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Martes, 19 de Noviembre de 2024

Condenados a morir de hambre

Lunes, 30 de Marzo de 2020

Déjenme contarles hoy la Historia de una de las personas más decentes, más honradas y más dignas con las que me he encontrado a lo largo de mi vida.  Llegó a España en la época dorada económicamente de Aznar.  Venía de una nación destrozada y traía consigo a una hija de pocos años.  Era ingeniero naval y años atrás había diseñado barcos para otras naciones, pero ahora había que salir adelante y realizó cualquier trabajo honrado y decente desde servir mesas a ordenar archivos.  Fue en esa época cuando yo la conocí y descubrí que era capaz de sobrevivir en Madrid con trescientos euros al mes – sí, han leído bien, con trescientos euros al mes.  Mientras sacaba adelante a su hija y trabajaba como pocas, su salud se fue resintiendo.  Finalmente, se vio obligada a dejar de trabajar víctima de una grave cardiopatía.  Le correspondió una pensión miserable porque ya se sabe que el dinero que los sicarios de la Agencia tributaria sacan de los bolsillos de las clases medias van sobre todo para mantener el tinglado, pero, con todo y con eso, aquella mujer se adaptó a sobrevivir con una pensión miserable.  Incluso, había ahorrado y se compró un piso aprovechando que su propietario le ofrecía muy buenas condiciones.  Fue una compra totalmente legal protocolizada ante notario e inscrita en el registro de la propiedad.  Aparentemente, lo que tenía por delante era la posibilidad de ir sobreviviendo hasta el final de sus días con una modestia rayana en la miseria, pero con cierta tranquilidad.  Pero entonces llegó la Agencia tributaria.

Sus sicarios, engordados con los bonus que reciben por exprimir más a los contribuyentes, le comunicaron que el anterior propietario de su vivienda debía dinero a Hacienda.  Ella era un tercero de buena fe que había cumplido la ley escrupulosamente en la adquisición, pero a los bonus boys de la Agencia tributaria, como suele ser habitual, no les importaba la legalidad sino vaciar cualquier bolsillo que hubiera por delante.  Así comunicaron a la pobre mujer que tenía que entregarles la misma cantidad que le había costado aquel piso adquirido con mil sudores y sacrificios.  Abrumada, la mujer recurrió, pero en una decisión que, como tantas otras adoptadas por una Agencia tributaria que pierde más del 51 por cien de las causas ante los tribunales, apestaba a prevaricación, los bonus boys le embargaron las cuentas con los modestos ahorros de toda una vida de trabajo callado, continuo y perseverante. 

En un país como Estados Unidos, una medida así sólo puede ser dictada por un juez y tras escuchar a las dos partes.  En España, la Agencia Tributaria entra en las cuentas corrientes como un asaltacaminos y arrambla con lo que, años después, los tribunales dirán que nunca debió arramblar.  A fin de cuentas, siempre hay gente que prefiere rendirse ante sus bonus boys aterrada por la posibilidad de males mayores.   Esta mujer – unas de las más nobles y dignas que he conocido en más de seis décadas de existencia – se vio de repente con las cuentas corrientes bloqueadas, con su ridícula pensión embargada y con la imposibilidad de utilizar unos humildes ahorros.  Al mismo tiempo, la amenazaban con subastar su vivienda obtenida a costa de privaciones y renuncias.  Entonces llegó el coronavirus y el aislamiento decretado por un gobierno culpable de negligencia criminal. 

Gracias a una de las normas dictadas por Montoro, el inefable ministro de Hacienda, y que  esta mujer obedecía a rajatabla, en casa sólo tenía mil euros para mantenerse ella y dar de comer a su nietecito de cuatro años.  Se esfumaron como el rocío de la mañana y eso que no se dedicó a acumular papel higiénico.  Luego vino la perspectiva de la muerte por inanición.  Sola, con una criatura, sin un céntimo, su única preocupación era saber qué sería de su nieto si a ella le fallaba un corazón enfermo desde hacía años y ahora abrumado por la ansiedad y la preocupación.  Debe ser terrible ver cómo te roban todo unos agentes hinchados de bonus y cómo lo único que te queda es contemplar a una criatura que no tiene algo que llevarse a la boca porque hasta los comedores sociales están cerrados.  En cuanto a la Agencia tributaria puede estar satisfecha.  Ha condenado a una minusválida y a su nieto a morir de hambre, pero ¿qué importa eso si sus esbirros cobrarán sus bonus y ella podrá repartir lo robado a una inocente entre los miembros de las castas privilegiadas?

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