Entiéndaseme bien: yo no tengo nada en contra del planfleto. Es más, creo que artísticamente algunos llegan a la genialidad. Cervantes deseaba escribir un panfleto contra las novelas de caballerías y le salió el Quijote. Eisenstein dirigió un panfleto sobre la revolución bolchevique – Oktyabr – y logró convencer a todos de una toma del Palacio de invierno que nunca tuvo lugar. Leni Riefenstahl realizó El triunfo de la voluntad y, a pesar de ser un panfleto nacional-socialista, alcanzó cimas cinematográficas que están por superar. Robert Bolt escribió Un hombre para la eternidad y transmitió una imagen de Tomás Moro que se parece escasísimamente a la verdad histórica siquiera porque omitió su pasado como torturador e inquisidor, pero no creo que la realidad llegue a imponerla a estas alturas ni siquiera la serie de Los Tudor. Podría seguir multiplicando los ejemplos e incluir Mar adentro, película previa de la filmografía de Amenábar. El panfleto, ciertamente, no es una obra histórica – aunque suela disfrazarse como tal – sino un instrumento de propaganda y no pocas veces ha proporcionado verdaderas obras maestras. Indicaré otro día por qué Ágora no tiene más contacto con la Historia que la pura coincidencia, pero hoy deseo centrarme en el hecho de que como panfleto es fallido. Lo es por varias razones. La primera que se trata de una de las películas más aburridas – y ya es decir – que se han filmado en los últimos años. Uno esperaría que escogiendo un tema como la decadencia del imperio romano y el enfrentamiento entre paganismo y cristianismo resultara casi trepidante – precedentes no faltan – pero la verdad es que resulta pesada y hasta pedante. Por añadidura, sus personajes no son capaces de provocar una sola emoción. Los malos son efectivamente muy malos, pero como son tantos y por motivos tan diversos acaban causando una sensación de sopor más que indignación que es lo que se espera de los villanos cinematográficos. Resultan demasiados - ¿no había nadie decente en Alejandría? - y mal delineados. Incluso el esclavo Davo que podía dar algo de si sólo nos arranca bostezos. Por otro lado, el único personaje positivo – Hipatia – es deplorable. La elección de la actriz es adecuada sobre todo por su belleza serena, pero ni siquiera sus facciones pueden salvar un guión que la convierte en un ser más frío que la ministra Salgado, ocupada - ¡con la que está cayendo! – en los círculos celestiales y convencida de la importancia de las élites hasta el punto de afirmar que las discusiones son propias de pobres y esclavos. A lo mejor Amenábar pensaba que semejante clasista iba a entusiasmarnos, pero lo más que consiguió el sábado pasado en el cine donde yo vi la película fue que más de dos dejaran escapar un ronquido. Ágora es, sin duda, un panfleto, pero un panfleto fallido.