvación espiritual deriva de los méritos personales resultan absolutamente opuestas a la Torah y hunden sus raíces en concepciones paganas previas a la aparición del cristianismo.
En ese sentido, no sólo el cristianismo y el islam, sino la lucha por los Derechos Humanos, por el respeto a la dignidad humana y por la libertad contra el poder hunden sus raíces en la savia de la Torah aunque ésta haya alimentado un tronco y unas ramas no específicamente judías. No es de extrañar por ello que a milenios de su redacción, incluso para aquellos que no son creyentes, la Torah siga siendo una luz para los que meditan en ella.
El Evangelio de Marcos:
El significado del Reino (II): Más que religión (Marcos 1: 21-23)
No deja de ser significativo que, tras describir el llamado de Jesús a los primeros discípulos, a continuación describa su entrada en una sinagoga. Se trataba de una sinagoga cuyos cimentos aún pueden verse en Capernaum o Cafarnaum justo debajo de los restos de otra que fue construida en el siglo IV. Dado que es más que posible que el año que viene, Dios mediante, realice un viaje organizado a Israel y que algunos de ustedes vengan es posible que la podamos contemplar juntos y recordar este pasaje. Pero no nos distraigamos Que Jesús fuera a una sinagoga era totalmente normal. A fin de cuentas y le pese a quien le pese, era un judío y resultaba lógico que acudiera a la misma. Sin embargo, Marcos no enfatiza ese hecho totalmente natural. Sí se detiene en algo en apariencia chocante: en la sinagoga había un endemoniado al que nadie había podido ayudar.
Con seguridad, en el seno de aquella comunidad circuncidaban adecuadamente a los recién nacidos, guardaban el shabbat, escuchaban las lecturas de la Torah, oraban, pero… pero no pasaba de ser una conducta religiosa y la mera conducta religiosa es absolutamente impotente a la hora de enfrentarse con problemas espirituales profundos. Si hay algo más que religión es difícil discernirlo en conductas como las ceremonias, los ritos o las fiestas. En apariencia, la gente está en contacto con Dios, pero ¿es así? Para saberlo hay que contemplarla en situaciones como las del endemoniado. Él, desde luego, seguía igual sin que nada de lo que se realizaba en esa sinagoga le sirviera de algo lo que lleva a pensar que allí sólo había religión. Pero el Reino de Dios significa más, mucho, muchísimo más. De entrada, significa la autoridad que viene del mesías, una autoridad bien diferente de la de los profesionales de la religión (v. 23), una autoridad cuyo efecto veremos la semana que viene. Pero, por entrar en el terreno práctico: tu que me lees, ¿vives la vida del Reino o simplemente tienes una religión?
Continuará: El significado del Reino (III): Victoria sobre el Diablo (v. 23-28)