Recuerdo a la perfección el día que vino a verme, casi sigilosamente, a mi despacho en la redacción para pedirme que no abandonara la cadena y renovara mi contrato por dos años más. Como a otros antes, le señalé que no tenía intención de permanecer en la casa después de que despidiera a Federico Jiménez Losantos. Paloma me miró con un gesto dulce y con voz queda me dijo: “Pero a ti no te echan, César”. Por un momento, estuve tentado de contarle las razones completas de mi marcha, pero creo que la ternura de Paloma me lo impidió. Me limité a darle las gracias, a ponerme a su disposición para lo que necesitara y a despedirla con un beso.
Era una compañera simpática, amable, competente y muy bien informada de asuntos vaticanos. De hecho, es la única persona que logró que me enfadara en el curso de un programa de radio. Se debatía si Juan Pablo II había muerto y Paloma entró al final de mi emisión para afirmar que sí. Nadie había realizado semejante aserto y me irritó que, precisamente la COPE, se pudiera equivocar al dar una noticia no comunicada oficialmente. Fui yo el que erró porque, apenas unas horas después, la muerte del pontífice quedaba confirmada. Para una vez que me agarré un rebote resulta que me equivoqué de medio a medio. Moraleja: no te enfades por las noticias.
Paloma era católica e incluso filopapal, pero no era estúpida ni estaba desprovista de espíritu crítico. Me viene a la memoria un día que irrumpió en mi despacho, indignada porque, en esos momentos, una de las estrellas de la casa estaba realizando el panegírico de un eclesiástico que acababa de expirar. “Pero ¿cómo se le ocurre?”, me dijo, “¡si todo el mundo sabe que era un pedófilo!”. Y tenía toda la razón del mundo porque el personaje en cuestión era el padre Marcial Maciel culpable de multitud de abusos sexuales contra menores y fundador de los Legionarios de Cristo.
Paloma era fiel a su iglesia, pero no fanática. En cierta ocasión, me pidió un ejemplar de mi libro Jesús, el judío para regalárselo a Ratzinger, ya coronado papa. Insistió en que le añadiera una dedicatoria. Era yo escéptico de que el libro llegara al destino que apuntaba Paloma, pero no deseaba desairarla de manera que le regalé un ejemplar dedicado. Lo cierto es que a los pocos días recibí una misiva oficial - que andará por algún rincón de mis archivos – dándome las gracias.
Como tantas cosas en esta vida, cuando las pierdes es cuando te das cuentas de las oportunidades desaprovechadas. Hace años, Paloma me invitó a visitar con ella la Capilla Sixtina. Me aseguró que no sería el típico trayecto para turistas sino uno muy especial. No me cabe duda de que habría sido así, pero entre que estás muy ocupado, que no encuentras hueco para viajar a Roma y que te acabas yendo de la COPE, no pudo ser. No pudo ser y ya no será. Como tantas oportunidades o la aprovechas en el momento o despídete de ellas. En cualquiera de los casos, la recordaré siempre como una buena compañera, una buena profesional y una buena persona. No es poco. Hasta siempre, Paloma.