Sun yat-sen pertenecía a una iglesia evangélica e intentó realizar un curioso injerto de los valores de la Reforma protestante en la Historia contemporánea china. La cultura bíblica del trabajo, la insistencia en la educación, la búsqueda de la ciencia o la limitación de poderes por parte del pueblo fueron algunos de sus énfasis. Fue la suya una vida difícil y, como tantos precursores, no llegó a ver la consumación de la tarea que inició con escasísimos medios, pero su huella resulta extraordinaria. De hecho, la influencia de Sun llegó a ser tan poderosa que Mao no se atrevió a desarraigarla e incluso la sumó al panteón de la China comunista.
Resulta más que interesante – me atrevería a decir que obligado - visitar su casa situada en la antigua rue de Molière y, sobre todo, contemplar la imagen canónica del sobresaliente personaje. La colección de objetos personales es más que notable y llama la atención, por ejemplo, la carta de Lenin apoyándolo. No, Sun no era comunista, pero la verdad es que su programa de liberación nacional era contemplado de manera negativa por las potencias imperiales como Gran Bretaña, Francia, Japón y los Estados Unidos. Cualquier cosa menos que China se pusiera sobre sus pies y desarrollara una política nacional independiente. Cuando se tiene en cuenta este aspecto se comprende mucho de lo sucedido en la China del siglo XX.
Con todo, de en medio de toda la colección, quizá pocas cosas llaman tanto la atención cómo la manera, dulce, romántica y, a la vez, práctica en que se presenta la relación con su esposa. La igualdad civil entre el hombre y la mujer fue una meta establecida por los revolucionarios chinos antes de Mao. Sin embargo, fenómenos como el actual feminismo y, en especial, la ideología de género son vistos como instrumentos de un programa extranjero e imperialista que pretende someter a las naciones a bastardos objetivos. Lo que otros presentan como nuevos derechos, es contemplado por los chinos como un peligroso engañabobos al servicio de élites despiadadas que sólo sueñan con provocar el desplome demográfico y con dominar a la masa amorfa restante. Si ayer, las potencias imperiales introdujeron en China el opio, hoy en día, pretenden inyectar a la sociedad china con la ideología de género y otras plagas semejantes. Por eso, en China la guerra de sexos no puede tener lugar alguno. Sun y su esposa fueron una pareja modelo, es decir, la unión de dos figuras que se amaban entrañablemente, que compartían una meta común, que construyeron una familia estable y que jamás se habrían enfrentado porque el hombre y la mujer existen no para combatirse sino para constituir entidades armónicas. Existe un aroma similar al del Hollywood de antaño en ese relato del matrimonio de Sun expuesto en su antigua morada. Puede que a muchos les parezca arcaico e incluso injusto. Los chinos, por el contrario, lo contemplan como la garantía de futuro de una sociedad, esa que ellos poseen y que Occidente, muy posiblemente, ya ha perdido aunque no se percate.