Siento un cariño muy especial hacia Honduras. Cuando visité la nación por primera vez, los sandinistas habían creado una situación de guerra que se extendía a toda Centro-América. En aquel entonces pretendía yo ayudar a los objetores de conciencia de la zona – lo que estuvo a punto de costarme la vida, pero en otro país diferente - y pasé mi tiempo en Tegucigalpa, San Pedro Sula y otras localidades. Regresé tiempo después – hace unos veinte años – y encontré que el país había progresado algo aunque no tanto, por supuesto, como me hubiera gustado.
La Honduras que me he encontrado ahora sí ha cambiado mucho. Honduras ha dado un salto económico en estos años verdaderamente notable. Donde antes había estructuras propias de un pueblo, ahora se pueden ver los malls y los establecimientos de compañías internacionales. Sus bancos son nacionales – la banca extranjera no ha logrado arraigar aquí – y robustos, quizá porque no se han dedicado a cometer los disparates en que han incurrido durante años los de naciones occidentales como España sin ir más lejos. Por añadidura, se percibe una presencia de las iglesias evangélicas verdaderamente espectacular. Se dice que los evangélicos ya son el cuarenta y cinco por ciento de la población hondureña. No es poco teniendo en cuenta que eran una minoría testimonial hace sólo cuarenta años. Ahora sus iglesias, sus colegios, sus universidades, sus hospitales son imposibles de no ver en cada esquina y, sin ningún género de dudas, constituyen un factor de enorme bendición para la nación.
Con todo Honduras también tiene sus problemas. El primero es el de la inseguridad. La estructura estatal siempre ha sido frágil y ahora se ve impotente para enfrentarse con la delincuencia juvenil agrupada en las denominadas maras. No muchos consideran que se trata de un problema exportado ya que sus miembros iniciales fueron emigrantes que Estados Unidos devolvió a Centro-América cuando comenzaron a agruparse en organizaciones delictivas. Sin duda, Estados Unidos se libró de un gran problema, pero Honduras y El Salvador se encontraron con una situación que no han sabido administrar con la misma energía que el coloso del norte. Ahora es muy común ver vigilantes delante de las escuelas, en los almacenes, en la puerta de los hoteles, en realidad, ante cualquier sitio que pueda ser objeto de ataques de los amigos de lo ajeno. Quien gobierne en el futuro tendrá, sin duda, que enfrentarse con esta situación.
El segundo problema es el de la corrupción. En las sociedades al sur del Río Grande es un mar endémico desde que llegaron las primeras naves españolas como atestiguan las mismas fuentes del período colonial. Por supuesto, la corrupción no desapareció con la independencia. Sin embargo, ahora la gente está inquieta porque se ha descubierto algún caso notable. Entre nosotros, debo decir que la corrupción que hay en España desde hace décadas es muy superior a la que sufren los hondureños. Aquí no tienen diecisiete comunidades autónomas ni miles de ayuntamientos y eso limita la corrupción muchísimo. Los casos como el de los ERES, de la Gurtel y de los infinitos latrocinios del nacionalismo catalán – por no hablar del vasco – son aquí totalmente inconcebibles, tanto que rehúso explicárselos a los hondureños que están escandalizados por que las cuentas de la seguridad social no están claras. No les voy a decir que en España el gobierno no para de echar mano de la hucha de las pensiones y nadie dice ni mu. No me creerían además.
El tercer problema es que la actual administración ha decidido comenzar a adoptar medidas como las que ha seguido el PSOE durante décadas o el PP perpetra actualmente. Por ejemplo, decidió subir el salario mínimo para júbilo de los hondureños que no se percataron de que la medida significaría la quiebra de multitud de pequeños negocios y el desempleo de millares. Sí, la decisión parece social – como subir los impuestos a autónomos y empresas o como gastar más en empresas públicas – pero su efecto no puede ser más antisocial. Debo decir, no obstante, que aquí, al menos, hay partidos que se oponen a estas decisiones mientras que en España el PP ya propugna en Andalucía el salario social como si se hubiera convertido en PPodemos.
Si Honduras no descarrila económicamente – Dios no lo quiera – estoy seguro de que podrá salir adelante. El sistema financiero no está en manos de los políticos, la administración es reducida y no existen estímulos para vivir del contribuyente. Todo lo contrario que en España con la que soy menos optimista. Por cierto, en todas las entrevistas que me han hecho en estos dos primeros días – cuatro – los periodistas han demostrado un conocimiento nada vulgar de España. Saben de los casos de corrupción relacionados con la Casa real, que el nacionalismo catalán es un disparate y que el gobierno insiste en que la recuperación económica ya es un hecho. Incluso conocen los medios españoles y, por supuestos, muchos hondureños son forofos del Real Madrid o del Barça. La situación inversa es impensable en España, pero, claro, ya se sabe que España es una nación más importante que Honduras. Basta con echar un vistazo a nuestra deuda pública que ya, a pesar de los juegos de manos de Montoro, alcanza el 98 por ciento de nuestro Producto Interior Bruto. No se puede negar que somos mucho más importantes.
CONTINUARÁ
