Primero, vino la muerte de Ben E. King. Hace ya una década, Federico Jiménez Losantos me convocó a su despacho para decirme que tenía que hacerme cargo de La linterna. He contado los detalles en No vine para quedarme y no voy a repetirlos aquí. Creo que todo el mundo sabe que ni lo buscaba – a diferencia de muchos que lo ambicionaron ferozmente – que sólo puse una condición y que desempeñé el puesto mientras pensé que podía hacerlo sin problemas de conciencia marchándome cuando llegué a la conclusión opuesta. Pero volvamos al punto de inicio. Pensé yo entonces en la melodía para comenzar el programa y se me ocurrió el Stand by Me de Ben E. King. Pocas veces he estado más acertado. Durante años, aquella hermosa canción se convirtió en mi himno de batalla justo antes de lanzar el consabido Corría el año… Durante el tiempo que estuve en Es.Radio dejé esta versión de Stand by Me - no la canción - para marcar distancias con mi antigua casa, pero la recuperé al iniciar las emisiones de La Voz en Radio Solidaria. Está de sobra decir que me entusiasma esa canción más que versionada aunque me quede a fin de cuentas con la original de Ben E. King. Su fallecimiento me llega como una ola hasta la playa suave y melancólica. Es un hecho agridulce porque desaparece alguien que entonaba la conocida canción cada noche y, al hacerlo, igual que la ola deja una estela en la arena, a mi me han venido a la cabeza multitud de recuerdos. A las pocas horas, hablaba por Skype con Galyna Kalinnikova – que se está ocupando de descuartizar mi biblioteca para que se pueda vender y así costear el programa de radio - y los dos coincidíamos en que las dos etapas de radio tuvieron muchas cosas buenas y en ambos casos terminaron como debían terminar, es decir, con mi marcha de un lugar en el que había dejado de creer. Con todo, el balance final había sido netamente positivo. Descanse en paz Ben E. King porque fue la sintonía querida de aquellos años de combate duro y de no poca inocencia.
El sábado por la mañana, apareció por mi casa una persona procedente de España. Se trata de un fenómeno muy habitual que antiguos oyentes, lectores presentes o simples visitantes de los muros o del blog se pongan en contacto conmigo para visitarme. Siempre me traen libros para que se los dedique y, en ocasiones, me obsequian con una botella de aceite de oliva o algún otro producto de la patria además del apetitoso rato de charla.
Del visitante del sábado omito la identidad por discreción. Sí puedo decir que es un inmigrante de origen colombiano afincado en Cataluña. La conversación fue grata, pero no pude evitar sentir un enorme pesar al ver lo que sucede en España. En uno de sus trabajos – para un catalán y un chino – el inmigrante trabajaba once horas diarias, estaba asegurado sólo a media jornada y cobraba setecientos euros al mes. Es bochornoso, se mire como se mire. Me vi obligado a comentarle cómo en alguna radio en la que yo estuve trabajando, mis redactores, siendo universitarios, cobraban ochocientos euros, no se les abonaba la nocturnidad y hasta les obligaban a pagar la plaza de garaje. En paralelo, se les bajó el sueldo alguna vez mientras se mantenían programas más que bien pagados en los que se perdía dinero porque no sólo no los escuchaba nadie sino que además carecían de publicidad. Este tipo de situaciones me repugna profundamente y no oculto que la imposibilidad de cambiarlas tuvo un enorme peso en mi marcha de una de las radios. Sin embargo, así funciona, en no escasa medida, España. Se entrega la parte del león a los privilegiados porque están en el poder o sus cercanías y se exprime a los que trabajan sometiéndolos a condiciones canallescas. Y si se hace eso, a mi que luego se denuncie el mal sólo me parece un ejercicio de hipocresía porque se hace lo mismo que se critica.
Para colmo, mi visitante había tenido que soportar el nacionalismo catalán. A pesar del entorno, no sólo no habían conseguido convencerlo de semejante dislate sino que había descubierto buena parte de las burdas hilachas de semejante desgracia. Una de ellas es su carencia de base histórica y otra, que el nacionalismo catalán prefiere a los inmigrantes musulmanes sobre los hispanoamericanos por la sencilla razón de que están más dispuestos, en teoría, a aprender catalán. Mi visitante confesaba honradamente que no estaba dispuesto a perder una hora en aprender catalán cuando la podía emplear en aprender inglés o ruso. No le quité la razón porque la tenía más que sobrada. Naturalmente, está dispuesto a marcharse de Cataluña en cuanto pueda y no descarta venirse a los Estados Unidos. Como en el caso de Ben E. King, el sabor también fue agridulce, justo el que surge de ver a gente explotada por canallas, pero que, a pesar de todo, resiste y trabaja.
Sabor agridulce también el del llamado combate del siglo. Que no iba a ser el combate del siglo ya lo anuncié yo. Adelanto que me puedo equivocar en mi veredicto, pero, a mi juicio, la pelea la ganó de calle el filipino Pacquiao. Mayweather sí demostró una notable habilidad, pero fue la de correr por el cuadrilátero perseguido por Pacquiao. Es verdad que el púgil norteamericano se cubría bien y que Pacquiao no le alcanzaba como hubiera querido, pero el dominio del filipino fue indiscutible hasta los dos últimos asaltos. En estos, Mayweather se espabiló un poco previsiblemente pensando que su adversario estaría rendido – correr detrás de un fugitivo agota, eso sí es cierto – y podría alcanzarle con un golpe que lo derribara. No fue así. De hecho, el combate a los puntos lo ganó Pacquiao y el público lo sabía y se preparaba para escuchar un veredicto de derrota sobre el campeón. Pues bien, los jueces declararon vencedor por unanimidad a Mayweather. Y arreando que es gerundio.
Se mire como se mire, con experiencias así no se acaba teniendo la mejor impresión del género humano que lo mismo te falsea un resultado deportivo que explota a sus semejantes o que hace todo lo contrario en la vida real de lo que anuncia en la existencia virtual. Y sin embargo… sin embargo, nada de esto debería desanimarnos o entristecernos. Tampoco debería sumirnos en el pesar o la ira. Nada de eso permanecerá mucho tiempo por otra parte. Con todo, estas situaciones tendrían que estimularnos para hacer mejor las cosas, para no contemplar a nuestro prójimo como un kleenex que se usa y se tira, y para dejar de creer en los que dicen una cosa y hacen exactamente la contraria.
Por la diferencia de horario, aún me quedan unas horas del fin de semana. Voy a intentar vivirlo de la manera más noble, compasiva y hermosa que sea posible. Igual que la semana que viene. Me atrevo a sugerirles que hagan lo mismo. Les dejo con Ben E. King. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!