Una izquierda capitaneada por ZP, pero a la que seguían los nacionalistas catalanes y vascos como las pulgas al perro, decidió conquistar mediante la agitación lo que no podía obtener democráticamente. Las calles se llenaron por el Prestige y el ¡Nunca mais!, por el ¡No a la guerra! y porque sí. En medio de ese acoso, hubo medios que, de la manera más canallescamente cómplice, culparon a Aznar de la muerte de un cámara en Baghdad igual que le habrían podido achacar el pecado de Adán y Eva. Manipular y mentir era lícito porque el objetivo era derribarlo. De hecho, a algunos amigos míos extranjeros les pareció tan claro que en aquella época me sugirieron que me marchara fuera de España. Al final, tras la agitación, fue necesario un atentado el 11-M y doscientos muertos para que ZP llegara a Moncloa, los nacionalistas catalanes tuvieran un nuevo estatuto y los criminales de ETA pactaran con el gobierno. Personalmente, estoy convencido de que hemos regresado al 2002 y en peores condiciones. La izquierda y los nacionalistas catalanes y vascos – no pocas veces premiados por la duplicidad de Ciudadanos – están comenzando a sacar las hordas a la calle. Quieren acabar con la prisión permanente revisable y defienden a la cruel asesina de un niño – a fin de cuentas varón, blanco y español – pero aplauden que se incendie Lavapiés porque un senegalés sufrió un infarto. Ya se han subido a la ola de los pensionistas – esos pensionistas cuyas pensiones han convertido en imposibles los despilfarros del sistema autonómico – han movilizado a los aprovechados de la ideología de género, van a lanzar a los estudiantes a la calle y esperan que se produzca una guerra contra Irán para llenar las calles de pacifistas que destrozan el mobiliario urbano. Para remate, Rajoy no es Aznar. Esta economía no es ni de lejos la de entonces; los impuestos actuales – gracias Montoro por hundir España – son salvajemente opresivos en comparación con aquellos y el respaldo de los ciudadanos al actual gobierno no tiene punto de comparación porque muchos votantes del PP se sienten, a diferencia de entonces, traicionados. Roguemos al Altísimo que esta vez no haya otro 11-M.