Es precisamente, al mencionarse CrowdStrike, cuando Zelensky señala que sabe que Rudolf Giuliani, el abogado personal de Trump, está investigando las presiones de Biden para que destituyeran a Shokin. Sólo entonces Trump dice: “escuché que tuvisteis un fiscal … Biden se iba jactando de que había detenido la investigación, de manera que si puedes mirarlo. Me suena horrible”. Momento en que Zelensky asegura a Trump que todas las investigaciones se harán de manera “abierta y sincera”. Por más vueltas que se de a la transcripción ni Trump aborda el tema ni mucho menos condiciona la investigación sobre Biden a la entrega de ayuda. A decir verdad, Zelensky ya ha declarado públicamente que no se sintió en ningún momento presionado por Trump y, de hecho, las referencias a la ayuda de Estados Unidos no se mencionaron en ese momento de la conversación sino a su inicio.
Se mire como se mire, la iniciativa para comenzar un proceso de impeachment contra Donald Trump parece totalmente descabellada desde una perspectiva legal y fáctica, pero, sin duda, ha de tener motivos. Permítaseme que sugiera varios.
Entre los motivos, muy posiblemente, se encuentra la incapacidad de buena parte de los demócratas para metabolizar la derrota de Hillary Clinton, derrota que anunció en septiembre de ese año quien escribe estas líneas, pero que parecía totalmente imposible a juzgar por lo que contaba la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Dicho sea de paso, constituye una razón bien poderosa para someter a un análisis crítico lo que propalan los medios.
Esa incapacidad para aceptar la derrota arrastró al partido demócrata al absurdo del denominado Russiagate que concluyó con que Trump nunca recibió ni pactó ayuda de agentes rusos para ganar las elecciones y que además ha terminado por sacar a la luz la poca ejemplar conducta de algunos funcionarios y el hecho de que la compañía que proporcionó los datos es propiedad de dos nacionalistas ucranianos más que interesados, por supuesto, en agriar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. A partir de esa situación, un sector del partido demócrata – muchos de ellos ya desengañados con anterioridad – llegó a la conclusión de que la vía del impeachment era absurda por lo que llama todavía más la atención el movimiento de Pelosi y la manera en que lo ha realizado.
En el caso del impeachment hay dos razones más de enorme gravedad. La primera es el más que posible deseo de evitar que se pueda abrir una investigación sobre Joe Biden cuya presunta corrupción, ya denunciada previamente, colocaría toda la era Obama bajo la peor de las luces. El hecho de que Biden fuera en ese entonces – que no en los últimos días – el mejor situado para obtener la nominación demócrata a la carrera presidencial añadía gravedad al asunto. No sólo Trump podría competir con alguien de menos peso que Biden – y ganar las elecciones – sino que además toda la propaganda de la era Obama podría venirse abajo como un castillo de naipes.
La segunda razón es mucho más importante y, desde el punto de vista del autor de estas líneas, es decisiva. Me refiero a la gravísima escoración del partido demócrata hacia posiciones socialistas. Con un ala derecha, los blue dogs, que recuerdan mucho lo que ha sido el partido demócrata en otras décadas y un ala izquierda en la que destacan personajes como Bernie Sanders o las cuatro mujeres de la Squad, el centro del partido demócrata se ha demostrado vez tras vez incapaz de mantener el equilibrio, recuperar las posiciones históricas del partido fundado por Jefferson y eludir la amenaza socialista. Finalmente, Nancy Pelosi no ha sabido, no ha podido o no ha querido resistir las presiones del sector socialista y ha decidido ir hacia un procedimiento de impeachment que es prácticamente imposible de ganar, pero que, por añadidura, contiene enormes peligros.
Por ejemplo, la apertura de la investigación implica un riesgo cierto de que se lleve a cabo una investigación directa de las actividades no sólo de Joe y Hunter Biden sino también de Hillary Clinton en cuestiones como el episodio lamentable de Benghazi y del propio Obama. Intentando evitar, pues, que se descubra la presunta corrupción del vicepresidente toda la era Obama puede verse sometida a la luz pública como nunca lo fue. Quizá haya quien piense que, aunque el impeachment fracase, la figura de Trump se verá tan embarrada que disminuirán sus probabilidades de victoria. Quizá, pero la Historia muestra que Clinton que pasó por tan amargo trance salió, reveladoramente, beneficiado. Al fin y a la postre, las próximas elecciones serán determinadas por algo tan prosaico y necesario como la economía. Si Trump consigue mantener las cifras de crecimiento y de empleo – realmente excepcionales – pasará ocho años en la Casa blanca. Si la crisis económica le estalla en las manos, podemos llegar a ver cosas prodigiosas. En uno o en otro caso, la maniobra del impeachment se revela como una acción estúpida y como toda estupidez, inmoral. En el pecado, es de esperar, este partido demócrata se puede llevar la penitencia.