Mi desilusión fue inmediata. Mi abuela materna zanjó la cuestión afirmando: “No cuaja” y, efectivamente, así fue. Los copos se estrellaban contra el suelo y allí se convertían en una agüilla desilusionante. Algo muy diferente ha sucedido en los últimos días en España. En los videos, he podido ver a gente esquiando delante de la Puerta de Alcalá, a un hombre moviéndose por la Castellana en un trineo tirado por perros, a un oyente subiendo por la calle de Fuencarral como si estuviera en una novela de Jack London en Alaska e incluso mi antiguo hogar en Madrid bloqueado por la nieve hasta el punto de que no podía abrirse el portal. No pude evitar sentir una enorme nostalgia al contemplar tantos pedazos de España embellecidos por la nevada. No me duró mucho ese sentimiento porque fue desplazado por otros. Por ejemplo, la sensación agobiante de estafa que tiene la calentología que nos habla del calentamiento global o del estado de emergencia climática al que se refirió el gobierno social-comunista español justo antes de la crisis del coronavirus. Sólo un majadero integral o un aprovechado absoluto puede creer en ese calentamiento viendo las imágenes de Madrid y de otros lugares de España. En segundo lugar, volví a ver la pavorosa incompetencia de los gobiernos nacional, autonómico y municipal a pesar de lo carísimo que les cuestan a los españoles. Que Barajas no haya tenido una sola pista funcionando o que la gente no pudiera desplazarse por las calles deja de manifiesto por enésima vez que los que viven en España sufren unos impuestos que jamás deberían pagar por la miseria cochambrosa que reciben. En tercer lugar, comprobé que, detenida la propaganda del coronavirus por unas horas, la gente intentó salir a la calle con libertad. No había mascarillas. No había distancia de seguridad. No había estupidez. Sólo un deseo inmenso de dar unos pasos con libertad porque los guardianes no eran capaces de actuar. Finalmente, volví a contemplar el carácter canalla de los gobiernos españoles sólo dispuestos a defender los intereses de las oligarquías y jamás pensando en el bien común. Justo en medio del frío más gélido, el gobierno social-comunista decidió subir la factura de la luz para favorecer a las compañías energética. Lo hizo además con un vicepresidente como Pablo Iglesias que, vez tras vez, censuró el precio del recibo de la luz como algo antisocial, pero que ahora forma parte de un gobierno que lo ha elevado de manera salvaje. Más que nunca, este invierno, millones de españoles tendrán que elegir entre calentarse en medio de temperaturas especialmente rigurosas o comer. No podrán disfrutar ambas cosas. Sobrecoge pensar cuánto ha quedado de manifiesto en medio de la nevada. Lo que hemos visto es la falsedad de los dogmas de la agenda globalista como el del calentamiento global, la ineficiencia de los distintos gobiernos para cumplir con el bien común, las decisiones gubernamentales encaminadas tan sólo a favorecer a las castas privilegiadas y la miseria a la que se viene reduciendo a la gente desde hace demasiado tiempo. Esperemos que estas realidades sí cuajen en las mentes de los españoles a diferencia de aquella primera nieve que yo vi en mi infancia.