Los trolls son reales, fanáticos, persistentes y maleducados, pero, en términos generales, esa molesta circunstancia no evita que, si se saben leer, las redes nos revelen lo que piensa la mayoría de la última victoria del Barça, la última encíclica papal o la última medida fiscal de Montoro. Fue así como hace unos días me encontré con un episodio revelador. Conocía bien al protagonista desde hace años y decir que era de extrema derecha sería minimizarlo. Yo mismo le escuché decir una vez que el día del orgullo gay le gustaría subirse a un edificio de Recoletos para desde allí disparar con una ametralladora sobre las carrozas. En otras ocasiones, me tocó oírle disparates no menores relacionados con temas diversos como, por ejemplo, que estaría dispuesto a matar a ZP si le pagaban bien y luego le sacaban de España. No hace falta decir que aquellos extravíos no pasaban de ser las típicas bravuconadas del bocazas con sesera desarreglada que indicaban donde estaba situado su corazón y hasta donde se le había desplazado la mente. Precisamente por ello, me causó una enorme sorpresa que, hace unas semanas, se mostrará en internet y con su nombre real como un firme partidario de Podemos. Reconózcase que el salto político no resultaba pequeño y así me lo hizo notar un tercero que también lo conocía y que me llamó la atención sobre aquellas declaraciones. En apariencia, se trataba de un claro síntoma de enloquecimiento y, sin embargo… Sin embargo, comencé a reflexionar sobre el sujeto en cuestión y las piezas encajaron. De entrada, su hijo llevaba sin pagar una hipoteca desde hacía años. El banco aceptaba de vez en cuando algo de dinero, pero la espada de Damocles del desahucio permanecía. Bueno, permanecía caso de que Podemos no llegara al poder porque, de hacerlo, el hijo de aquel hombre, supuestamente, no sería desahuciado. Y no era sólo el hijo. El personaje en cuestión era – reconozcámoslo - poco trabajador. Incluso había abusado de la confianza inmerecida de su anterior empleador al que, por cierto, dejó en más que delicada situación al no recoger notificaciones – a pesar de claras instrucciones al respecto - que eran vitalmente necesarias. Eso por no hablar de la manera en que utilizaba el automóvil y la gasolina de la empresa para uso absolutamente personal. No sorprende que el sujeto rechazara una oferta de empleo que le buscó ingenuamente su empleador por la sencilla razón de que se había hecho a la idea de que si le sumaban dos años de subsidio y la indemnización laboral por desempleo tampoco tenía razones para trabajar. Es más podía llegar hasta los sesenta sin dar ni golpe y gracias a una empresa de cuya confianza había abusado miserablemente. Y además que todo el mundo sabe que los cincuenta y tanto es mala edad para ponerse a buscar – especialmente cuando no hay ganas - un nuevo trabajo. Considerando todos estos factores, ¿a alguien le puede sorprender que personaje tan ejemplar haya pasado de facha desorejado a podemita?