Hubo varios durante el franquismo y también en los primeros años del actual régimen. Aznar incluso abrigó uno que – me temo – le venía grande al país, pero desde ZP no existe un solo partido que más allá de colocar parches y, por encima de todo, intentar alcanzar el poder o mantenerlo, tenga una idea de porvenir para España. Semejante circunstancia no es novedad en nuestra trágica Historia que algunos molondros se empeñan en pintar de rosa, pero es que la situación es especialmente delicada porque va unida a la equivocadísima idea de que la Unión Europea – o lo que quede de ella - nos sacará las castañas del fuego. Moléstense en ver las empresas punteras del mundo y salvo alguna oriental todas son norteamericanas. Y mientras el mundo está comenzando una revolución que va a dejar chiquita la industrial y la informática aquí todos andan en seguir colocando a los suyos, en subir los impuestos para seguir creando pesebres y en engatusar a los ciudadanos para que los voten apelando lo mismo a la república catalana que a la exhumación de Franco o a la ideología de género. Al parecer, la fuga de talentos va a terminar y se atará a los perros con longaniza cuando el dictador sea sepultado en otro lugar, cuando se acabe con los varones heterosexuales y cuando los nacionalistas catalanes conquisten Baleares y Valencia. Pueden seguir viviendo en ese mundo de matrix porque, a fin de cuentas, para eso están los sicarios de la Agencia tributaria que cobran comisión por realizar inspecciones creativas de profesionales y pequeñas y medianas empresas que son las que crean más del ochenta por ciento del empleo en España. Pueden hacerlo y lo harán. Incluso permitirán que ciertos empresarios que ganan dinero no por competitividad sino por cercanía al poder político todavía disfruten algún tiempo de privilegios y prebendas, pero no cabe engañarse. Nuestro sistema no da más de si salvo endeudarse en el camino hacia la suspensión de pagos. No resulta extraño porque no existe un proyecto para España.