En el caso de China, resulta especialmente grata porque sin su conocimiento del chino hubiera estado perdido no pocas veces. Ha sido mi guía en Beijing, en Nanjing, ahora en Shanghai. Además se ha convertido en mi inestimable intérprete en el Tíbet o en Jarbin, por citar sólo dos ejemplos. Ahora es ella la que se empeña en que conozca el Bund, uno de los lugares paradigmáticos de Shanghai.
Hasta la rebelión Taiping, la sublevación de un chino que insistía en que era no sólo hijo de Dios sino hermano de Jesús, lo que ahora se conoce como Bund era un simple barrizal en que desembocaban calles rebosantes de personas. Con la sublevación Taiping, se elevaron las primeras casas de madera y aparecieron las primeras avenidas. Nadie planificó nada. Simplemente, como sucede tan a menudo a lo largo de la Historia, todo fue surgiendo. Y entonces llegó la guerra civil americana. El bloqueo impuesto por el presidente Lincoln sobre los puertos de la Confederación dejó a Europa sin el algodón sureño. A partir de entonces, el algodón tuvo que venir de China y el puerto de salida fue Shanghai. Antes de que acabara 1861, los comerciantes de algodón habían ganado más de tres millones de libras esterlinas. Luego vino el opio…
A medida que Shanghai se consagraba como la ciudad más importante de Asia, el Bund, la inmensa zona que bordea el mar, fue creciendo. Por supuesto, el gran impulso vino con las reformas de Deng Xiao ping. No voy a detenerme en la figura de Deng, pero, sin duda, se trata de una de las personalidades más geniales de la Historia china y, por supuesto, de la universal. Que lograra sacar del atraso y del sistema económico comunista a China sin sangre, sin revoluciones, sin guerra y con éxito incomparable, es algo prodigioso. Lo que es ahora China se debe a él aunque hay que reconocer que sus sucesores, incluido Xi, el actual presidente, han sido excepcionales. Si desde los años setenta, Occidente ha vivido una crisis de dirigentes políticos, China, por el contrario, ha ido experimentando la presencia de gente de creciente agudeza y eficacia. El Bund es una buena prueba de ello.
Los rascacielos que se alinean en las orillas son elegantes, gráciles, artísticos. Se diferencian así de los de otras urbes contemporáneas. Mi amigo, el embajador Mariano Caucino, me dice que Shanghai le gusta más que Nueva York y sospecho que el Bund es una de las razones. Es, desde luego, una razón sólida. Sin embargo, sin entrar en ese tipo de discusión, lo más importante del Bund es, una vez más, su carácter simbólico. El presidente Mao cuenta con su estatua, pero la magnífica escultura se levanta entre los rascacielos, a un lado, y los bancos, al otro. Sí. Ese es un aspecto esencial del Bund. Los bancos, nacionales y extranjeros, han regresado señalando la inmensa importancia del mundo financiero. Sin embargo, sobre todos esos establecimientos ondea orgullosa la bandera roja. China ha conseguido así algo que parece prodigiosamente imposible. Es una dictadura comunista, pero ha absorbido con excepcional inteligencia los entresijos del modelo de producción capitalista; sigue asumiendo a Mao como un personaje excepcionalmente positivo, pero no le duele desprenderse de su legado real en su avance hacia el futuro; presume de socialismo, pero ofrece un camino de prosperidad basado en el libre mercado y en la iniciativa personal y se enorgullece de los bancos, pero los tiene sometidos, aunque sean extranjeros, a los intereses nacionales. Ya he dicho en otra ocasión que no creo en la exportación del modelo de consumo – el político es otro cantar – de Estados Unidos. China, a diferencia de la gran potencia americana, no parece nada interesada en exportar su modelo, pero sólo Dios sabe qué sucederá en el futuro. En cualquier caso, Lara tenía razón. El Bund es digno de ser contemplado.
CONTINUARÁ