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Sábado, 2 de Noviembre de 2024

Los libros proféticos (XII): Jeremías (III): el contexto (III)

Viernes, 8 de Abril de 2016

Tras la destrucción de Jerusalén – lo que los judíos conocen como el primer jurbán – los babilonios integraron el antiguo reino de Judá en el sistema provincial.

De lo que había sido un reino más que ciego y autosatisfecho – tanto que se negó soberbiamente a escuchar las advertencias de los profetas - apenas quedaba nada. Las ciudades estaban arrasadas; la riqueza, aniquilada; la élite, deportada y con ella buena parte de la población. De hecho, los babilonios sólo dejaron en el territorio de Judá a algunos campesinos miserables en la convicción de que no darían problemas. Como gobernador, nombraron a un tal Guedolías, hijo de Ahikam - un noble que había salvado la vida de Jeremías en el pasado (Jeremías 26: 24) - y nieto de Shafán, un colaborador de Josías que lo había apoyado en su reforma. Dado que Jerusalén no pasaba de ser un montón de ruinas, Guedolías dispuso la sede de su gobierno en Mizpáh.

Guedolías intentó gobernar con prudencia los restos miserables del reino de Judá (Jeremías 40: 7-12), pero fracasó en el intento. Tras un brevísimo período de gobierno – quizá sólo unos meses - los nacionalistas judíos lo consideraron un colaboracionista e Ismael, un miembro de la casa real respaldado por el rey de Ammón, forjó una conspiración para acabar con él. Al parecer, Guedolías fue advertido, pero no quiso creer en semejante eventualidad. El resultado fue que Guedalías fue asesinado y que Ismael y los suyos consiguieron huir.

Los amigos de Guedolías eran inocentes, pero temían las posibles represalias babilonias y decidieron huir a Egipto en contra de los consejos de Jeremías. No sólo eso. Además se llevaron con ellos al profeta. Ninguno de ellos volvería a ver su tierra natal.

Tuvo lugar entonces una tercera deportación en el 582 a. de C.. Quizá fue el castigo babilonio sobre una población judía incapaz de entenderse a pesar de la gran tragedia nacional. Fuera como fuese, la provincia de Judá fue abolida e insertada en la de Samaria; y sus habitantes, deportados. En apariencia, nada había a lo que aferrarse en términos humanos.

Esta sucesión de desgracias – no por advertidas, evitadas – fue el contexto de la vida de Jeremías. De su mensaje nos ocuparemos a partir de las próximas semanas.

 

CONTINUARÁ

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