Piénsese en el caso de España. Gracias a Cristóbal Ricardo Montoro, España acabó con una deuda pública que superaba más que holgadamente el cien por cien del Producto Interior Bruto. En otras palabras, lejos de sacar a la nación de la crisis, Rajoy y Montoro la dejaron técnicamente quebrada. Que no le extrañe a nadie que España no pinte nada en política internacional. No es mucho mejor la situación de las familias. En marzo de este año, su deuda llegó a 702.788 millones de euros, es decir, en torno al 60 por cien del PIB. La compra de una vivienda sigue siendo el gasto más importante de las familias españolas. De hecho, dedican una media del 74 por ciento de su endeudamiento a adquirir un piso. No sorprende que una sociedad tan endeudada y además endeudada para el simple consumo o para la adquisición de un techo haya reforzado sus hábitos de servidumbre. Se agradece cada migaja otorgada por el poder aunque haya sido más que pagada con los impuestos. Se ansía una trayectoria política aparentemente sin sobresaltos sin querer percatarse de que no afrontar problemas esenciales tendrá pésimas consecuencias futuras. Se cierra los ojos ante la realidad porque casi todo gira en torno a pagar a los bancos y a intentar consumir cosas que muchas veces no satisfacen. Se intenta combatir el tedio de la servidumbre con emociones no pocas veces insanas porque se carece de algo más sólido con lo que anclar la existencia y, por supuesto, hay gente que aprovecha todo para reducir a su prójimo a una esclavitud cuyas cadenas invisibles no son menos reales que las de los esclavos de antaño porque, como supo señalar Salomón, el que tiene deudas es siervo de su acreedor. Desde luego, debe reconocerse que las palabras de la Biblia resultan tan veraces ahora mismo como hace tres milenios cuando fueron escritas. Por cierto, en lo que han tardado ustedes en leer este artículo la deuda pública de España ha aumentado en dos millones de euros. Gracias, Montoro. Gracias, Montero.