Siguiendo una tradición secular que España trasplantó al otro lado del Atlántico, los comentaristas han achacado el origen del mal a una causa exterior en lugar de reconocer responsabilidades propias. Que se atribuya el comportamiento alemán al antisemitismo constituye una absoluta majadería siquiera porque una nación como España responsable de los pogromos de 1391, cuyos Reyes católicos expulsaron a los judíos en 1492 y que mantuvo la limpieza de sangre hasta bien avanzado el siglo XIX no tiene autoridad alguna como para dar lecciones al respecto. Aún más delirante es acusar a Alemania de racismo ya que, supuestamente, sus habitantes altos y rubios, miran con desprecio a los bajos y morenos. Que en España hay enanos físicos y morales es innegable, pero cuesta creer que la causa de todo este desaguisado se encuentre ahí. La realidad es que el desastre catalán ha sido impulsado, tolerado, permitido e incluso financiado por españoles. Es más. Algunos de los que ahora más gritan su indignación cierran la boca como Ramonetas cuando se trata de recibir dinero o publicidad de los principales valedores del golpe catalán. Mucho critican a los golpistas – con razón – pero luego se bajan las sayas ante la Caixa deseando recibir el dinero de su publicidad. En otras palabras, se ataca a la Mafia y se pierde el alma por venderla a Al Capone. Por supuesto, podemos echar la culpa de lo que sucede a Fausto, a Lutero, a los dramas de Schiller, al master de la Bernarda e incluso a Penélope Cruz que en una película se atrevió a rechazar los avances sexuales del Dr. Goebbels. Podemos hacerlo y muchos lo harán. Sin embargo, sería de desear que, por una vez, no busquemos falsos culpables de nuestros pecados innegables sino que los reconozcamos con sabiduría y cordura y demos los pasos para corregirlos porque nadie de fuera va a solucionar lo que nosotros mismos no arreglemos. Si alguien cree que exagero, ya tendrá ocasión de comprobarlo cuando el Banco Central Europeo deje de comprar nuestra deuda, suba la prima de riesgo y tengamos que apechugar con las monstruosidades económicas perpetradas por Montoro desde hace un lustro. Tampoco entonces nos echarán una mano. Así que, si se me permite el consejo, deberíamos de dejar de comportarnos como adolescentes porque, después de tantos siglos, ya es tiempo de madurar.