Para ser sinceros, si los cambios que pretende en seguridad social y pensiones fueran la razón real de los muertos que ensangrientan las calles nicaragüenses habría que llegar a la conclusión de que la décima parte de lo que ha hecho Montoro con España habría sido causa suficiente para el estallido de una guerra civil. No es así. A decir verdad, la reforma es el pretexto para la protesta social, una protesta social cuyas vías habituales en las instituciones y los medios ha cegado desde hace años Daniel Ortega. Como todos los sistemas socialistas, el sandinismo ha podido mantenerse con una mezcla de liberticidio, corrupción y clientelismo. Con los medios controlados y la oposición desarticulada mediante el socorrido expediente de dejar que se autodestruya, con la corrupción favoreciendo a empresarios y parientes y con un clientelismo volcado en determinados sectores sociales que no son precisamente los que crean riqueza, era de esperar que el sandinismo fuera como el PSOE en Andalucía o el nacionalismo en Cataluña, es decir, una eterna desgracia perpetuada a través de las urnas. El sistema ha empezado a cuartearse cuando el dinero se ha acabado y el pasado superávit de la Seguridad social se ha transformado en inquietante déficit. En otra nación, de esa coyuntura se sale mediante la mala baba expresada en las tertulias de radio y televisión y la esperanza de que todo puede solucionarse tras las elecciones. Da lo mismo que las tertulias no pasen del tópico o que nada se arregle con otros comicios. Da lo mismo porque el desahogo ha funcionado y el sistema aguanta siquiera otro poquito. En Nicaragua, no cabe esa posibilidad y al cansancio de unos empresarios que contemplan que las vacas gordas van desapareciendo, se suman clientelas cuyos pesebres cuentan con menos pienso y una generación estudiantil harta del oficialismo sandinista. La incapacidad para controlar simples algaradas y el despotismo propio de los dictadores ha desembocado en muertes. Sin embargo, no cabe engañarse. No es un problema puntual. Se trata de una crisis del sistema. O Nicaragua recupera siquiera algunos espacios donde se pueda respirar con libertad y el dictador Ortega se convierte en materia del pasado del que jamás debió emerger o el futuro puede ser trágico.