Como consecuencia directa, un nuevo faraón decidió controlar el crecimiento demográfico de los israelitas mediante el exterminio de los niños varones a la vez que sometía al resto de la población a servidumbre (Ex 1). Sin embargo, uno de estos niños - al que sus padres depositan cobijado en una cestilla en el Nilo - no sólo se salvó sino que además fue recogido por una hermana del faraón que lo prohijó (Ex 2). Cuando el muchacho, que se llama Moisés, creció, no se identificó con su pueblo de adopción sino que se sintió solidario con el sufrimiento de sus verdaderos correligionarios. Incluso llegó a matar a un egipcio al contemplar como éste maltrataba a dos israelitas. Pero la solución violenta de Moisés no funcionó lo que constituye una lección no poco relevante. De hecho, los propios israelitas se lo censuraron – no parece tampoco que fuera gente muy dispuesta dejarse liberar - y Moisés se vio obligado a huir del país para escapar del faraón (Éx 2). En el exilio, Moisés encontró la ocupación de pastor, contrajo matrimonio con una joven llamada Séfora e incluso tuvo descendencia. Por cierto, ese hijo no habría sido miembro de Israel según la interpretación talmúdica que sigue una línea matrilineal, pero, tal y como aparece en la Biblia, por supuesto que lo era. El hecho de que su hijo se llamara Gerson recordando que era un forastero hace pensar que Moisés añoraba en aquellos años a los suyos aunque no parece que tuviera ninguna esperanza de volver a verlos.
Entonces aconteció un episodio que transtornó su vida y la de Israel. Mientras Moisés se encontraba guardando las ovejas de su suegro, contempló una zarza que ardía, pero que no se consumía. El fenómeno no era sino una manifestación de el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, el Dios que no puede ser representado, que había escuchado el clamor de los israelitas y había decidido liberarlos. Para esa misión había elegido a Moisés, un Moisés cuya reticencia tuvo que vencer y al que reveló que su nombre era Yo soy el que soy por lo que debía anunciar a los israelitas que Yo soy le había enviado a liberarlos (Éx 3). En el cumplimiento de esa misión Moisés contaría con la ayuda de su hermano Aarón que durante ese tiempo había permanecido en Egipto.
Si inicialmente los israelitas se alegraron de aquella noticia, cuando el faraón se negó a dejarlos marchar y además empeoró sus condiciones de vida, su entusiasmo desapareció. El texto señala que “no escucharon a Moisés por su consternación de espíritu y la dura servidumbre” (Éx 6, 9). Sin embargo, la resistencia del faraón tuvo como consecuencia directa el que Egipto se viera azotado por una sucesión ininterrumpida de plagas. Al agua convertida en sangre (Éx 7) sucedieron las ranas ; a éstas, los piojos ; a los piojos, las moscas (Éx 8) ; a las moscas, la mortandad del ganado ; al colapso de la ganadería egipcia, unas úlceras que afectaron a la población y, finalmente, aniquilando las últimas reservas del país y sus postreros deseos de resistir el granizo, la langosta y la oscuridad (Éx 10). El enfrentamiento no sólo había ocasionado terribles costes a Egipto sino que además implicó una ridiculización evidente de su politeísmo en la medida en que cada una de las plagas mostró la impotencia de una o más divinidades egipcias a la hora de cumplir con su misión. Posiblemente, el faraón seguía resistiéndose a aquellas alturas más por razones de prestigio que de verdadera utilidad. Sin embargo, cuando la población egipcia se vio asolada por una nueva plaga que afectó a los primogénitos - pero que no dañó a los israelitas que colocaron la sangre de un cordero sacrificado en el dintel de sus puertas - consintió en dejar salir a Israel (Éx 11-12).
No obstante, una vez que los israelitas se vieron libres el faraón se arrepintió de su decisión. Quizá pensaba que había capitulado cuando estaba a punto de cansar a su adversario o simplemente la idea de la derrota se le hacía insoportable. Fuera como fuese, el caso es que movilizó a sus fuerzas militares y salió en persecución de los israelitas con la intención seguramente de reducirlos o exterminarlos. El faraón logró alcanzarlos a la altura del mar de las Cañas, pero el resultado de la expedición de castigo no pudo resultar más nefasto. Los israelitas comenzaron a cruzar a pie enjuto una extensión que había quedado seca poco antes, pero cuando los egipcios se lanzaron en su persecución se vieron anegados por las aguas (Éx 14).
En los capítulos 16-19, el Éxodo narra el camino de Israel hasta el Sinaí donde Dios iba a entregar a Moisés la ley – la Torah - en virtud de la cual vivirían. Este conjunto de normas aparece recogido en los capítulos del 21 al 23 y contiene los denominados diez mandamientos (Éx 20) consistentes en 1. Tener un solo Dios rindiéndole sólo culto a él, 2. No hacer imágenes ni rendirles culto ; 3. No tomar el nombre de Dios en vano ; 4. Acordarse del día de descanso semanal que debía favorecer incluso a siervos, emigrantes y animales; 5. Honrar al padre y a la madre ; 6. No matar ; 7. No cometer adulterio ; 8. No hurtar ; 9. No levantar falso testimonio y 10. No codiciar ningún bien del prójimo. Asimismo en las disposiciones entregadas por Dios a Moisés se limitó la duración de la esclavitud a un máximo de siete años que debían ser seguidos por una indemnización del antiguo dueño (Éx 21), se incluyeron normas que castigaban los atentados contra la libertad, la vida y la integridad de las personas (Éx 21), se estableció la obligación de restituir en daños y hurtos, se incluyeron una serie de leyes humanitarias que iban desde la prohibición de oprimir a extranjeros o de prestar con interés a la proscripción de brujas o normas de carácter ecológico (Éx 22). Por último, los capítulos del 24-31 señalan las tres fiestas religiosas anuales que deben celebrar los israelitas y la manera en que tenían que fabricarse diversos objetos de culto como el arca del testimonio, la mesa de los panes de la proposición, el candelabro, el tabernáculo, el altar de bronce, etc.
Precisamente mientras Moisés estaba recogiendo la ley de Dios los israelitas decidieron fabricarse un becerro de oro (¿una referencia al buey Apis egipcio o a un animal sobre el que se posaba Dios supuestamente para ser adorado ?) al que rindieron culto (Éx 32). Aquel episodio significó la primera fractura de importancia entre Israel y el Dios que deseaba suscribir un pacto con ellos y fue asimismo ocasión del primer enfrentamiento entre israelitas en el que corrió la sangre.
Los capítulos 33-34 narran como el pacto entre Dios e Israel fue, no obstante, renovado y los 35-40 describen la construcción del tabernáculo con todos sus aditamentos. Al acabar el libro, Israel cuenta con una identidad espiritual, una normativa por la que regirse y sólo espera poseer el suelo en el que se asentara como pueblo.
Como lecturas recomendadas para comenzar a familiarizarse con el libro del Éxodo, podemos ver:
- Éxodo 1. La esclavitud de Israel.
- Éxodo 2. El fracaso y la huida de Moisés.
- Éxodo 3 y 4. El llamamiento de Moisés.
- Éxodo 11 y 12. La última plaga y la liberación de la Pascua
- Éxodo 20: 1-17. Los diez mandamientos
- Éxodo 40: 34-38. La nube guiando a Israel
El Evangelio de Marcos (III): la predicación del mesías-siervo (Marcos 1: 14).
Como ya señalamos la última semana, Marcos parece especialmente apresurado en el relato – más que Lucas o Marcos – y se comporta así porque desea llegar cuanto antes a la predicación de Jesús. ¿Cuál fue el mensaje de Jesús? A pesar de lo relevante de la cuestión si hoy sacáramos un micrófono a la calle es dudoso que hubiera mucha gente que dijera correctamente lo que Jesús enseñaba. Algunos dirían que fuéramos buenos; otros señalarían que hay que obedecer al papa; otros que siguiéramos a sus supuestos representantes; otros insistirían en que frecuentáramos los sacramentos e incluso no faltaría alguno que hablara sobre la revolución. Pero Jesús no predicó nada de eso. A decir verdad el núcleo esencial de su predicación dista bastante de todas y cada una de estas respuestas. Como el tema es de enorme relevante - ¿qué puede serlo más que la enseñanza del mesías-siervo? – dedicaremos a ello varias semanas. Adelantemos que Jesús predicaba tres cosas: 1. Que el tiempo se había cumplido; 2. Que el Reino de Dios se ha acercado; y 3. Que había que convertirse creyendo en la Buena noticia.
La primera afirmación resulta muy relevante porque Jesús estaba afirmando que no había que esperar más al mesías. Ya había llegado. No le faltaban razones para realizar esa afirmación. El patriarca Jacob había anunciado que cuando llegara el Shilo o mesías el cetro no estaría en manos de Judá, la tribu de la que salían los reyes de Israel (Génesis 48: 10). Semejante idea cuenta con paralelos en el judaísmo del Segundo templo. Por ejemplo, la gente de Qumrán abandonó su monasterio a orillas del mar Muerto y regresó a Jerusalén cuando accedió al trono Herodes el Grande. La razón muy posiblemente fue que pensaron que puesto que el cetro regio ya no lo tenía un miembro de la tribu de Judá sino un idumeo el mesías debía andar cerca. Al cabo de unos años regresaron a Qumrán, pero la idea flotaba en el ambiente. Y era lógico que así fuera porque no sólo Jacob sino también Daniel había dejado claro en su profecía de las setentas semanas que el mesías debía aparecer en una fecha situada a inicios del siglo I d. de C.
Jesús salió anunciando eso mismo. El tiempo se ha cumplido. No tiene sentido que el pueblo de Israel espere más porque, tal y como fue profetizado por el patriarca y por el profeta, éste es el tiempo. La afirmación era tremenda y encerraba en si verdades de no escasa relevancia. La primera es que Dios actúa de acuerdo con Sus tiempos. Es cierto que los seres humanos desearíamos que interviniera cuando lo deseamos – y lo hace no pocas veces – pero El es el Señor del tiempo y El interviene cuando así lo estima conveniente. La segunda es que, históricamente, incluso los que han afirmado seguir a Jesús han perdido la noción del tiempo de acuerdo con Dios. Han olvidado lo que significa la llegada del mesías y lo que implica que haya de regresar como señala no sólo la Biblia sino también algunos testimonios rabínicos recogidos en el Talmud. A decir verdad, es común que la gente haya perdido la verdadera noción del tiempo, el tiempo según Dios podríamos decir, y que por ello pierda también la perspectiva adecuada de las cosas. Proyectan su visión hacia las próximas elecciones, el final de curso o las siguientes vacaciones, pero esa visión del tiempo por lógica que pueda ser resulta pobre e inadecuada. Precisamente por ello, Jesús comenzó su predicación con ese anuncio. Cuando se es consciente de que el tiempo ha llegado se comienza a ver todo de manera diferente. Pero hay algo en ese tiempo mucho más importante todavía. De ello hablaremos Dios mediante la semana que viene.
CONTINUARÁ