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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Pablo, el judío de Tarso (XL)

Domingo, 17 de Septiembre de 2017

El segundo viaje misionero (XVI): las cartas a los Corintios (III): La primera carta a los Corintios (II)

El siguiente problema planteado por los corintios era el relativo a los alimentos sacrificados a los ídolos. En una ciudad como Corinto, era muy común que la carne procedente de los sacrificios se vendiera luego en la carnicería. ¿Podía consumirse ese alimento que había estado vinculado de manera tan estrecha al culto pagano? La respuesta del apóstol constituye un prodigio de delicadeza. El ídolo a fin de cuentas no era nada ya que sólo existe un Dios y un Señor (8, 1-6). No debía existir por lo tanto obstáculo para consumir esa carne. Sin embargo, existía un problema que no podía pasarse por alto:

 

7 Pero no todos tienen este conocimiento ya que algunos, habituados hasta ahora a los ídolos, comen como sacrificado a los ídolos, y su conciencia, siendo débil, es contaminada. 8 Lo cierto es que la comida no nos hace más aceptos a Dios: porque ni seremos más porque comamos, ni seremos menos porque no comamos. 9 Sin embargo, vigilad para que vuestra libertad no haga tropezar a los débiles. 10 Porque si te ve alguno, a ti que tienes conocimiento, que estás sentado a la mesa en el lugar de los ídolos, ¿la conciencia de aquel que es débil no se verá impulsada a comer de lo sacrificado a los ídolos? 11 Y, de esa manera, por tu conocimiento se perderá el hermano débil por el que el mesías murió. 12 De esta manera, pues, pecando contra los hermanos, e hiriendo su conciencia débil, contra el mesías pecáis. 13 Por lo cual, si la comida le resulta a mi hermano ocasión de caer, jamás comeré carne por no hacer tropezar a mi hermano.

(I Corintios 8, 7-13)

 

El problema de los alimentos sacrificados a los ídolos nos parece actualmente algo lejano y anacrónico. Seguramente es así. No obstante, el principio enunciado por Pablo conserva una enorme actualidad. En no pocas ocasiones, la persona que tiene una mayor formación teológica capta que determinadas conductas carecen de sentido y que no rigen ciertas prohibiciones. Sin embargo, el criterio de su conducta no debería ser, según Pablo, tanto su superioridad de conocimiento como el bien del otro. En el caso de lo sacrificado a los ídolos, los hermanos débiles podrían verse arrastrados a cometer actos contrarios a su conciencia contaminándose. Era cierto que un cristiano podía comer de todo lo que se vendiera en el mercado sin problemas de conciencia (10, 25), pero, vistas así las cosas, ¿no era mejor renunciar a algo a lo que se tenía derecho por el bien de alguien por el que murió el mesías? Pablo no planteaba la cuestión desde una especulación lejana. Por el contrario, su propia vida era un ejemplo de cómo siempre es mejor renunciar a derechos reales y ciertos si de esa manera no se pone obstáculo al avance del Evangelio:

 

1 ¿NO soy yo un apóstol? ¿no soy libre? ¿no he visto a Jesús nuestro Señor? ¿no sois vosotros mi obra en el Señor?... 4 ¿Acaso no tenemos derecho a comer y de beber? 5 ¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una esposa como hacen también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Pedro? 6 ¿O es que acaso sólo yo y Bernabé carecemos del derecho de no trabajar? 7 ¿Quién jamás peleó a sus expensas? ¿quién planta una viña, y no come de su fruto? ¿o quién apacienta el ganado, y no bebe su leche? 8 ¿Acaso recurro a un razonamiento humano? ¿No dice eso mismo la Torah? 9 Porque en la Torah de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Se preocupa Dios de los bueyes? 10 ¿O lo dice enteramente por nosotros? Por nosotros está escrito: porque con esperanza ha de arar el que ara; y el que trilla, con esperanza de recibir el fruto. 11 Si nosotros os sembramos lo espiritual, ¿es mucho que seguemos en lo material? 12 Si otros tienen sobre vosotros ese derecho, ¿no debe suceder todavía más con nosotros? Sin embargo, no hemos usado de ese derecho. Por el contrario, soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo. 13¿No sabéis que los que trabajan en el templo, comen del templo; y que los que sirven al altar, del altar participan? 14 Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio. 15 Sin embargo, yo no me he aprovechado de nada de esto, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes de que alguien me prive de esta gloria. 16 Porque si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme ya que se trata de una necesidad que me ha sido impuesta y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!... 18 ¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, lo haga gratis, para no abusar mal de mi derecho en el evangelio. 19 Por lo cual, siendo libre para con todos, me he hecho siervo de todos para ganar a más. 20 Me he hecho judío a los judíos, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) me he hecho como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; 21 y para los que no tienen ley, me he comportado como sin ley, como si yo fuera sin ley, (no porque esté yo sin ley de Dios ya que estoy en la ley del mesías) para ganar a los que estaban sin ley. 22 Me he hecho débil para los débiles por ganar a los débiles. A todos me he hecho todo, para que de todos modos salve a algunos. 23 Y esto lo hago por causa del evangelio, para participar en él.

(I Corintios 9, 1-23)

 

La posición de Pablo proporciona una de las claves de su carácter y también de su enseñanza. Lo esencial para el creyente ha de ser el facilitar a los incrédulos el conocimiento del Evangelio y el cuidar de los otros hermanos en la fe. Semejante compromiso implica renuncias a derechos totalmente legítimos. Sin embargo, esa pérdida no debería de ocasionar malestar. Todo lo contrario. Tendría que ser motivo de un orgullo legítimo, el que nace de saber cuáles son las verdaderas prioridades y de adaptarse a ellas.

A fin de cuentas, los creyentes en Jesús debían ser conscientes de que su ética no era la del mundo que los rodeaba. De ella quedaba excluida la idolatría (10, 7), la fornicación (10, 8), el tentar al Señor (10, 9), la murmuración (10, 10) y la participación en ceremonias paganas (10, 14 ss) y se caracterizaba fundamentalmente por el hecho de que “ya se comiera o se bebiera, o se hiciera cualquier cosa, todo debía hacerse para la gloria de Dios” (10, 31).

A continuación Pablo se ocupa de problemas relacionados con el culto. La primera cuestión es el atavío de las mujeres y su papel en la celebración. A diferencia de lo que sucedía en la sinagoga, Pablo – al que se suele acusar injusta e inexactamente de misógino – enseña que la mujer puede orar y profetizar en el seno de la comunidad cristiana (11, 4). No sólo eso. Aunque sabe que algunos pretenden que el varón es superior porque Eva fue creada para Adán, Pablo indica que podría llegarse a la conclusión opuesta si se piensa que los hombres nacen de una mujer. Ambas conclusiones empero resultarían erróneas ya que “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón, porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer, pero todo procede de Dios” (11, 11-12). El pasaje que indica una nueva visión de las relaciones entre hombre y mujer en el seno de la fe en Jesús encaja con las afirmaciones de Pablo cuando escribió a los gálatas y también con el ejemplo del mesías. No obstante, a Pablo no se le escapa la necesidad de guardar el decoro en las celebraciones y más en una ciudad donde las mujeres no destacaban por su honestidad. Se trataba de una cuestión sobre la que no estaba dispuesto a discutir, entre otras cosas porque la costumbre de las iglesias de Dios no era perder el tiempo con esas minucias (11, 16).

 

Más grave era la situación planteada por la Cena del Señor. Inicialmente, las primeras comunidades cristianas dieron a esta celebración un carácter comprensiblemente festivo y junto con la participación en el pan y en el vino tenía lugar una comida fraternal. El problema era que en Corinto la práctica había degenerado gravemente. Los más acomodados aprovechaban la ocasión para mostrar su mejor situación económica llegando a emborracharse mientras que los más humildes pasaban no pocas veces hambre (11, 21). A juicio de Pablo esto “no es comer la cena del Señor” (11, 20), sino una manera de “avergonzar a los que no tienen nada” (11, 22). El sentido de la cena del Señor era comer el pan y beber el vino en conmemoración de la última pascua celebrada por Jesús junto a sus discípulos hasta el momento en que regresara:

 

23 Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan; 24 y, habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria mía. 25 Asimismo, después de haber cenado, tomó también la copa diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre: haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria mía. 26 Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga.

(I Corintios 11, 23-26)

 

CONTINUARÁ

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