Durante décadas, me he dedicado al cultivo de distintas lenguas. Así, he realizado y publicado la traducción primera y completa de textos como los Evangelios gnósticos de Nag Hammadi, la Historia de Manetón, la narrativa del Antiguo Egipto o multitud de documentos rusos. Con posterioridad, me he visto obligado a contemplar cómo, a veces escudándose incluso en un pesebre universitario, distintos desvergonzados copiaban literalmente mis traducciones sin mencionarme y sin citar el libro en que estaban. Actuaban así igual que el ave carroñera alimentándose de lo que otros cazaron. El último ejemplo de esta conducta - que en otras naciones hundiría una carrera, pero que en España queda siempre impune - lo tuve el fin de semana pasado. Un miserable de cuyo nombre no quiero acordarme se apropió de mi traducción de El colapso de Rusia de Alexander Solzhenitsyn y la reprodujo como si fuera suya. Se permitió, eso sí, algunas licencias para ocultar su conducta indigna. Por ejemplo, lo que es – no voy a caer en falsas modestias – una excelente traducción del ruso que publicó a inicios de este siglo Espasa quedó emporcado por términos específicamente suyos que constituyen coces contra la bellísima lengua española. Por supuesto, no citó al traductor ni a la fuente, pero sí cometió el error de utilizar el título de la obra que, precisamente, quien esto escribe le dio en su versión española de acuerdo con los editores. Se trata de una prueba más de su ruin felonía. ¿Qué conducta se debe seguir con esta casta de asquerosos pajarracos lanzados sobre lo ajeno y atentos siempre a aprovecharse del trabajo de otros? ¿Qué queda por hacer cuando echan mano de la labor que persona distinta ha realizado con inmenso esfuerzo durante años y que para ellos resulta inaccesible porque, por ejemplo, reproducen documentos rusos sin saber una sola palabra de la lengua de Pushkin? Son bochornosa y vergonzantemente ignorantes, pero chupan línea tras línea de la obra de alguien que asumió durante años el esfuerzo de estudiar, de investigar y de abrir esa documentación al público de habla hispana. Seguramente, no merezca la pena mencionar el nombre de esa hez en público. Son sólo buitres indecentes que, en realidad, no saben ni pío.