Viernes, 19 de Abril de 2024

Plácido, Sandokán, escoltas y gays

Lunes, 2 de Septiembre de 2019

Los recuerdos se me enredan como rabos de cerezas y, a medida que pasan los años, confluyen por nada formando una verdadera catarata.  Leyendo las denuncias – anónimas y repetidas acríticamente – contra Placido Domingo me han venido inevitablemente a la cabeza memorias de hechos que conocí de manera directa.  Ya conté hace tiempo en esta misma tribuna el caso de aquel catedrático que andaba como piñero a la caza de piñones siendo las piñas sus compañeras de profesión. 

No menos sonado fue el caso de aquella profesora que, so promesa de promoción profesional, se buscó un amante que hubiera podido ser su hijo al que obligaba a acompañarla a todas partes llevándola la cartera.  Esbelto mozo, los alumnos lo apodaron Sandokán, pero nadie dijo ni mu.  El joven, harto de ser humillado en público y de no recibir nada, se marchó dando un portazo.  Quizá en el departamento no causó escándalo porque uno de los titulares había colocado ya años atrás a una de sus amantes incapaz de hacer la o con un canuto.  Que hay quien aprovecha el poder para utilizar sexualmente a los que están peor situados y que los que están peor situados no pocas veces están encantados de entregar sexos para promocionarse es algo que - ¡ay! – no se limita a los hombres.  ¿Acaso tendré que dar el nombre de aquella ministra que no dudó en convertir en amante a uno de sus escoltas?  Tampoco es algo que se circunscriba a los heterosexuales.  ¿O deberé recordar a aquel ministro homosexual que sacó del empleo de acomodador a un joven para incrustarlo en el aparato del estado a costa del contribuyente?  ¿Tendré que rememorar el romance entre otro ministro de partido diferente que suministró suculentos contratos a un bailarín del que quedó prendado?  ¿Sandokán, el escolta, el maestro de ballet, el acomodador aparecerán un día clamando contra quién – hombre o mujer – dijo que los beneficiaría a cambio de su paso por la cama?  A saber.  Lo mismo sucede al cabo de treinta años y de manera anónima y con linchamiento público.  A mi, sin embargo, me queda la sensación de que las denuncias deben realizarse en su momento, deben incluir el rostro y los datos personales del denunciante y deben ir acompañadas de pruebas.  Lo contrario es actuar igual que la Inquisición, esa maligna institución que algunos se empeñan en defender y en recrear.

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