Viernes, 26 de Abril de 2024

Jesús, el judío (VII): “Galilea… vio una gran luz…” (II)

Domingo, 15 de Julio de 2018

El inicio de la predicación en Galilea

Estos episodios, verdaderamente cargados de contenido para la comprensión de Jesús, constituyeron una especie de prólogo de su gran ministerio en Galilea, un período de su vida que duró aproximadamente desde el otoño del 27 d. de C., hasta la primavera del 29 d. de C.

Para Mateo – el evangelista más preocupado, pero no el único, por mostrar a sus compatriotas judíos que en Jesús se habían cumplido las profecías mesiánicas – aquel ministerio resultaba un cumplimiento claro de la profecía contenida en Isaías que afirma:

 

La tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, camino del mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz y los establecidos en región y sombra de muerte fueron iluminados (Isaías 8, 22).

 

El texto resultaba especialmente veraz y sugestivo para los judíos del s. I. Galilea era, sin duda, una tierra de población mixta. Por un lado, se hallaban los judíos que se esforzaban en vivir de acuerdo con la Torah – que no eran pocos – pero, por otro, se encontraban también los goyim o gentiles infectados de paganismo. Se mirara como se mirara, aquella era una tierra sumida en las tinieblas, pero sobre ella se iba a alzar – de hecho, ya había comenzado a levantarse – una gran luz, aquella que anunciaba que había que volverse al Dios de Israel porque Su Reino, el anunciado durante siglos por los profetas, estaba próximo.

Aunque no cabe duda de que la predicación de Jesús despertó desde el principio enormes expectativas, no resulta menos cierto que chocó también con muestras tempranas de incomprensión y desagrado. Lucas nos ha transmitido la primera reacción de los propios paisanos de Jesús en Nazaret en esos términos de rechazo ante lo que consideraban un mensaje, por cierto pronunciado en clave judía, que no encajaba con sus expectativas:

 

Vino a Nazaret, donde se había criado; y el sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso en pie para leer. Y le dieron el rollo del profeta Isaías; y, tras abrir el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para comunicar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a curar a los quebrantados de corazón; a anunciar libertad a los presos, y vista a los ciegos; a dar libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, se lo dio al asistente, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros. Y todos asintieron y estaban sorprendidos de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? El les dijo: Sin duda, me citareis el proverbio que dice: Médico, cúrate a ti mismo; las cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, hazlas también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra. Y en verdad os digo que había muchas viudas en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y se produjo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda en Sarepta de Sidón. Y había muchos leprosos en Israel en la época del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue curado, salvo Naamán el sirio. Al escuchar estas cosas, todos los que estaban en la sinagoga se encolerizaron, y levantándose, lo echaron de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada su ciudad con la intención de despeñarlo. Pero él pasó por en medio de ellos, y se marchó

(Lucas 4, 16-30).

 

El relato lucano rezuma desde la primera frase judaísmo. Jesús es un judío que, como era habitual en los judíos piadosos, acude a la sinagoga en el día del shabbat. Dotado de una instrucción por encima de la media, toma el rollo de Isaías – un texto de cuyo valor para la vida cotidiana está más que convencido - lo lee en lengua hebrea e incluso lo interpreta. El punto de fricción se produce al hacerlo de una manera peculiarmente original. Sin embargo, para ser honrados, también esa circunstancia es medularmente judía. De hecho, no otra reacción de sus correligionarios recibieron Isaías, Amós o Jeremías cuando su predicación fue diferente de lo que esperaban – y, sobre todo, deseaban – sus contemporáneos.

Si los paisanos de Jeremías habían reaccionado con extrema aspereza ante sus anuncios de destrucción del Templo (Jeremías 18, 18-23; 26, 1-24; 37-38) y si Amós fue objeto de las amenazas del sacerdote Amasías (Amós 7, 10-17), no puede sorprender que se creara tensión al advertirse el contraste entre las intenciones de Jesús y las expectativas de sus paisanos. Si, por un lado, las expectativas de muchos de ellos eran celosamente nacionalistas, descartaban la participación de los gentiles en el Reino – más bien esperaban que éste quedara establecido sobre su derrota - e insistían en aspectos que consideraríamos de carácter material, la predicación de Jesús se había centrado en señalar al cumplimiento de las profecías mesiánicas, había proclamado que existía remedio para las necesidades espirituales, y había indicado – de manera muy provocativa – que había gente de Israel podía perder sus bendiciones y ver cómo iban a parar a los goyim, esos mismos goyim que poblaban Galilea y que no eran vistos con buenos ojos, si no escuchaba la predicación del Reino como, por ejemplo, había pasado en la época de los profetas.

Ciertamente, no puede sorprender que sus paisanos de Nazaret se sintieran airados ante aquel mensaje. Las palabras de Jesús eran “de gracia” y no de cólera, y además advertían de una posible pérdida que, de manera apenas encubierta, podía derivar en beneficio de los no precisamente apreciados goyim.

Es muy posible que ese rechazo en Nazaret – una aldea que, a la sazón, no contaba con más de unas ochenta familias que vivían en casas horadadas en la blanda roca de la colina – impulsara a Jesús a establecerse en una ciudad costera llamada Kfar Nahum y cuyo nombre se ha vertido al castellano como Capernaum y Cafarnaum (Mateo 4, 13-16). Fue, precisamente, en Cafarnaum donde Jesús comenzó a convertir su difuso, y, seguramente, muy escaso grupo de seguidores en otro más compacto.

 

 

CONTINUARÁ

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