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Domingo, 24 de Noviembre de 2024

La “inocente manía” de cambiar los nombres de la calle

Lunes, 20 de Julio de 2015

​Apenas se había estrenado la II República, cuando los nuevos detentadores del poder comenzaron a cambiar de manera desenfrenada los nombres de las calles. Sería nada menos que Manuel Azaña el que se burlara de semejante conducta escribiendo que ésa era “una de las primeras cosas que hace en nuestro país cualquier movimiento político.

Inocente manía que parece responder a la ilusión de borrar el pasado hasta en sus vestigios más anodinos”. Azaña sabía de lo que hablaba porque en Madrid, la calle de Alfonso XII había cambiado su nombre en 1931 por Alcalá-Zamora y en 1936, por Paseo de la Reforma Agraria. De manera semejante, la calle Mayor pasó a denominarse de Mateo Morral, el anarquista que intentó asesinar el día de su boda a Alfonso XIII y Victoria Eugenia causando varias docenas de víctimas mortales. Se puede discutir si, como decía Azaña, cambiar la nomenclatura de las calles es una “inocente manía”. De lo que no cabe, sin embargo, la menor duda es que se trata de una conducta que podría definirse adecuadamente como “tuerta”, es decir, que ve con un solo ojo. A decir verdad, si bien se mira, obedece el deseo de borrar nombres no a que éstos sean especialmente malvados o se puedan identificar con las peores conductas sino a que son de “los otros” y “los otros” no pueden tener, a diferencia de “los nuestros”, un lugar en el recuerdo y la consideración de todos.

En el caso de Madrid – lamentablemente no el único – los ejemplos son palmarios. Examinemos algunos. Por ejemplo, Madrid cuenta con una avenida de Pablo Iglesias. Que fue el fundador del PSOE es conocido, pero se pasan por alto otros aspectos de su trayectoria especialmente inquietantes para cualquiera que crea en la democracia o en la supremacía de la ley. Así, Pablo Iglesias no dudó en amenazar en sede parlamentaria con la perpetración del “atentado personal” si se daba la circunstancia de que Maura llegaba al poder. No menos rotunda fue su confesión explícita pronunciada también en las Cortes, en mayo de 1910, en el sentido de que el PSOE no estaba dispuesto a respetar la legalidad o, por citarlo literalmente: “Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones”. Se puede decir lo que se desee de Pablo Iglesias, pero resulta dudoso su carácter ejemplar y el hecho de que cuente con una calle en Madrid sólo se explica desde la propaganda de partido. No mejor es el caso de Indalecio Prieto que tiene un bulevar dedicado a su nombre en Madrid. Tras la derrota sufrida por las izquierdas en 1933, Prieto fue figura entusiasta en la preparación de una sublevación armada contra el gobierno legítimo de la II República. Por desgracia, el alzamiento tuvo lugar en octubre de 1934 y, aunque fracasó estrepitosamente en Barcelona – donde contaba con el respaldo de Companys y de la Esquerra Republicana de Cataluña – se mantuvo durante varias semanas en Asturias saldándose con cuantiosas pérdidas materiales y algo menos de un millar de cadáveres. La experiencia de Asturias no llevó a Prieto a reflexionar y así, durante la guerra civil, no dudó en someterse a los dictados de los agentes de Stalin en España, un hecho que él mismo reconocería en la posguerra. Ni siquiera en el exilio su figura se vería libre de controversias al estimar no pocos republicanos que el dirigente socialista se había lucrado con fondos sacados de España. No mejor es el caso de Francisco Largo Caballero, otro socialista que cuenta con una calle en Madrid, por cierto muy cercana a la de alguien tan diferente de él como Gandhi. Largo Caballero fue responsable directo de lo que se ha denominado la “bolchevización del PSOE” iniciada ya en 1932 y que abortó las posibilidades de que el socialismo español fuera democrático encauzándolo, por el contrario, ya de manera definitiva por la vertiente totalitaria. Cabeza principal del alzamiento armado contra el gobierno republicano de 1934, en febrero de 1936, durante la campaña electoral y antes de se constituyera la conjura para dar el golpe de julio de ese mismo año, Largo Caballero anunció públicamente una y otra vez que el PSOE iría a la guerra civil para conquistar el poder si el resultado de las urnas le resultaba adverso. En no escasa medida, Largo Caballero fue uno de los grandes responsables del enfrentamiento fratricida con sus continuos llamamientos a la guerra civil y a la toma revolucionaria del poder y con sus anuncios de la formación de un ejército popular que sustituyera al existente. Denominado el “Lenin español”, los despachos diplomáticos británicos advertían ya a inicios de 1936 de que su llegada al gobierno desencadenaría en España una revolución bolchevique que acabaría con el sistema republicano. No se equivocaron los analistas extranjeros porque, convertido en presidente de un gobierno del Frente popular, Largo Caballero fue el responsable principal del establecimiento de todo un sistema de checas donde se torturó y se perpetraron asesinatos políticos. Igualmente, fue el impulsor de la creación de un sistema semejante al GULAG soviético que tuvo forma legal, pero que las derrotas militares impidieron consumar. La calle de Pasionaria, muy cercana a la de Rosa Luxemburgo y a la de Santa Bernardita, es otro ejemplo de cómo el callejero de Madrid es considerablemente benévolo frente a personajes que han defendido cosmovisiones totalitarias. Convertida en un icono del PCE desde 1936, Pasionaria no llevó una vida precisamente ejemplar. Consiguió, por ejemplo, que Stalin intercediera ante Hitler para que liberaran a su amante retenido en Francia, pero se negó a atender a los “niños de la guerra” olvidados por el régimen soviético hasta el punto de que uno de ellos intentó asesinarla. Hizo también la vida imposible a su amante - que había decidido vivir con una mujer más joven - hasta el punto de que, aterrorizado, acabó padeciendo un sarpullido sumado a la impotencia. Como no podía ser menos, calificó de “cabezas de chorlito” a Claudín y Semprún cuando fueron expulsados del Comité central del PCE. Personaje totalitario, stalinista y sometido hasta la médula a los dictados de Moscú es comprensible que provocara el entusiasmo de algunos y más dada la manera en que se convirtió en un símbolo de la Transición, pero, desde luego, cabe preguntarse si merece figurar en el prontuario de vidas ejemplares ni siquiera política o humanamente hablando. Pero quizá el ejemplo más desdichado del tuertismo del callejero sea el que ofrece Santiago Carrillo, antiguo secretario del PCE. En junio de 2013, en medio de una controversia no pequeña, el ayuntamiento de Madrid decidió dedicar una calle a Santiago Carrillo. El paso no podía sino provocar protestas populares porque Carrillo es, con seguridad, el responsable del mayor número de asesinatos de madrileños desde que las tropas invasoras de Murat llevaron a cabo los fusilamientos del 3 de mayo. Como han dejado de manifiesto las fuentes soviéticas incluido Dimitrov, a la sazón factótum de la Komintern, Carrillo fue el que dirigió las matanzas masivas perpetradas por fuerzas de seguridad republicanas en Paracuellos y otras localidades cercanas a Madrid. Los crímenes constituyeron la única atrocidad de la guerra civil española que podría ser calificada propiamente de genocidio. Los fusilamientos en masa no fueron, como se ha repetido más de una vez, fruto de la improvisación o del desorden de la retaguardia. Por el contrario, se produjeron de manera más que calculada y sistemática siguiendo un método ya utilizado por la Cheká en Crimea y que luego sería repetido en Katyn por el NKVD. El número de las víctimas se elevó a unas cinco mil personas en números redondos – reproduje hace años el nombre de los identificados en mi libro Paracuellos-Katyn - de los que la mayoría eran madrileños y, en un porcentaje muy elevado, menores de edad. El caso de Carrillo – a pesar del intento de pasar por alto su pasado durante la Transición – resulta se convierte ahora en especialmente escandaloso porque el dramaturgo Pedro Muñoz Seca va a perder, previsiblemente, la calle que tiene dedicada en Madrid por deseo del actual gobierno municipal. Pedro Muñoz Seca, autor entre otras comedias de La venganza de don Mendo sólo cometió el crimen de ser conservador y, poco antes de ser fusilado por los milicianos, bromeó con ellos diciendo que había algo que nunca le podrían quitar: el miedo. Muñoz Seca fue asesinado en Paracuellos. Si su calle desaparece – como la de Mártires de Paracuellos - el actual ayuntamiento de Madrid podrá jactarse de algo que sólo ha sucedido en regímenes totalitarios como los de Hitler; Lenin y Stalin: seguir ensalzando a verdugos mientras borra de las calles la memoria de sus víctimas. En otras palabras, habrá superado a otros sectarios y fanáticos que lo antecedieron con medidas semejantes a lo largo de la Historia de España no siendo ya tuerto sino moral y éticamente ciego.

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