Viernes, 26 de Abril de 2024

Acción-reacción-acción

Lunes, 19 de Enero de 2015

​En el ABC del terrorismo se halla una estrategia utilizada de manera pertinaz que, ocasionalmente, recibe el nombre de acción-reacción-acción. Su desarrollo es tan perverso como eficaz.

Los terroristas comenten una atentado execrable que podemos denominar acción. Frente al mismo, las autoridades, en lugar de responder de manera inteligente y proporcionada, se dejan llevar por circunstancias como la cólera popular, el doloroso desconcierto o la búsqueda de réditos políticos y asumen una reacción que favorece a los que han sembrado el terror al ser excesiva, recaer sobre inocentes y, al fin y a la postre, incluso provocar una simpatía hacia los asesinos. Tras esa reacción, los terroristas vuelven a perpetrar otra acción que, esta vez, originará una reacción mucho mayor. Al cabo de un tiempo, la sociedad cuestiona las acciones del poder y los puntos de vista de los terroristas son asumidos por gente hasta entonces neutral. La estrategia funcionó magníficamente en la Argelia cuyo FLN llevó el terror a la misma metrópoli francesa y acabó contando con el respaldo de no escasa porción de la población francesa; en las Vascongadas del franquismo final donde gente apolítica terminó viendo a los asesinos de ETA como nobles idealistas; en Irak y Afganistán, donde los terroristas se han multiplicado como hongos durante los últimos años y en Gaza donde las reacciones sobredimensionadas y electoralistas de Netanyahu han causado un daño diplomático a Israel que puede tardar en remontar años. Los últimos atentados en París – como los del 11-S – buscan que las autoridades de la sociedad víctima sigan esa dinámica, tantas veces triunfal para la barbarie, de acción-reacción-acción. Los ciudadanos, más que justificadamente airados, pueden exigir medidas drásticas e incluso aceptar iniciativas legales que socavarían las mismas bases del sistema democrático. Ceder ante ese estado de ánimo o considerar que puede ser beneficioso constituiría una gran equivocación tanto para los políticos como para naciones enteras. Una sociedad que decida valerse de la brocha gorda en lugar del tiralíneas; que acepte la limitación de las libertades en pos de una seguridad que, supuestamente, sería mayor y que se doblegue ante el miedo abandonando, por ejemplo, medios de transporte o destinos turísticos es una sociedad que ha comenzado a entregar bazas a los terroristas y a allanarles el camino a la victoria final. Es una confrontación dura y difícil que se prolongará años y quizá décadas. De ella sólo emergerá vencedor el bando que conserve la sangre fría y que sepa mover adecuadamente sus piezas en ese juego satánico conocido como acción-reacción-acción.

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