No voy a entrar en los aspectos jurídicos que todavía hoy siguen siendo objeto de discusión. Sí me detendré en el resultado final. Con mayor o menor razón, se procesó a algunos personajes importantes y, al fin y a la postre, se extendió – salvo en la zona de Europa controlada por la Unión soviética – una total impunidad para la mayoría de los criminales. Por millares fueron reclutados por Estados Unidos durante la guerra fría y consiguieron una supervivencia casi brillante. ¡Un general de las SS se convirtió en el jefe del espionaje de la Alemania federal! El mismo Eichmann – un personaje de tercera – habría muerto tranquilo de no haberlo secuestrado en Argentina un comando israelí para que lo juzgaran y ejecutaran en Israel. He recordado todo esto al leer el auto del Tribunal Supremo relacionado con el golpe de Cataluña. No me ha provocado entusiasmo ni mucho menos rechazo. Por el contrario, me ha recordado lo sucedido en Nüremberg. A algunos – los más llamativos – los juzgarán y, presumiblemente, los condenarán. Sin embargo, la mayoría va a salir impune. Los que se convirtieron en la Radio Ruanda de los golpistas; los que llevan décadas agitando el odio en las escuelas; los que se sirvieron de una policía regional mucho mejor pagada que la nacional; los que, ocultos tras las sombras, financiaron el golpe; los que lanzaron metros cúbicos de agua bendita sobre el delito e incluso prestaron sus parroquias para colocar las urnas; los que acosaron a las fuerzas del orden público; los que agredieron a los que deseaban quedarse en España; los que movilizaron ancianos y niños; los que arriaron en los ayuntamientos la bandera nacional para sustituirla por la estrellada… todos esos y mucho más quedarán totalmente impunes. No sólo eso. Permanecerán en no pocos casos conectados a la teta del estado para continuar llevándose el dinero que Montoro saca de los bolsillos de los españoles. En resumen, algunos recibirán un capón y los otros seguirán al timón. Pagando nosotros, claro.