Por la mañana, tuve una entrevista en la radio; después un almuerzo coloquio con el club Rotario sobre el tema Lo que América se juega en Venezuela, a continuación una clase sobre cine israelí con los alumnos de la Escuela de cine – extraordinaria hora en que pude descubrirles un cine poco conocido, pero repleto de películas sugestivas que, en ocasiones, son muy criticadas por los lobbies judíos precisamente por su carácter realista – y a continuación vino una nueva entrevista. Pero el plato fuerte fue la conferencia que dicté en el Auditorio JBG de la Marroquín sobre el tema La Reforma y la libertad.
La asistencia era con reserva y eran precisas entradas previas. Más de una hora antes ya había comenzado a llegar gente, el lleno fue absoluto, el coloquio posterior se extendió animadamente durante una hora y, para remate, vino seguido por una multitudinaria firma de varios de mis libros. Las filas de lectores que esperaron pacientemente a que les dedicara mis libros resultaron conmovedoras y me recordaron tiempos anteriores en España. Al día siguiente, Eva Meléndez, la secretaria de Lasquetty – un verdadero prodigio de competencia a la que yo pondría a dar un master sobre cómo ser una secretaria perfecta – me informó de que esa noche me convertí en el invitado de la Marroquín que había firmado más libros a lo largo de la Historia. Era un motivo añadido de alegría, pero, con todo, debo recalcar que lo más interesante fue la exposición sobre la Reforma.
La Reforma implicó una inmensa inyección de libertad en un mundo caracterizado por el despotismo.
Frente a la esclavitud de tradiciones humanas no pocas veces derivadas del paganismo, la Reforma afirmó la libertad de regresar a la Biblia – “Sola Scriptura” - y, traduciéndola, la puso a la altura del pueblo común al que se le había hurtado durante más de un milenio.
Frente a la esclavitud de infinidad de prácticas procedentes del paganismo que habían desplazado a Cristo del centro del cristianismo, la Reforma afirmó “Solo Christo” y volvió a otorgar la libertad de que el cristianismo volviera a ser Cristo.
Frente a la esclavitud de ritos y ceremonias – de nuevo, el origen pagano no era raro – que insistían en que la salvación podía merecerse, ganarse, incluso comprarse mediante mecanismos como las bulas de indulgencias, la Reforma devolvió al pueblo el Evangelio de la “Sola gratia” que pone de manifiesto que la salvación es un don gratuito e inmerecido del amor de Dios que sólo puede recibirse a través de la fe.
Pero además la Reforma implicó la recuperación de una serie de valores bíblicos que implicaron la libertad de la ignorancia, de la pobreza, del despotismo y de la corrupción. Lo primero vino cuando ya en 1536 la Reforma creó la primera escuela obligatoria y pública de la Historia. Cierto, se puede ser católico, analfabeto y santo – como fray Escoba – pero no protestante y analfabeto. Que a día de hoy la aplastante mayoría de las cincuenta primeras universidades estén en naciones de sociología protestante es bien significativo. Sí, los españoles pudieron fundar la universidad de Lima – donde no se enseñaba el método científico porque Bacon era un hereje protestante – pero las primeras de América siguen siendo las fundadas por los puritanos: Harvard, Yale y Princeton. Mientras la América hispana sigue sufriendo hoy índices de analfabetismo vergonzosos – Cuba es una de las pocas excepciones – y sus universidades, como las españolas, siguen fuera del elenco de las más importantes, la Reforma marcaba una diferencia. Por eso no sorprende que la Revolución científica surgiera y floreciera en el mundo de la Reforma y estuviera ausente del de la Contrarreforma. Algunos datos son sobrecogedores. De 1901 a 1990, el 86 por ciento de los premios Nobel de ciencias fueron a parar a protestantes – 64 por ciento – y judíos – 22 por ciento. De manera bien llamativa, los judíos incluso obtuvieron esos Premios Nobel en países de sociología protestante, pero no católica. El mundo hispano es una buena muestra de esa plaga, auténtica maldición, que fue la Contrarreforma. Sólo cuenta con tres premios Nobel de ciencias – dos españoles, pero uno, Severo Ochoa, cuando llevaba años viviendo en Estados Unidos – frente a la aplastante hegemonía protestante. La Reforma fue una inyección de libertad de la ignorancia, esa que, en no escasa medida, sigue caracterizando a las naciones católicas dramáticamente.
También implicó la libertad de la pobreza. La Reforma recuperó la cultura bíblica del trabajo y la creación de una cultura financiera. El pobre Carlos III en 1783 intentó privar de su carácter deshonroso al trabajo, pero – me temo – no lo consiguió. De hecho, en España las madres siguen deseando para sus hijos “un trabajo donde no se trabaje” y la situación no es mejor en Hispanoamérica. Para el imperio español – que se desangró al servicio de un papado tan traidor como el obispado catalán – fue una desgracia no contar con esa cultura financiera aunque dispusiera de los metales preciosos de las Indias. El cardenal - ¡sí, cardenal! – Richelieu fue más inteligente que el rey de España y, de hecho, utilizó a banqueros protestantes. Seguramente, sus tropas no eran tan aguerridas como los Tercios, pero sus financieros eran mucho mejores y venció a España en la criminal y estúpida guerra de los Treinta años.
La Reforma también implicó la libertad del despotismo. Desde el principio, convencidos los protestantes de que los seres humanos tienden al mal, la idea de la supremacía de la ley y de la separación de poderes avanzaron a pasos agigantados. En el mundo de la Contrarreforma sucedió todo lo contrario. De entrada, se partía de la base de que el déspota que dominaba las conciencias con la hoguera y la tortura – el papa – era bueno. Lo mismo sucedía con reyes y emperadores. Así, cuando España se precipitaba en su ruina a mediados del siglo XVII al servicio de la traidora Santa Sede, los ingleses puritanos decapitaban a un rey despótico llamado Carlos I. De esa visión netamente protestante surgieron la libertad de las democracias y la constitución de Estados Unidos; de la visión despótica de la Contrarreforma han surgido a uno y otro lado del Atlántico déspotas de todo tipo que la gente aclama como redentores. Pinochet y Castro, Torrijos y Chávez, Morales y Perón, Franco y el Che son muestras diversas a la izquierda y a la derecha de esa creencia en el déspota providencial.
Finalmente, la Reforma también implicó la libertad de esos pecados veniales que son la mentira y el hurto. No nos gusta reconocerlo, pero las culturas católicas son increíblemente corruptas porque el hurto es un pecado venial que sólo molesta cuando alguien roba un dólar más que nosotros o somos la víctima y la mentira es considerado siempre como una faltilla. La prueba es que seguimos votando a los mismos corruptos y embusteros vez tras vez. Hay que ir a naciones de sociología protestante para encontrar carreras políticas destruidas por la mentira o ministros que dimiten por haber pagado un pañuelo con fondos de un ministerio. La diferencia, a fin de cuentas, reside en que mientras que hay gente común que roba toallas en el hotel, alcohol y algodón en un hospital o papel en una oficina, también existen políticos que echan manos de lo que tienen a mano que es el presupuesto. Y que no me digan que exagero. Personalmente, tuve que cerrar con llave mi despacho en COPE cuando vi que me robaban descaradamente – digo yo que se confesarían después – y en Es.Radio vi vez tras vez como había empleados que robaban el almuerzo a sus compañeros de trabajo. ¿Puede sorprender que un Pujol cualquiera que ha lavado el cerebro a casi toda una sociedad convirtiéndola en una de las más estúpidas y fanáticas del mundo tenga sólo entre Panamá y Belize más de tres mil millones de euros? Confieso que a mi no me sorprende y más cuando conozco el origen católico de su ideología y lo bien que se llevaba con los obispos.
La Reforma implicó una inmensa transfusión de libertad en un mundo esclavizado por la superstición, la crueldad, la barbarie, la represión, la ignorancia, el analfabetismo y el despotismo. A decir verdad, causa maravilla que lo pudiera hacer tan pronto y con tan pocas sombras cuando emergía de un universo de espesas tinieblas.
La gente que escuchó la conferencia lo comprendió a la perfección y las preguntas que se fueron sumando durante una hora permitieron entrar en otros aspectos como el arte, la música y un largo etcétera. Quedarme luego otra hora firmando y ver como se iban acabando los libros a un ritmo vertiginoso – por no contar el rostro de entusiasmo de la librera – constituyó un inmenso placer añadido.
Todavía al día siguiente, tuve otras dos conferencias más, pero no cabe duda de que habíamos tocado techo con esta exposición.
El paso por la Marro ha sido una oportunidad extraordinaria de encontrarse con una profesionalidad de primerísimo nivel, con una búsqueda de la excelencia académica de primerísima clase y con una competencia que sólo puedo calificar como perfecta. Me he referido antes a Eva Meléndez, la secretaria de Lasquetty, y es obligadamente justo que vuelva a hablar de ella. A lo largo de mi vida, he conocido secretarias de todo tipo. Incluso recientemente me he topado con una totalmente indecente que, tras no arreglar un problema con un billete de avión, tuvo la falta de vergüenza de enviarme, poco antes de salir de su despacho, el número de la agencia de viajes para que yo resolviera el embolado. El parecido entre una buena secretaria, incluso una discreta, y semejante cabestro es el mismo que, en términos de belleza, el que existe entre una Venus y Quasimodo, el jorobado de Nôtre Dame. La secretaria de Lasquetty es un más que sobresaliente modelo de profesionalidad, eficacia y amabilidad. Confieso que si tuviera dinero para costearme una secretaria, intentaría traérmela a los Estados Unidos y quitársela a Lasquetty. Esa mujer es además una especie de paradigma del viaje a Guatemala. La buena educación, la exquisita cortesía, el trato adecuado, la agenda bien pensada, la excelente elección de temas, la organización impecable y el magnífico ámbito académico es lo que contemplé en la Marro durante esos días. En resumen, lo que se supone que hay que encontrar no sólo en una universidad que busca la excelencia sino en cualquier operativo adecuado. Por cierto, nada más llegar a Miami, recibí una nota preguntándose si aceptaría formar parte del consejo asesor para las tesis doctorales de la Marroquín. ¿Qué piensan ustedes que respondí?
(FIN DE LA SERIE)