Sábado, 20 de Abril de 2024

Estudio Bíblico XCII: Libros históricos (XV): Rut (IV): Final y principio (c. 4)

Viernes, 24 de Marzo de 2017

Tal y como quedó apuntado al final del capítulo 3, Booz se dispuso a cumplir con lo dispuesto por la Torah para poder tomar a Rut como esposa. La base de toda la situación descansaba en los preceptos de la Torah encaminados a mantener el patrimonio familiar.

No deja de ser chocante a día de hoy cuando los estados han decidido quedarse con lo poco o mucho que puedan dejar los padres a los hijos. En otras palabras, la institución familiar, atacada por todos lados, también es objeto de embestidas en el terreno patrimonial. Tras pagar impuestos toda la vida, por añadidura, los herederos corren el riesgo de perder todo o casi todo. Sin embargo, en la Torah, las normas buscaban mantener el patrimonio en el seno de la familia. Eso implicaba la existencia de una institución especial llamada el goel – redentor – que, efectivamente, redimía las propiedades de la familia. Sin embargo, no se trataba sólo de una cuestión económica. Implicaba también hacerse cargo de los miembros de la familia desprotegidos como podían ser viudas y huérfanos. Cuando Booz señaló que quizá otra persona tenía un derecho preferente al suyo, ésta respondió que no asumía el coste (4: 6). Entendámonos. Si se hubiera tratado simplemente de asumir la propiedad de las tierras, quizá le hubiera interesado, pero cargar con una viuda y su nuera… Booz, entonces, siguiendo la fórmula del zapato (4: 7-8), redimió la propiedad familiar, pero, por encima de todo, anunció que tomaba por esposa a Rut (4: 9-10).

Ese anuncio público fue inmediatamente reconocido por todos y aplaudido con deseo de bendiciones para la esposa (4: 11). No deja de ser interesante lo que leemos porque implica que la relación deseada por Dios es pública y dotada de compromiso. Por mucho que haya gente que no para de pregonar su inquina contra “los papeles”, la realidad es que el hecho de que la relación sea sometida a lo establecido legalmente en cada sociedad y tenga publicidad resulta indispensable para que hablemos de un matrimonio. Sin ese aspecto, puede haber muchas cosas – relaciones de hecho, concubinato, etc – pero no matrimonio. Como le señaló claramente Jesús a la samaritana, vivía con un hombre, pero eso no convertía a ese hombre en un marido (Juan 4: 16-18).

En segundo lugar, esa relación tiene finalidades que van más allá del sexo aunque lo incluyan. De esa relación de pareja se espera, de manera natural, que nazcan hijos, que sea una relación fecunda, que transmita la vida proyectándola hacia el futuro (4: 11), pero también que resulte una unión que añada buen nombre (4: 11). Cuando se examinan las actuales visiones de pareja con lo que aparece en la Biblia contemplamos que el abismo es inmenso y, sobre todo, desolador.

Hace unos días contemplé un video donde una mujer que pretendía ser cristiana se confesaba como lesbiana y señalaba que había tenido en el último año tres relaciones estables con tres mujeres distintas. Enfatizaba además que nadie debería poner límite al número de relaciones estables que se pueden tener al año. Habría que preguntarse por el grado de estabilidad que tiene una relación que dura unos meses, unas semanas o unos días, pero, en cualquier caso, una mujer que insiste en que nadie debería limitar el número de relaciones que se mantienen al año - ¿alguien lo hace? – y señala que ella tuvo tres parece un modelo de relación personal patético en relación con lo que vemos en la vida de Rut. Viuda, no se había considerado el centro del universo sino que había acudido a socorrer a otra viuda más desprotegida como era su suegra Noemí. Había trabajado honrada y laboriosamente en lugar de pretender vivir de otros. No había pensado en utilizar el sexo como un arma para enredar a un hombre deseable. Había puesto de manifiesto que su visión de la pareja pasaba no por reivindicar derechos sino por entregarse de manera desinteresada al ser amado. Incluso había aceptado que lo dispuesto en la Torah pudiera interponerse en sus propósitos. No deseo ofender a nadie, pero si tuviera que elegir entre la señorita del video – suponiendo que hubiera abandonado el lesbianismo – y Rut no dudaría un solo instante en elegir a Rut. Además, por añadidura, con una mujer como Rut habría la posibilidad de crear una familia donde no acabáramos sino que supiéramos que nuestra vida se prolongaría en los que vendrían tras de nosotros.

Ésa es otra de las grandes enseñanzas del libro de Rut. Nuestros contemporáneos no suelen tener visión de futuro. Intentan disfrutar el presente – de manera limitada, dicho sea de paso – y se niegan a ver el futuro entre otras razones porque sería un espejo en el que se reflejarían las consecuencias de sus actos y éstas aparecen como verdaderamente pavorosas. De esa manera, la gente se aboca a existencias estériles en casi todos los sentidos del término. No fue el caso de Rut. Los últimos versículos son, al respecto, más que reveladores. Booz, a pesar de ser un hombre ya mayor, tuvo un hijo con Rut (4: 13); Noemí vio alegrados sus últimos días precisamente porque era útil y querida en el seno de su familia (4: 14-17) y, sobre todo, la Historia seguiría entregando bendiciones a través de los descendientes de Rut y Booz (4: 17-22). Obed, el hijo de la moabita Ruta, engendró a Isaí y éste, a su vez, al famoso rey David del que acabaría viniendo el mesías. Cuando Mateo, un milenio después, trazó la genealogía del mesías Jesús – una genealogía masculina – destacaría, sin embargo, a la mujer Rut, a pesar de no haber sido judía (Mateo 1: 5).

En esta sencilla historia de amor, hemos tenido la ocasión de ver cómo el amor humano – cuando discurre de acuerdo al corazón de Dios – lleva la marca indescriptible de la Eternidad. No concluye al cabo de unas semanas o meses, a la espera del recambio; no se cierra sólo en un hombre y una mujer; no intenta enfrentar una tabla de reivindicaciones con otra… es algo llamado a unos frutos que van más allá de nuestra existencia mortal y que nos recuerda que el Amor es algo que procede del Dios que creó al hombre como varón y hembra, a Su imagen y semejanza y que puede derramar bendiciones durante generaciones. Y lo más bello es que ese amor sigue siendo posible a día de hoy de la misma manera que lo fue el de Rut y Booz en una época en que, como en la actual, “ todos hacían lo que les parecía bien” (Jueces 21: 25). Y ahora, ya podemos entrar en el Nuevo Testamento.

CONTINUARÁ

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