No negaré que en las filas del comunismo militaron gentes idealistas y sacrificadas. Pero esa circunstancia no puede ocultar que el comunismo es la ideología que en menos tiempos ha exterminado a más seres humanos hasta superar la pavorosa cifra de los cien millones. Ya Lenin dejó claro a los eseristas en el primer gobierno revolucionario que sólo podrían mantenerse en el poder mediante el “terror de masas”. No llevaban los bolcheviques un año gobernando – era septiembre de 1918 – cuando Zinóviev, uno de los acólitos de Lenin, afirmaba: «Para deshacemos de nuestros enemigos, debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado digamos a noventa de los cien millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados». No exageraba. Lenin – no Stalin – creó la primera red de campos de exterminio más de una década y media antes que Hitler. También antes que Hitler – casi dos décadas – Lenin dio órdenes de utilizar el gas para exterminar en masa a los disidentes, órdenes que ejecutó sin pestañear Tujachevsky. No deja de ser revelador que incluso la furgoneta para asesinar con gas fuera inventada por un bolchevique con anterioridad a su uso por las SS. Ni siquiera la victoria de Stalin en la Segunda guerra mundial puso fin al terror comunista. A él se sumó, por ejemplo, un personaje como Mao que a día de hoy sigue a la cabeza del listado de genocidas por delante de Hitler y Stalin. Se dirá que en China había mucha gente. Sin duda, pero el también comunista Pol Pot fue el responsable del exterminio del veinticinco por ciento de los habitantes de la menos poblada Camboya. No deseo abrir viejas heridas, pero el único acto que puede ser calificado con propiedad de genocidio en la terrible guerra civil de 1936-39 fueron las matanzas de Paracuellos ordenadas, ejecutadas e incluso asesoradas por comunistas nacionales y extranjeros. Los hechos son testarudos – que decía Lenin – y dejan de manifiesto que el comunismo ha desplegado la mayor capacidad para el crimen y el genocidio en un siglo sobresaliente en asesinos y genocidas. Defenderlo a estas alturas es propio de ignorantes, de necios o de aspirantes a engrosar su más que dilatada lista de asesinos.