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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Mi Buenos Aires querido… (IV)

Jueves, 19 de Mayo de 2016
de La herencia del cristianismo, conferencias, hipódromos y un papa argentino

Imagino que a estas alturas de mis relatos sobre Buenos Aires habrá alguno que se pregunte que fui a hacer por aquellas tierras aparte de viajar. La pregunta es pertinente aunque deseo aclarar que el viaje de por si ya es suficiente razón como habrán ido comprobando los lectores. Pero sí, fui también a otros menesteres. Las resumo brevemente antes de detenerme en cuestiones más interesantes. En primer lugar, estuve presentando y firmando en la feria del libro de Buenos Aires mi libro La herencia del cristianismo – cuelgo una entrevista sobre él mismo – un acto más que grato en el que Guillermo Lousteau se volvió a consagrar como el paradigma de cómo debe presentarse un libro, en general, y los míos, en particular. Lousteau es un erudito extraordinario que examina aquello de lo que va a hablar, que tiene un conocimiento vastísimo, que ha sido además de ministro del gobierno argentino profesor en distintas universidades y fino jurista y al que estimó como amigo más que generoso y sobresaliente. Además lee los libros que presenta – no crean que están común – y los míos los entiende a la perfección lo que, personalmente, le agradezco mucho. Pilares también de la presentación fueron JUCUM, la editorial, y la Sociedad bíblica argentina que conserva, gracias a Dios, el espíritu de las primeras sociedades bíblicas, aquellas que buscaban, por encima de todo, que la Biblia llegara a todas las gentes, pura y sin adulterar, independientemente de su condición social. Ciertamente, en Argentina, la Sociedad bíblica continua realizando una labor de difusión de la Biblia auténticamente admirable.

Además de la presentación de La herencia del cristianismo, impartí conferencias sobre política internacional en distintos centros especializados incluida la universidad privada más importante de Buenos Aires, mantuve conversaciones prolongadas con medios diplomáticos y políticos y fui entrevistado, en relación con diversos temas y en varias ocasiones en radio y televisión. Todo ello unido a los contactos con medios editoriales convirtió el viaje en considerablemente fecundo y, Dios mediante, en semilla de futuros regresos a la Argentina. En medio de esa actividad que, en algún momento, pudo parecer frenético no dejé de disfrutar esa maravillosa ciudad y, a la vez, de enterarme de cuestiones más que interesante.

Por ejemplo, me detuve en los dos hipódromos – uno de ellos, club privado – que hay en Buenos Aires. El abierto a todo el mundo lo visité de noche. Para alguien que no ha ido a las carreras de caballos nada más que una vez y en el sur de la Florida, resultó una visita impresionante. Pero incluso más que el hipódromo me llamaron la atención las salas de juego que se albergan en su subsuelo y que me recordaron alguno de los túneles casi infinitos con que cuentan algunas estaciones del metro de Madrid. Pero, en lugar de baldosines blancos que se extienden hacia el infinito, lo que contemplé fue corredores más anchos cuya conclusión ni se adivinaba y a cuyos flancos se apegotonaban, una tras otra, sucesiones inmensas de máquinas tragaperras con gente arrojando, junto con las monedas, su esperanza de un futuro vacío. Por un instante, no pude evitar tener la sensación de que aquello era como una estación del Hades en que se condenaba a los jugadores a estar toda la eternidad dándole a la palanca a la espera de una sonrisa de la suerte que nunca se producirá. Seguramente, ése es el negocio del hipódromo y, también seguramente, hay gentes que se pasan allí horas enteras. Yo no pude soportarlo más de unos instantes. Aquella combinación de luces mortecinas, de miradas desvaídas y de máquinas chupadoras de porvenires se convirtió en asfixiante y me apresuré a marcharme.

El otro hipódromo era diferente quizá porque siempre fue un lugar de reunión de la aristocracia argentina. El amigo que me franqueó sus puertas me advirtió de que tenía que llevar corbata. Me señaló también que hubo una época en que no se permitía la entrada a los que llevaban chaqueta blazer, si bien ese rigor había desaparecido. Nos tardamos en descubrir que éramos casi los únicos que llevaban corbata en la sala desde la que se contemplaban las carreras. O tempora, o mores… Quizá tuvo lugar media docena de carreras en las que la gente apostó e incluso alguno gritó de lo lindo mientras los caballos se aproximaban a la meta. No consiguieron contagiarme su entusiasmo. Con todo, fue una velada más que grata. La conversación compartiendo una cena resultó inmejorable y teniendo en cuenta quienes eran los comensales no puede sorprender lo más mínimo.

Y llega el momento en que debo referirme al papa Francisco que, al fin y a la postre, es argentino. Personalmente, estoy convencido de que se encuentra en una posición más que incómoda que se ha ido convirtiendo en más difícil con el paso del tiempo. En Argentina, no pasa por la mejor época en lo que a popularidad se refiere. Su elección provocó que millares – quizá incluso decenas de millares – de católicos argentinos volvieran a ir a misa en una mezcla de orgullo patrio y retomada religiosidad. Esa ola llegó hasta que, en opinión de muchos, el papa recibió al presidente argentino Macri con cierta acritud, o, al menos, distanciamiento. Al parecer, bastó ese episodio para que se produjera una deserción de misa de gente que incluso, antes de la elección papal, eran asiduos. Me refirieron, por ejemplo, cómo en la visita a las siete iglesias – una tradición argentina de semana santa – este año era habitual ver parroquias en las que sólo había media docena de personas. Tengo la impresión de que también ha influido mucho el rumbo que ha seguido el papa en relación con ciertos asuntos causando el disgusto de muchos de los católicos más convencidos.

El fenómeno no se limita al país natal. Persona de múltiples relaciones me explicó en Buenos Aires como un sacerdote – español y millonario – que había visitado Argentina poco antes les había dicho a los comensales que el ochenta por ciento de los obispos españoles eran más que opuestos al papa Francisco. Ignoro en que basaba el acaudalado clérigo su opinión, pero basta ver algunas páginas católicas para percatarse de que sufren una confusión propia de los réprobos en el infierno. Mientras un sacerdote deja entrever que el papa Francisco yerra inmensamente, pero sostiene que no es algo tan grave porque no se trata de declaraciones “ex cathedra”, hay otro sacerdote al lado que se empeña en decir que el papa equivocarse, no se equivoca, pero que donde dice blanco, en realidad, quiere decir negro azabache. Por supuesto, tampoco falta el católico - ¡tan español! – que, como pasó con Juan XXIII o Pablo VI, le dice al pontífice el camino que debe seguir… y se queda tan pancho. Independientemente de lo que se piense de la iglesia católica como tal, debo decir que pocos panoramas conozco tan deprimentes desde una perspectiva espiritual como el de los católicos españoles desde los rojo tomate a los diabólicamente negros.

Que el papa Francisco es peculiar no alberga duda. Por ejemplo, a un pastor evangélico de Buenos Aires lo telefoneó un día para manifestarle sus condolencias porque, décadas antes, unos católicos habían quemado la carpa en la que su padre predicaba el Evangelio. De manera también llamativa, el entonces monseñor Bergoglio dio cabida en el edificio de la nunciatura a una entidad protestante para que desarrollara desde ella sus actividades. Incluso hay constancia fotográfica de cómo, en el pasado y antes de ser papa, solicitó a algunos pastores evangélicos que oraran por él lo que hicieron imponiéndole incluso las manos. La opinión de estos pastores sobre la naturaleza del sistema católico no ha cambiado, pero sí que señalan que el actual papa los trató siempre con una humanidad y un respeto que eran totalmente inusitados en una nación donde, como en tantas otras, los evangélicos fueron objeto de maltratos, persecuciones y discriminación social.

 

Francisco intenta dulcificar algo el sistema, pero las causas reales por las que fue elegido se han ido desvaneciendo y el descontento de fieles y jerarcas no se puede ocultar. Estoy seguro de que más de una vez tiene que echar de menos el bello Buenos Aires tan distinto de los enrarecidos aires de la Curia.

CONTINUARÁ

 

Y aquí les dejo el video de La herencia del cristianismo: dos milenios de legado que pueden encontrar en los enlaces que consigno a continuación

www.youtube.com/watch?v=p-a4zA5P62w

 

www.amazon.com

www.amazon.es y

 

http://www.mitiendaevangelica.com/la-herencia-del-cristianismo-9781576588048-022607001

 

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