Sí, ya sé que hay sujetos que quieren quitar la estatua de Colón y que en Navarra han decidido suprimir el día de la Hispanidad y sustituirlo por unos chistularis que, al parecer, se identifican con los indígenas. pero lo cierto es que en esta gran nación creen en esa Hispanidad y piensan en expandirla de manera orgullosa al norte del río Grande donde hablan español más de cincuenta y cinco millones de hispanos sin contar los anglos que lo han aprendido. Al sur, por supuesto, la Hispanidad ni se cuestiona. En todo caso, se constata. En la época de Franco, se hablaba del Día de la Raza lo cual no dejaba de ser una de esas pomposas ridiculeces que tanto le gustaban al régimen. Y es que, a decir verdad, si hay algo que no es la Hispanidad es la raza. Tampoco es – aunque algunos se hayan empleado a ello incluso a sangre y fuego - la religión ni la política. Es la lengua española. En Estados Unidos, donde los reclusos de las cárceles están divididos por el color de piel sólo existe una excepción, la de los hispanos. Mulatos y cuarterones, blancos y negros, cobrizos o zambos todos son hispanos por el simple hecho de que todos hablan español. Sé que de mucho de esto no se dan cuenta en España donde los gobiernos de ciertas regiones persiguen la lengua común y dicen ser naciones distintas o donde se decidió no abrir un instituto Cervantes en Miami para no molestar a Fidel Castro. Sin embargo, la realidad es incuestionable. La Hispanidad, al fin y a la postre, se vive, sobre todo, fuera de España y ahí radica su fuerza. Son esos ecuatorianos que preguntan con toda razón qué falta les hace aprender catalán, esos argentinos que emigran a Madrid y no a Chicago, esos norteamericanos que presumen de superar a los gringos los que dejan de manifiesto que España no es un concepto discutido y discutible como pretendía ZP o como sigue diciendo Pedro Sánchez sino presente con pujanza palpitante en las aulas de los institutos de idiomas de todo el mundo aunque se la haya arrojado de las de Cataluña y las Vascongadas. Creo haber contado que hace pocos años, una institución extranjera dedicada a la enseñanza de su lengua me ofreció dirigir un departamento dedicado sólo a la docencia del español. La oferta era muy buena, pero la rechacé, fundamentalmente, porque me llenaba de vergüenza el contemplar que otra nación estuviera realizando una labor en pro de mi idioma que no llevaba a cabo el gobierno de mi país. Sin embargo, bien pensado, no importa tanto lo que pueda perpetrar este u otro ejecutivo. La Hispanidad no se basa en la leyenda rosada de la conquista – no se puede negar la terrible Inquisición, la desaparición de imperios indígenas o la explotación de los indios - ni en la negación de la realidad histórica motejándola de leyenda negra. Se sostiene no en mitos sino en una realidad de siglos con luces y sombras innegables cuyo mejor aporte es, sin lugar a dudas, la lengua española. Por eso, es un fenómeno extraordinario que ha existido antes y que seguirá existiendo, cada vez más vigoroso, no sólo después de que pase la pesadilla de los gobiernos españoles sino cuando todos nosotros sólo seamos polvo.