Según me refiere en ella, en diciembre de 2010, comenzó la construcción de una vivienda propia. Por supuesto, cumplió con todos los trámites legales que concluyeron en 2012. En noviembre de 2015, la Agencia tributaria le inició una inspección solicitándole documentación. El guardia civil presentó hasta el último papel, pero la Agencia tributaria elaboró una paralela con una liquidación provisional que, como mínimo, resultaba discutible. Naturalmente, el agente recurrió y, como suele ser habitual, con razón o sin ella, la Agencia tributaria rechazó todos los recursos y además le impuso una sanción. En junio de 2016, el guardia civil recurrió liquidación y sanción ante el TEAC solicitando, con razones más que fundadas, la nulidad del procedimiento y el reconocimiento de errores graves de la Agencia tributaria como incluir períodos ya prescritos. Como quien oye llover, la Agencia tributaria inició un procedimiento de apremio pretendiendo que el guardia civil pagara más de cinco mil euros de principal a los que había que añadir otros mil de recargo. Por añadidura, le embargó la cuenta corriente. Además, junto al embargo, volvió a reclamarle la cantidad ya exigida y, de remate, procedió a embargar también el salario del agente ascendiendo ya la cantidad a una cifra superior a los ocho mil euros. A esas alturas, las cantidades reclamadas en las distintas comunicaciones de la Agencia tributaria no coincidían, pero los errores aritméticos, fáciles de constatar, siempre daban como beneficiaria a Hacienda. Toda la historia – detallada más que extensamente en su carta – me afectó, pero lo que ya llegó a sobrecogerme fue la afirmación de que, tras casi un cuarto de siglo al servicio de la nación, con una esposa desempleada y sin ningún tipo de ingresos y con un hijo pequeño, aquel guardia civil estaba hundido moralmente. “En estos momentos”, me escribe, “después de que me hayan pisoteado mi dignidad, solo pienso que no merece la pena vivir”. Prueba de que no exagera es que tanto él como su cónyuge se encuentran sometidos a tratamiento médico por culpa de este episodio. Lamenta – y lo sabe por experiencia – que en otros asuntos “los infractores pueden recurrir y llegar al Tribunal Contencioso Administrativo y no se le practica ningún embargo hasta que adquiera firmeza en vía administrativa. Sin embargo, cuando se trata de asuntos relacionados con Hacienda, aun teniendo razón el administrado, primero te dan las “ostias” y luego si tienes razón “gasas y betadine”. Esto lo escribe una persona que ha salvado a montañeros perdidos, que se ha jugado la vida contra los terroristas de ETA, que se ha entregado al servicio de su nación por cantidades miserables porque miserables son los emolumentos que reciben las fuerzas del orden en España. Da lo mismo. Para Montoro y los miembros de la Agencia tributaria, ese guardia civil al que deben poder dormir tranquilos por la noche, no parece que sea más que otra oveja a la que exprimir y esquilar aunque en la tarea causen su muerte.