Sin embargo, pasaron siglos antes de que esa clase media extensa se convirtiera en una realidad. En algunas naciones, hubo que esperar a la Reforma del siglo XVI; en otras, a las revoluciones liberales del siglo XIX. En España, no fue tangible hasta la segunda mitad del siglo XX con el desarrollismo de los años sesenta. Coincidió así el fenómeno en España con la denominada edad de oro de la clase media, es decir, el período que fue de 1945 a 1978 en otras naciones y que en la nuestra se redujo de 1961 tras el plan de estabilización a 1973 con la crisis del petróleo. A partir de ese momento, la clase media en todo el mundo – aunque no lo percibiera – vio cómo su poder adquisitivo se estancaba a pesar de que las distintas naciones cada vez producían más y no dejaban de avanzar. La respuesta de la clase media, inconsciente, pero real, a esa disminución de su fuerza económica fue, sustancialmente, doble. En primer lugar, los dos miembros de la pareja comenzaron a trabajar. Por supuesto, no fue el único factor para que las mujeres accedieran en masa al mercado de trabajo, pero lo cierto es que las familias que antes vivían con un salario se enfrentaron al hecho de que sin dos – como mínimo – no llegaban a fin de mes. Soflamas feministas aparte, se trataba, sobre todo, de mantener un status económico detenido. Que la gente se diera cuenta o no ya es otro cantar. En segundo, se endeudaron de una manera impensable. Basta comparar lo que le costaba a un miembro de la clase media en España adquirir una vivienda en los años sesenta e inicios de los setenta y el sacrificio que le significa ahora y resulta innegable que el poder adquisitivo de la clase media es muy inferior y que el grado de endeudamiento es incomparable. Con enormes costos, no sólo económicos sino, sobre todo, familiares y personales, la clase media ha seguido luchando durante las últimas décadas para conseguir que sus hijos vivieran, al menos, un poco mejor. El hecho de que no pocos servicios como la sanidad o la educación fueran proporcionados por el estado ha contribuido a mantener esa ilusión siquiera en los segmentos inferiores. Por otro lado, el que los hijos no vieran a las padres o que las mujeres cada vez se agobiaran más se ha contemplado como una muestra de avance en ocasiones cubierto con términos que nada dicen como el de “conciliación familiar”. No se llega a fin de mes y no sirve darle más vueltas y, para colmo, la sensación de que se avanzaba se ha desvanecido de manera creciente con la presente crisis y la pregunta obvia es: ¿ha llegado el fin de la clase media?