Ya tuve ocasión de hablarles de Traven y no puedo volver a El dios de la lluvia llora sobre México porque, en su día, se lo recomendé. Podría entrar en las Cartas sobre la conquista de México que escribió Cortés o incluso en ese libro maravilloso que es la Historia de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. Hasta se me ha pasado detenerme en la Historia de los indios del Yucatán de aquel asno con hábito que fue Diego de Landa. Gracias a este fanático clérigo se arrojaron a las llamas todas las obras de la literatura maya y perdimos ese tesoro y el de su lengua. Seguramente, pensó que hacía un bien a la Humanidad con aquel gesto. Lo que dejó es una muestra de la desgracia que siempre han representado para el género humano los que son como él. Al final y sin perjuicio de que puedan ustedes acometer cualquiera de esos sabrosos libros, he decidido quedarme con una de las novelas emblemáticas de la revolución mexicana. No son pocas, ciertamente. A diferencia de la guerra civil española, la revolución mexicana ha dado no pocas novelas buenas, imperecederas y, por añadidura, bastante humanas e imparciales. Algunas además han sido llevadas al cine.
Aparte de las que Traven dedicó al tema y de algunos clásicos, una de las mejores es La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes. El punto de arranque es la agonía del protagonista, Artemio Cruz, que, en su lecho de muerte, va rememorando lo que fue la revolución. El retrato carece de concesiones. Sin duda, mucha gente se apuntó a la revolución mexicana por causas nobles. La justicia, el deseo de defender su propiedad amenazada por los poderosos, el ansia de un futuro mejor para los hijos, la esperanza en una mayor libertad… A esos idealistas se sumaron los carreristas que soñaban con medrar o incluso los aventureros, delincuentes y desesperados a la espera de que a río revuelto algo pescarían. Artemio Cruz es uno de esos hombres. Con el paso de los años, los entusiasmos nobles de justicia y futuro se fueron mutando en aprovecharse de los beneficios derivados de todas las revoluciones y, en general, de todos los cambios políticos. Su cercanía a cruzar el umbral de la muerte lo va arrastrando en el recuerdo y diseccionando su vida de manera realista. Artemio Cruz combatió en las filas de la revolución, pero pudo haber pertenecido a la Falange y amoldarse al régimen de Franco; haber entrado en el PSOE en 1974 y mandado desde 1982; haberse afiliado al PP de Aznar para encontrar un pesebre en el de Rajoy o haber militado en el PCE en los sesenta para acabar dando en una concejalía de Podemos. Si su alma fue noble e idealista alguna vez no resulta fácil saberlo. Que en un momento cambiaron la nobleza que pudieran tener sus ideales por la mera conveniencia material sí que es innegable. Así sucede incluso en grandes gestas como fue la revolución mexicana. Y todo ello obliga a recordar la gran enseñanza de Jesús que nos recuerda aquello de ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?
Les incluyo una entrevista más que interesante de Carlos Fuentes.