Sin embargo, más allá de apelar a Lenin para justificar el recibir dinero de un régimen tan retrógrado como la república islámica de Irán, en Pablo Iglesias no da la impresión de que, caso de haberlo estudiado a conciencia alguna vez, haya quedado la menor huella del pensamiento táctico o del análisis teórico del padre de la revolución rusa de octubre de 1917. A decir verdad, si acaso habría que señalar que contradice ambos a cada paso. En cuanto a Marcuse o Hegel, las huellas resultan imposibles de rastrear a día de hoy. Por otro lado, que Monedero, el número dos de la formación, se ha hecho fotos con Bob Jessop es indudable, pero resulta más discutible que se haya visto influido por él. A fin de cuentas, este profesor británico de la universidad de Lancaster se ha dedicado a reinterpretar a Gramsci y a Poulantzas para acabar describiendo la conexión entre la política y el capital como mera relación social, conclusión hasta cierto punto lógica en un sociólogo, pero no parece que Monedero discurra por esos andurriales doctrinales. Tampoco está muy clara la influencia de Claus Offe, también sociólogo de orientación marxista, y otros exponentes de la denominada segunda generación de la escuela de Frankfort porque más que, de nuevo, Monedero se haya esforzado en dejar constancia gráfica de que coincidieron alguna vez en un pasillo. Ni siquiera Albert Hirschmann – a pesar de haber combatido en la guerra civil española en el bando frente-populista – es mentor de Monedero o Iglesias por la sencilla razón de que Hirschmann rezuma nostalgia por un mundo que se fue supuestamente a causa de la avaricia de los consumidores. A decir verdad, Hirschmann parece más una plañidera d ocasiones perdidas de avanzar hacia el socialismo que un teórico de cómo llegar al paraíso. Insistamos en ello: a Monedero parecen entusiasmarle los selfiescon estos teóricos, pero de ahí a tenerlos como maestros o siquiera haber aprendido algo de ellos media un abismo. Algún paralelo táctico sí existe con Jean-Luc Mélenchon, dirigente del Partido de la izquierda en Francia que obtuvo un once por ciento de los sufragios en las últimas presidenciales. De hecho, Mélenchon consiguió una considerable popularidad gracias a su intervención en tertulias e Iglesias aplaudió su afirmación de que si ganaba las elecciones su primera medida sería hacer desfilar al ejército por los Campos Elíseos para mandar un mensaje a los mercados financieros. Lo cierto es que por más que pretendan adornarse con plumas de sofisticación intelectual en ciertos medios, la influencia ideológica real – más allá de su conocimiento de los nuevos medios de masas - sobre Podemos procede de Hispanoamérica. Se ha señalado en alguna ocasión que Ernesto Laclau, argentino fallecido en Sevilla en 2014, podría haber sido su mentor, pero la afirmación no deja de ser altamente especulativa. Laclau conocía el marxismo bastante deshuesado de Althusser y bebió de la teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci, el imaginativo comunista italiano que tanto ha pesado en análisis de la izquierda posteriores a la segunda guerra mundial. Sin embargo, su cuestionamiento del peso de la lucha de clases y del análisis económico lo convirtieron en un hereje desde la perspectiva marxista y, de hecho, fue, fundamentalmente, un teórico del populismo que, según él, crea “significantes vacíos” que sirven para aglutinar a gentes que sienten que sus exigencias políticas no son escuchadas. Algunos han atribuido semejante táctica a Podemos, pero, honradamente, no parece que se corresponda con la realidad ya que los anuncios de esta formación política son considerablemente concretos. Tampoco existe la menor constancia de que Podemos haya recibido entrenamiento en el Punto Cero de Guanabo donde la dictadura cubana ha proporcionado adiestramiento en la subversión política a los grupos más variopintos. En realidad, Podemos es más un producto directo – y confeso - del triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. Iglesias ha afirmado de manera taxativa que Hugo Chávez es «uno de los principales motores de cambio en América Latina» y tras su muerte, aseguró que «Los demócratas hemos perdido a uno de los nuestros». Por su parte, Juan Carlos Monedero fue asesor del “gorila rojo” durante nueve años. Puede molestar a los que les gusta presumir de pedigree intelectual, pero el golpista venezolano, Evo Morales o Correa están mucho más cerca de Iglesias y Monedero que Laclau o Althusser. De hecho, los han elogiado con reiterado entusiasmo, algo que no han hecho con el régimen de Irán a pesar de la ayuda que han recibido del régimen de los ayatollahs. Ahí es donde radica uno de los dramas de Podemos ya que esos populismos hispanoamericanos, a pesar de sus protestas de izquierdismo, son un mero calco de la estrategia y de la táctica creadas por el fascismo para llegar al gobierno en Italia a inicios del siglo XX. Los ejemplos no son pocos. En un reciente debate, Monedero apelara a los hogares con frío en Navidad ignorando seguramente que semejante referencia tiene hondas raíces fascistas. De manera semejante al fascismo italiano – que tenía como canción emblemática el Giovinezza, giovinezza (Juventud, juventud) – Podemos ha teorizado con la manera de capitalizar políticamente el enfrentamiento entre “jóvenes y viejos”. Partiendo de esos mimbres a nadie puede sorprender que el mismo programa económico de Podemos se parezca de manera extraordinariamente llamativa al Programa de Sansepolcro del fascismo mussoliniano. Quizá por ello no debería extrañar que algún conocido personaje de la extrema derecha española lo haya aplaudido como similar al de la Falange de José Antonio aunque “dulcificado”. Como aquel ricachón de Molière que, llegado a la corte, descubría que hablaba en prosa sin saberlo, quizá un día los dirigentes de Podemos logren también descubrir que su estrategia para tomar el poder e incluso su programa político no son ninguna novedad sino que fueron ya diseñados a inicios del siglo XX no por Lenin sino por un antiguo socialista llamado Benito Mussolini.