Jueves, 9 de Mayo de 2024

El más grande

Lunes, 6 de Junio de 2016
Recuerdo a la perfección la primera vez que vi pelear a Cassius Clay. Fue en un combate contra Henry Cooper en el que el árbitro paró la carnicería otorgándole una victoria por KO técnico. Nunca olvidaré el valor extraordinario del británico convertido en “capacico de las hostias” de Clay, pero nunca se me irá de la memoria aquel negro alto y ligero que parecía bailar, casi volar, sobre el ring. Mi padre lo llamaba “juego de piernas”. A mi me pareció algo prodigioso.

Clay me aficionó al boxeo en aquellos primeros días de infancia - ¡cinco años! - y, quizá por ello, me quedé pasmado no mucho después cuando me enteré de que no había hecho el servicio militar y había perdido su título. Por supuesto, ignoraba que yo tomaría una decisión similar en la década siguiente y que de ir a prisión me libraría sólo la muerte del general Franco en noviembre de 1975. Si el dictador hubiera fallecido en febrero de 1976, la noticia de su sepelio me hubiera sorprendido – como a algún amigo mío – en una prisión militar. Pero no nos desviemos. Yo ignoraba entonces que Clay era un hombre convencido de sus ideales y que por ellos estaba incluso dispuesto a renunciar al boxeo e ir a la cárcel. Su gran carrera empezó quizá aquella noche en que Clay, con las apuestas en contra 7-1, venció a Sonny Liston. Convencido de que Allah podía darle la victoria y tras recibir la sonrisa de apoyo de Malcolm X, Clay se alzó con la victoria en el séptimo asalto por un KO técnico. A la mañana siguiente, en una conferencia de prensa, Clay anunció que, a partir de ese momento, sería conocido como Cassius X, la X de los adeptos de la Nación del Islam hasta que recibían el nuevo nombre islámico. Un mes después, adoptaría el nombre de Muhammad Ali. He visto el video de la pelea – que tuvo lugar en Miami – la mañana de ayer domingo mientras tomaba un té antes de ir a la iglesia y debo decir que sigue impresionando. Clay invalidó el principio elemental del boxeo que afirma que el que domina el centro del cuadrilátero domina la pelea. Dejó a Liston el centro y no dejó de golpearlo magistralmente desde la periferia. Todo ello con una agilidad, incluso una elegancia, más propia de un peso ligero que de uno pesado.

Pero estaba hablando de Malcolm X. La relación entre los dos venía de antes. En 1962, Clay y su hermano menor Rudolph Valentino se habían encontrado en Chicago con Malcolm X, gracias a la mediación de Sam Saxon, un miembro de la Nación del Islam. Los hermanos Clay acudieron a un acto en Chicago en el que el primer orador fue Malcolm X. El efecto que sus palabras causaron sobre Clay fue verdaderamente hipnótico. Desde el principio, Malcolm X fue consciente del capital propagandístico con el que contaba Clay. Si se convertía era obvio que no sólo muchos negros seguirían su ejemplo sino que además el propio Malcolm X recibiría un espaldarazo notable en su carrera. De manera aparentemente natural, Malcolm X pasó a ser el mentor de un Cassius Clay que estaba buscando una nueva fe tras haber rechazado el cristianismo de su infancia. En una entrevista posterior, Clay señalaría cómo había descubierto que todo lo bueno era de los blancos y aquello lo había alejado de la iglesia en la que creció a pesar de ser negra. Sin duda, se trató de un fenómeno muy similar al que ha llevado a tanta gente humilde o indígena en Hispanoamérica a abandonar la iglesia católica por el chamanismo o las iglesias evangélicas. Cuestiones teológicas aparte, en su nueva fe han encontrado un amor y una acogida impensables en la que transitaban con anterioridad. Pero vuelvo a Malcolm X.

El boxeador era consciente desde el principio del peligro que podía significar aquella relación para su carrera. El Malcolm X de esa época llamaba abiertamente a la violencia y la Nación del Islam era contemplada con desprecio por su predicación – en realidad, no musulmana sino esotérica – y por su radicalismo. Pero el rechazo no iba a venir sólo de los periodistas, los organizadores de combates o la América blanca en general. Los propios negros más destacados en la lucha por los derechos civiles veían con enorme malestar el movimiento. Precisamente por todo esto, no puede sorprender que el anuncio público, tras la victoria sobre Liston, creara una verdadera tormenta de desaprobación. Martin Luther King, un pastor evangélico predicador de la no-violencia, no fue el único que expresó su disgusto ante la conversión de Clay. Jackie Robinson – que se había retirado en esa época de la Liga mayor de baseball – no se recató de afirmar en público su desagrado por la unión de Clay a la Nación del Islam. En ambos casos, existía la convicción de que Malcolm X estaba perjudicando al movimiento de los derechos civiles y, por tanto, el apoyo de Muhammad Ali era una pésima noticia.

Paradójicamente, la amistad entre Muhammad Ali y Malcolm X no iba a durar. El dirigente negro había descubierto que Elijah Muhammad, el jefe de la Nación del Islam, tenía varios hijos ilegítimos tras sendas aventuras eróticas con las adeptas y acabó denunciándolo en público. Malcolm X actuaba con integridad, pero, precisamente por ello, Elijah Muhammad lo suspendió en su ministerio prohibiéndole predicar. Malcolm X se vio obligado a abandonar la Nación del Islam creyendo que Muhammad Ali lo acompañaría en su nuevo periplo espiritual. No fue así. El boxeador estaba profundamente comprometido con su nueva religión y dio la espalda a Malcolm X. Convencido de que su antiguo mentor era un personaje desleal, Muhammad Ali sólo volvió a encontrarse con él sólo una vez más. El lugar del encuentro fue en la plaza situada enfrente del Hotel Ambassador de Accra, en el país africano de Ghana. Muhammad Ali acudió acompañado del hijo de Elijah Muhammad. Malcolm X se dirigió al púgil llamándolo afectuosamente “Hermano Muhammad”, pero Ali, enfurecido, le dijo que ya no eran amigos. Ante la sonrisa de Malcolm, opuso un rostro pétreo señalándole que no debería haber hablado mal de Elijah Muhammad. Acto seguido, se levantó y se fue. A Malcolm X apenas le quedaban unos meses de vida. A inicios del año siguiente, fue asesinado por gente relacionada con la Nación del Islam aunque se ha insistido en que podían haber sido infiltrados por los servicios de la inteligencia.

Muhammad Ali lamentaría profundamente su comportamiento hacia Malcolm X. Tiempo después, abandonó la Nación del Islam para abrazar el Islam sunní, precisamente la misma confesión a la que se había unido Malcolm. En los años siguientes, sentiría en el alma no haber dicho nunca a su antiguo mentor cuánto bien le había hecho.

Durante las décadas siguientes – Ali debió retirarse en los setenta – su carrera fue irregular. Tras alcanzar una y otra vez la cima, Ali fue dando muestras de un deterioro normal con el paso de los años. Yo mismo sentí en el alma que cuando se enfrentó con Joe Frazier ya no era el mismo púgil que me había hipnotizado en mi infancia. Sólo sus excesos verbales – que lo hacían antipático, pero que no pasaban de ser relaciones públicas – eran semejantes. Sin embargo, Ali fue siempre un hombre íntegro. A pesar de sus fracasos personales – varios divorcios incluidos – estaba convencido de que su familia era mucho más importante que su carrera y soñó hasta el final con que todos, hijos y nietos, vivieran en la misma calle. Siguió siendo también un hombre que dio enorme importancia a la vida espiritual. Como queda dicho, acabó abandonando la Nación del Islam, pero se volvió hacia el islam clásico y oraba todos los días además de ser un visitante fiel de la mezquita. Sin Dios, realmente no podía explicarse el mundo y es lógico que así fuera.

Incluso demostró una enorme entereza cuando el Parkinson lo derribó sobre una silla de ruedas. Murió este fin de semana y yo, inesperadamente, me vi catapultado a una época lejana y, desde muchos puntos de vista, más feliz. Ni aquel tiempo ni Muhammad Ali volverán, pero esa circunstancia no impide que siga siendo, como él mismo decía, “el más grande”. Les dejo con el video de aquella pelea que, con sólo cinco años, me aficionó al boxeo para siempre.

 

Clay contra Cooper

 

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