Es muy posible que, durante el noviciado, Lutero diera muestras de cierto talento. Desde luego, así debió parecer a los responsables porque lo seleccionaron para realizar estudios teológicos superiores. Los agustinos tenían una relación estrecha con la universidad y hacia ella encaminaron al joven sacerdote. Se ha discutido mucho sobre la posible influencia de los occamistas sobre la posterior evolución de Lutero. La verdad es que resulta discutible que se produjera. De hecho, Lutero se expresó irónicamente sobre Occam y no parece que conociera sus escritos anti-papales. Por lo que se refiere a Biel, otra de las influencias apuntadas, lo cierto es que era un fiel católico cuya actitud hacia Roma resulta intachable desde una perspectiva católica y que además no entusiasmó a Lutero. El futuro reformador pudo ser crítico con el aristotelismo que había entrado en la Escolástica, pero no deja de ser significativo que su visión de la teología escolástica es mucho más respetuosa que la que hallamos, por ejemplo, en Erasmo. A fin de cuentas, como tendremos ocasión de ver, el influjo decisivo sobre Lutero fue el derivado de la Biblia y no de la obra de teólogos anteriores.
A finales de 1508, Lutero fue enviado a Wittenberg a dar una serie de lecciones sobre la Ética nicomaquea de Aristóteles en la facultad de artes. Martín estaba acostumbrado a una agradable Erfurt y Wittenberg le resultó una población inhóspita y arenosa, pero su asociación con esta urbe iba a resultar trascendental. El elector Federico dispensaba su respaldo a Wittenberg y tenía un enorme interés en su universidad. Aprobada su fundación por el emperador en 1502 y confirmada por el papa en 1503, su decano iba a ser el vicario general de la provincia sajona de los agustinos, Juan von Staupitz. Los agustinos además cubrían una cátedra de teología bíblica que ocupaba Staupitz y otra de filosofía moral que debía atender Lutero. Durante aquellos meses, el joven Martín tuvo que enfrentarse con un programa de trabajo muy apretado y el personaje clave en su vida fue Staupitz. Su amistad iba a perdurar toda la vida a pesar de los caminos diferentes que adoptaron. Staupitz (c. 1460) procedía de una familia de la nobleza y había cursado estudios en diferentes universidades asociadas con la denominada via antiqua. Tras pasar por Colonia (1483), Leipzig (1485) y Tubinga (1497), se había doctorado en 1500, siendo su inclinación teológica marcadamente agustiniana. Como vicario general de la provincia sajona, Staupitz había revisado las constituciones de la orden como un preludio al programa de reforma. Su posición era la de apoyar a los observantes que deseaban regresar a la regla primitiva frente a los conventuales que eran partidarios de conservar algunas modificaciones ulteriores. Semejante tarea implicaba viajar con mucha frecuencia y es más que posible que Staupitz pensara en encontrar a algún sustituto para las obligaciones docentes a las que tenía que atender. Cabe incluso la posibilidad de que fuera esa la razón por la que había decidido enviar a Lutero a Wittenberg.
Fuera como fuese, lo cierto es que Lutero obtuvo su grado de bachiller en el mes de marzo en Wittenberg. Inmediatamente, regresó a Erfurt para obtener el grado de sentenciario, lo que le exigió dar lecciones sobre las Sentencias de Pedro Lombardo, una obra resulta prácticamente desconocida en la actualidad, salvo para los especialistas, pero de enorme relevancia durante la Edad Media. Según propia confesión, en aquella época Lutero “devoró” los textos agustinianos. Se podría pensar que la visión de la gracia de Martín nació de aquella lectura de Agustín, pero carecemos de pruebas al respecto. Por otro lado, su aprecio por Pedro Lombardo era innegable y, en no escasa medida, se mantuvo durante toda su vida.
En esa época, los proyectos de reforma agustina de Staupitz chocaron con un importante obstáculo. Siete casas observantes, incluidas Erfurt y Nuremberg, se enfrentaron con un proyecto para unir a todas las casas alemanas y Martín recibió órdenes de ayudar al Dr. Nathin en la articulación de la oposición a tal medida. Inicialmente, los opositores buscaron el apoyo del arzobispo de Magdeburgo y cuando éste falló, optaron por enviar a dos hermanos a Roma para que presentaran sus posiciones. El hermano “senior” fue seleccionado en Nuremberg y Martín fue elegido como “socius itinerarius”. Dado que la meta era Roma, el viaje fue emprendido por el joven Martín con especial entusiasmo. A finales de 1510, los dos agustinos partieron con la intención de cruzar los Alpes – una empresa ardua en esa época del año – y descender a la llanura lombarda. El itinerario no fue fácil. Sin embargo, cuando contempló Roma a lo lejos, el joven Martín se lanzó al suelo y la saludó con un “Salve, santa Roma”.
Los dos agustinos cumplieron con su misión de comunicar sus puntos de vista a las autoridades eclesiásticas y, a continuación, realizaron la visita esperada a iglesias y catacumbas. La experiencia defraudó profundamente a Martín. Por ejemplo, los sacerdotes que había en Roma atendiendo diversos lugares visitados por los peregrinos insistían en que los clérigos visitantes celebraran la misa lo más rápidamente posible para dejar su sitio a otros que estaban esperando. Por añadidura, la ciudad no parecía destacar precisamente por su piedad sino más bien por su materialismo y depravación moral. Lutero señalaría con posterioridad que nunca hubiera podido creer que “el papado era tal abominación de no haberlo visto por mi mismo en la corte de Roma”. El juicio puede parecer severo, pero, a decir verdad, resulta muy morigerado si se compara con el de otros contemporáneos. Francisco Delicado, clérigo y autor de La lozana andaluza, nos ha dejado un retrato de la ciudad como una verdadera sentina de corrupción que, con toda justicia, fue castigada por Dios durante el famoso “sacco”. Ese mismo juicio es el que hallamos en el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma de Alfonso de Valdés donde las referencias a la corrupción moral y eclesial son numerosas y documentadas. No deja de ser significativo que los dos agustinos se encontraron con algunos alemanes en Roma y llegaron a la conclusión – que puede ser cierta – de que eran los mejores católicos con los que se habían dado en su viaje. Aparte de la decepción de ver la realidad de Roma, la apelación trasladada por los agustinos no fue aceptada. Pero el joven Martín no se sintió amargado por esa decisión romana. Por el contrario, debió quedarse convencido de que su causa estaba equivocada porque, al regresar a Alemania, dejó de apoyar a los que se oponían a Staupitz y eso a pesar de que ese cambio de posición no le granjeó precisamente la popularidad de sus hermanos de Erfurt.
Por su parte, Staupitz, muy bien impresionado con Lutero, adoptó la decisión de que cursara los estudios de doctorado y le sucediera en la cátedra de Teología bíblica en Wittenberg. El principal obstáculo para este plan fue el propio Martín. En una conversación mantenida bajo un peral, señaló a Staupitz que no veía claro ese destino y que incluso podía darse la circunstancia de que padeciera una muerte temprana. Staupitz zanjó la discusión señalando que su obligación era plegarse al voto de obediencia. Sin embargo, sabiamente, también indicó a Martín que debía percatarse de que ser doctor en teología implicaba entregar la vida a la labor de enseñar y predicar. Una ocupación de ese tipo no lo apartaría del servicio a los demás sino que lo ampliaría. Finalmente, el joven Martín obedeció. Tras aquella decisión quedaban por solucionar algunos problemas aparte el de la financiación de los estudios, pero Staupitz logró que el Elector sufragara los gastos.
El 19 de octubre de 1512, Lutero se graduó como doctor en teología. Se trataba de la consagración pública de una vocación que debía centrarse en la defensa de la Palabra de Dios y en la lucha contra las doctrinas erróneas. Aquella vocación – formalmente asumida a los veintiocho años de edad - iba a pesar de manera determinante sobre el resto de la vida de Lutero y, de hecho, el personaje resulta incomprensible si no tenemos presente que fue, siempre y de manera esencial, un profesor de teología. A decir verdad, le esperaba una profunda crisis que encontraría respuesta precisamente a partir del conocimiento teológico de que disponía Lutero.
CONTINUARÁ: La Reforma indispensable (IX): Un monje llamado Lutero (III): los primeros años (III): la crisis