Tal y como se ha ido desarrollando todo durante tan breve período de tiempo, el panorama político no parece que pueda ir más allá de tres opciones. La primera es que se cumplan los pronósticos de Montoro anunciados durante el debate de los presupuestos y que la economía crezca y salgamos realmente de la crisis. En ese caso, el PP podría revalidar su mayoría electoral y seguir gobernando. Sin embargo, tras examinar las cuentas del ministro de Hacienda, no le doy a esa opción ni siquiera un uno por ciento. Me encantaría equivocarme, pero creo que nuestra economía va a estancarse e incluso retroceder y no sólo porque la deuda superará el cien por ciento del PIB sino también porque la presión fiscal seguirá estrangulando las empresas y el consumo. El gobierno de Rajoy ha tenido en sus manos enderezar no pocos entuertos y, por el contrario, ha empeorado bastantes de las situaciones. Si no yerro, aún sin contar Gürtel, Punica o lo que salga, el PP no obtendrá una mayoría suficiente para gobernar y es hasta dudoso a día de hoy que pueda ser el partido más votado. Se abrirían entonces paso dos opciones. La primera sería un gobierno del Frente popular formado por un PSOE que, comprensiblemente, no acierta a despegar y que se vería obligado a entrar en coalición con un crecido Podemos. Ese gobierno podría provocar una euforia mediante ciertas medidas de carácter subvencionado durante un breve tiempo, pero, a medio plazo, sus acciones se traducirían en la bancarrota, la salida del euro y la renegociación de la deuda aunque no necesariamente por ese orden. La segunda alternativa ante una imposibilidad del PP para gobernar en solitario – tercera si se contempla el conjunto – sería un gobierno de gran coalición de los dos partidos mayoritarios. Con todo, esta sólo funcionaría si estuviera dispuesta a realizar un drástico recorte del gasto público, una bajada muy acentuada de los impuestos, un borrón y cuenta nueva y una reestructuración del estado que incluyera tascar el freno de una vez y por todas al nacionalismo catalán y avanzar hacia la supresión de los conciertos vasco y navarro como se nos viene exigiendo discreta, pero firmemente desde hace demasiados años. Un programa semejante permitiría reactivar la economía y, si fuera llevado por gente nueva, hasta crear la sensación de regeneración indispensable para que se pueda salir de una lamentable situación que dura demasiado. Pero si la gran coalición no sale adelante en esos términos, mucho me temo que sólo quedará esperar la llegada del Frente popular.