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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Los libros profeticos (XIII): Isaias (VIII): El mensaje (V):c. 40-55: los siervos del Señor

Viernes, 29 de Enero de 2016

Con el capítulo 40 de Isaías comienza una nueva sección del libro que algunos han denominado el libro del consuelo y que otros han preferido llamar el Evangelio de Isaías. Puestos a elegir yo lo denominaría el libro de los siervos de Dios.

El inicio del capítulo 40 es un llamamiento a consolar al pueblo de Dios, un consuelo que comenzará en lugar tan poco verosímil como el desierto. Mientras tanto el mensaje lanzado no puede ser más realista. La carne es hierba y los seres humanos desaparecen como sucede con esas flores que, al cabo de un día, se han marchitado (40: 7-8). Poco o nada se puede esperar de ellos. Sin embargo… sin embargo, un día una voz surgida del desierto prepararía camino para que el propio Dios viniera (40: 10). Sería Dios en persona el que actuaría como actúa un pastor (40: 11). Ese Dios no tolera el culto a las imágenes porque sólo un necio pensaría en hacer una imagen para rendirle culto (40: 18-9).

Ese Dios único que no puede ser representado y que aborrece el culto a las imágenes – el capítulo 44 es uno de los ataques más feroces y realistas escritos jamás contra esa práctica religiosa – actúa, sin embargo, a lo largo de la Historia a través de siervos. Algunos siervos ni siquiera saben que lo son. Creen actuar según su antojo, pero, en realidad, cumplen con los propósitos de Dios. Sería el caso de un rey llamado Ciro que aparecería en el futuro y que sería utilizado por Dios para castigar a Babilonia y liberar a los judíos en el destierro (41: 1-4).

Otro siervo es Israel (41: 8), un siervo al que Dios ama, pero que, históricamente, no ha estado siempre a la altura de las circunstancias. De hecho, en 42: 18 ss, Dios se lamenta de que es ciego y sordo y de que tuvo que castigarlo históricamente por su mala conducta (42: 20-25). Con todo, Dios (44: 1 ss) lo exhorta a arrepentirse.

Pero el gran siervo es el Ebed YHVH, el siervo mesiánico que vendrá un día. Ese siervo mesiánico no será como muchos deseaban. Sin duda, para los judíos maltratados por Asiria, el mesías tenía que ser un dirigente nacionalista que acabara con esos paganos que cometían la atrocidad de inclinarse ante una imagen. Sin embargo, el Siervo de YHVH se ocupará de las naciones (42: 1-2) y además no gritará ni voceará porque no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo humeante (42: 3). De hecho, su misión buscará que incluso las islas más lejanas acepten su mensaje (42: 4). Ese siervo sería - ¡oh, gran escándalo para los nacionalistas judíos! - luz para las naciones (42: 6).

La misión de ese Ebed YHVH, según señala su segundo cántico, es llamar a Israel al arrepentimiento (49: 5) – luego el Ebed YHVH no puede ser Israel – pero también ser luz para las naciones (49: 6) porque Dios no es un nacionalista.

Este Ebed YHVH sería maltratado, pero no se echaría para atrás confiado en Dios. No lo haría aunque lo golpearan en la espalda o lo escupieran (Isaías 50: 4-9). Con todo en el cuarto canto del Ebed YHVH – Isaías 52: 13-53: 12 – quedaría establecido cómo sería su futuro de manera más que fácil de identificar. El Siervo de YHVH sería desfigurado en medio de su sufrimiento de tal manera que causaría pasmo (53: 14-15). Considerado como un ser sin importancia, los judíos lo verían como nada (53: 3). Sin embargo, aunque lo considerarían como un ser condenado por Dios - ¿no es eso mismo lo que dice el Talmud de Jesús o lo que pensó el Sanhedrín que lo condenó? – lo cierto es que sería traspasado por las transgresiones de Israel (53: 4-5).

Sí, del Ebed YHVH, de un siervo que no era como el vacilante Israel, pensarían que sólo recibía un castigo merecido de Dios, pero la realidad sería que Dios estaría descargando sobre Su siervo el merecido castigo por los pecados. Israel erraría como una oveja extraviada, como tantas ocasiones antes y después, pero Dios cargaría sobre el Ebed YHVH todos los pecados (53: 6). Serían precisamente los pecados del pueblo de Isaías los que llevarían a la muerte al Ebed YHVH (53: 8).

Lo que sucedería después resultaría ciertamente llamativo. Pretenderían enterrarlo con criminales porque como criminal había sido ejecutado, pero en la sepultura estaría con los acaudalados (53: 9). Y aún más prodigioso: tras entregar su vida en expiación (53: 10), vería la luz, es decir, volvería a vivir y justificaría a muchos porque, previamente, había cargado con sus crímenes (53: 11). Ese cargar con los pecados de todos sería precisamente la marca de su grandeza (53: 12) y no el ser un dirigente político y militar que recuperara trozo a trozo el territorio de Israel.

No puede sorprender lo más mínimo que los judíos anteriores a Jesús esperaran a un mesías sufriente al que identificaban con el Siervo de Isaías 53. En algún caso, pensaban incluso que podría haber dos mesías, uno sufriente y otro triunfante, pero era imposible negar la existencia de ese siervo mesiánico. Los testimonios abundan no sólo en Qumrán, el tárgum o el Talmud. Sólo la muerte de Jesús en la cruz provocó un serio problema a los rabinos posteriores a Yavné. Rashí comentaba un tanto molesto en la Edad Media que el protagonista de Isaías 53 se parecía mucho al “mesías cristiano”. Naturalmente, intentar sustituir al mesías por el pueblo de Israel en Isaías 53 era una tentación, pero el texto – aparte de la interpretación judía de siglos – dejan de manifiesto que semejante identificación resulta totalmente imposible. De hecho, cuando Israel es el siervo en Isaías no es precisamente en el buen sentido de los cuatro cantos del mesías-siervo.

Naturalmente, el profeta era consciente – lo soportó durante años – que semejante mensaje sería molesto para muchos. ¿Cómo iban ellos a aceptar que el mesías fuera un siervo sufriente en lugar de un libertador al estilo de David? ¿Acaso Dios no debía suscribir su nacionalismo? Isaías llevaba años mostrando lo errado de ese juicio. Esta vez, lo remacha de manera innegable: los pensamientos de Dios no son los de los hombres (55: 8) y el mensaje de Dios para el género humano se resume en una afirmación bien clara: hay que buscar a Dios mientras todavía existe oportunidad, hay que invocarlo y hay que convertirse cambiando de vida. Lo demás carece de importancia.

CONTINUARÁ

 

Lectura recomendada: Isaías 40; 44; 52: 13 a 53: 12; 55.

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