Reconozco que el ofrecimiento, considerado en términos meramente materiales, no estaba nada mal. Casi tres mil euros al mes, más dietas y libres de impuestos, es una cantidad nada baladí. Comprendo que a otros los conmueva. A mi, desde luego, no. Ni por un solo instante tuve la menor duda. No, no y no. Entiéndaseme. No estoy en contra de que la gente vaya en listas cerradas o de que se presente a las elecciones, pero creo que es uno de los lugares de los que debe mantenerse más distante alguien que pretenda opinar, reflexionar o interpretar la realidad política, social y económica con un mínimo de imparcialidad y sensatez. O analizas o pasas a formar parte de la casta. O cueces o te enriqueces.
En realidad, si una persona relacionada con los medios decide ir en las listas de un partido político está dejando de manifiesto, o bien que nunca regresará a los medios porque su vocación ha cambiado – lo que es lícito porque en este vida todos tenemos derecho a cambiar– o que su vocación es la de simple paniaguado vendido al mejor postor sólo que ahora lo sabemos y antes en el secreto estaban pocos. Reconozco que las experiencias que he conocido han sido poco edificantes. En algún caso, tras una legislatura, el periodista no fue incluido más tarde en esas mismas listas, se vio obligado a regresar a la comunicación e hizo la vida imposible a sus subordinados durante dos años enteros recordando la época en que vivía de nuestros impuestos y podía permitirse no dar un palo al agua por haber sido elegido. Bien mirado, debió sentirse como Adán expulsado del paraíso. En otras ocasiones, he visto al sujeto pasillear de las más diversas maneras, doblando el espinazo de todas las formas posibles, pasando la lengua por donde fuera menester, hasta que ha alcanzado su ansiado objetivo. En estos casos, lo habitual ha resultado que el medio en el que estaba lo respaldara aunque no siempre de manera desinteresada sino sembrando para poder recoger prebendas y publicidad el día de mañana.
Nunca me termina de quedar claro por qué hacen los partidos estas cosas. No sé, a ciencia cierta, si es que creen que la resonancia mediática se traducirá en votos, si pretenden premiar servicios previos o si, simplemente, desean gritar a la sociedad que los que se autoinvisten de autoridad moral son rameras más caras que las de las esquinas, pero rameras a fin de cuentas. Algo así como el señor feudal que tenía derecho de pernada sobre la campesina y que, al día siguiente de poseerla, mostraba, para presumir, la sábana con las huellas de la sangre virginal de la desdichada, aunque, en estas situaciones, no tienen nada de vírgenes y su destino es más que ansiado. Ignoro, a fin de cuentas, porque lo hacen y la verdad es que no me importa mucho. El mundo de la prostitución, salvo para ayudar a aquellos que desean abandonarlo sin volver la vista atrás, nunca me ha interesado. Otros, sin embargo, ejercen cómodamente en él sólo esperando que el pago sea mejor. Al final, como decía un conocido periodista, el mundo pone a cada uno en su sitio.