Garzón – que no parece haberse enterado todavía de que cayó el Muro de Berlín – planea conquistar si no los cielos, sí el gobierno de España de la mano de Pablo Iglesias, y, por supuesto, pregona que todo tipo de tragedias y desgracias tiene su origen, única y exclusivamente, en el sistema capitalista.
No he podido evitar que sus palabras me hayan traído a la memoria una prueba ya sugerida por Alexander Solzhenitsyn, el escritor y Premio Nobel ruso, en el primer volumen de su indispensable Archipiélago GULAG. Señalaba Solzhenitsyn que para poder comprender lo que significaba el paso por el sistema concentracionario soviético conocido como GULAG, bastaba con someterse por un día, incluso por unas horas o minutos, a algunas de las situaciones que, en su interior, padecían los reclusos.
Recibir un chancletazo en los testículos, mantenerse desnudo bajo las picaduras de mosquitos, salir a trabajar con treinta grados bajo cero y experiencias similares dejarían de manifiesto para cualquiera lo que era el GULAG y, sobre todo, le permitiría juzgar la situación con realismo y más allá de pronunciamientos teóricos.
Yo invito a Alberto Garzón y cualquiera de los que piensan que el comunismo es la solución a nuestros males a trasladarse a cualquiera de las naciones oprimidas por esa ideología. Le invito a que sufra cinco horas de cola para intentar – porque no es seguro que lo consiga – comprar harina, leche o aceite en la Venezuela que lleva años respaldando a Podemos.
Le invito a que intente encontrar medicinas para psicóticos o enfermos de SIDA en los hospitales venezolanos.
Le invito a que intente publicar cómo una hija de Chávez ha conseguido hacerse con su fortuna astronómica en paralelo a tantos socialistas venezolanos que se han enriqueciendo especulando con alimentos y con el hambre del pueblo o directamente con el narcotráfico.
Le invito a que intente encontrar un empleo decente y bien pagado en Cuba.
Le invito a que examine lo que se enseña en las aulas adoctrinadoras de la isla explotada como su feudo particular por los Castro desde hace más de medio siglo.
Le invito a que viva con los derechos laborales y la paga de un obrero norcoreano.
Le invito a que se quede en cualquiera de las prisiones en las que todos y cada uno de estos gobiernos arroja a los disidentes.
Le invito a que asista obligado a los interminables actos de propaganda y autoelogio de cada uno de estos regímenes.
Le invito a que soporte por unos minutos las torturas que en Cuba, Corea del norte o Venezuela se aplican a los que abren la boca o son sospechosos simplemente de hacerlo.
Le invito a que intente encontrar una vivienda digna de tal nombre en cualquiera de esos países de régimen socialista.
Le invito a que intente desplazarse en los transportes públicos de cualquiera de esos paraísos.
Le invito a que se enfrente con la escasez de electricidad y de agua que existe en ellos y que lleva a algunos a intentar almacenar este último elemento en cubos que se convierten en focos de infección.
Ni un año ni un mes. Una semana. Por supuesto, como un esclavo más y no como un jerarca de la Nomenklatura comunista o un invitado especial de la dictadura. Luego, si aún tiene ganas, hablamos de modas.