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Sábado, 23 de Noviembre de 2024

Pablo, el judio de Tarso (LXXVI): De Hispania a la segunda cautividad (II): El ultimo viaje

Domingo, 15 de Abril de 2018

Tras su paso por Hispania, un paso que debió ocuparle algunos meses del año 63, el apóstol se dirigió a Oriente. Los datos de que disponemos al respecto son escasos y fragmentarios y proceden, sobre todo, de los últimos escritos de Pablo, las denominadas epístolas pastorales.

El itinerario – en buena medida conjetural – debió ser, aproximadamente, el siguiente. Primero, Pablo se dirigió a Creta, acompañado de Tito. Es muy posible que este viaje estuviera relacionado con el deseo de predicar a unas gentes con las que había tenido contacto ya cuando, camino de Roma, estuvo en Buenos Puertos (Hechos 27, 7-12), el lugar donde hubiera deseado invernar, pero de donde, en contra de su opinión, la nave se alejó con dirección a Fenice. Ignoramos el itinerario que pudo seguir Pablo con Tito por la isla, pero es obvio que dejó allí a su joven colaborador para que se ocupara de organizar las comunidades existentes (Tito 1, 5).

De Creta, Pablo marchó a Éfeso con la intención de llegar a Colosas y cumplir lo que le había señalado a Filemón en la carta que lleva su nombre. No tenemos certeza absoluta de que este viaje se realizara, pero sí está establecido que estuvo en Éfeso y que allí dejó a Timoteo, uno de sus discípulos preferidos, para que se ocupara de asegurar el buen orden de la comunidad.

Desde Éfeso, pasando por Neápolis y Filipos, Pablo marchó a Nicópolis en Epiro, desde donde escribió a Tito instándole a que se reuniera con él para pasar el invierno (Tito 3, 12). Desde Nicópolis, seguramente a través de Filipos y Neápolis, Pablo regresó a Troas donde se hospedó en casa de un tal Carpo (2 Timoteo 4, 13). Aquí permaneció un tiempo, aunque aprovechó para acercarse a Mileto donde había quedado enfermo su colaborador Trófimo (2 Timoteo 4, 20).

El 18 de julio del 64, ardió Roma y el pueblo culpó del incendio a Nerón. Fuera o no cierta la acusación, el emperador decidió culpar de lo sucedido a los cristianos. Le constaba que no eran populares y creyó que serían un chivo expiatorio ideal. No debió equivocarse mucho porque Suetonio varias décadas después no mostraría un ápice de compasión hacia los inocentes cristianos e incluso se complacería en mostrarlos como “adictos a una superstición novedosa y perversa” [1] En breve, la persecución que había comenzado en Roma se extendió a las provincias y lo hizo con tanta virulencia que escritos como el Apocalipsis[2] la recogieron en tonos no exageradamente cruentos y sombríos. La detención de Pablo se produjo en Troas. La salida debió ser muy rápida porque no le dio tiempo a recoger ni sus libros ni su abrigo que tenía en la casa de Carpo (2 Timoteo 4, 13). Es muy posible que fuera localizado gracias a la denuncia de un tal Alejandro, un herrero que se oponía a la predicación de Pablo y contra el que el apóstol advirtió a Timoteo (2 Timoteo 4, 14-15) ya al final de su vida. No sólo eso. La persecución debió tener un efecto tan devastador entre los cristianos de Asia que el apóstol comentaría con tristeza cómo no había recibido la ayuda de nadie. De hecho, la única excepción a esa terrible realidad fue la de la casa de Onesíforo, un personaje que no sólo no se avergonzó de las cadenas que nuevamente pesaban sobre Pablo, sino que incluso partió en pos de él a Roma y no cejó hasta encontrarlo (2 Timoteo 1, 16-18).

Pablo fue sometido a una prima actio en la que, presumiblemente, se le acusó de ser un agitador y un dirigente de una secta perniciosa, la que había prendido fuego a Roma. Al parecer, Pablo logró salir con bien de ese primer trámite juidicial y se vio “a salvo de las fauces del león” (2 Timoteo 4, 16 ss). Sin embargo, el apóstol no se hacía ilusiones. Al mismo tiempo que relataba a Timoteo esa situación en la que, posiblemente, fue su última carta, le ponía de manifiesto que estaba dispuesto a pasar por el último trance, “a ser derramado como una libación” (2 Timoteo 4, 6-8). No se equivocaba, ciertamente. Sin embargo, antes de entrar en los últimos días de la vida de Pablo debemos referirnos a sus últimos escritos, las denominadas epístolas pastorales.

CONTINUARÁ

 

 

 

[1] Nerón 16, 2.

[2] La Bestia del Apocalipsis es, obviamente, Nero Kaisar (Apocalipsis 13) al que se le concede perseguir a los santos y vencerlos (13, 7).

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