Dotado de un talento extraordinario – sus estudios universitarios en Estados Unidos y Asia han venido facilitados por becas concedidas por méritos personales y no por baremos demagógicos – doy fe de que se trata de alguien sobresalientemente aplicado, meticuloso y entregado a sus estudios. Mientras realiza su posgrado, incluso es requerido por empresas para redactar informes que tratan de temas tan complejos y especializados como la economía china. Y es que Michael habla, lee y escribe con fluidez el chino ya que realizó también estudios universitarios en ese país. El día de mañana, el departamento de estado y otras entidades oficiales estarían encantadas de contar con él y lo mismo sucede ya con empresas transnacionales. Añadan a todo esto detalles como que lo mismo hace surf en la costa de California como que va semanalmente a clase de trapecio. Además Michael sueña con ser profesor en la universdad. La noche de las elecciones, al conocer la derrota de Hillary Clinton, publicó en Facebook un mensaje apesadumbrado porque había votado por ella cargado de ilusión y convencido de que era la mejor opción. En aquellas líneas, no había acritud ni amargura ni resentimiento. Sólo la desilusión lógica. Al cabo de quizá un par de horas Michael colocó un nuevo mensaje en Facebook que decía: “Le deseo la mejor suerte, Mr. Trump. Tengo la sincera esperanza de que se convierta usted en el presidente que este país se merece”. Sus palabras eran sinceras y nobles, me atrevería a decir que incluso dotadas de un punto de grandeza. Porque Michael no forma parte de esas turbas que tanto gustan de presentar los medios donde tras la bandera mexicana y la roja con la hoz y el martillo aparecen sujetos que gritan consignas como “¡Violad a Melania!”. Tampoco pertenece al grupo de los que llevan la camiseta del Che a la vez que intentan aprovecharse de las subvenciones estatales o de incrustarse en el funcionariado. Su pelo cortado a la perfección nunca tomará la forma de una coleta sujeta con gomas. Es un joven que estudia y trabaja, que se esfuerza y se exige – con seguridad demasiado – que lamenta la derrota política y, a la vez, desea que el adversario lo haga bien por el bien de todos. Gente así explica sobradamente por qué Estados Unidos, a diferencia de otros países, es una gran nación.