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Sábado, 21 de Septiembre de 2024

¿Qué discurso les queda ahora a los demócratas?

Jueves, 2 de Marzo de 2017

Presencié con enorme atención el discurso pronunciado por el presidente Trump ante el legislativo.

Aparte de la ceremonia previa – una liturgia de casi media hora en la que fueron ocupando asientos congresistas, senadores, diplomáticos, militares, secretarios y la misma primera dama – y de la circunstancia de que Trump no utilizara ni una sola nota en su discurso, lo más notable fue su contenido. No estoy haciendo mención sólo a los recursos emotivos a los héroes de guerra, a las víctimas de delincuentes extranjeros o a los familiares de los agentes del orden. Me refiero de manera muy especial al contenido. Con el mismo se puede estar o no de acuerdo, pero cuesta trabajo no ver que apenas deja espacio a los demócratas para oponerse a él.

En primer lugar, estaban las referencias que mal pueden contradecir los demócratas. Comenzando por las menciones a la semana de Historia negra y los atentados contra centros judíos - ¿quién podría oponerse a esas referencias? – Trump fue desarrollando toda una visión de futuro que se proyecta hacia la creación de millones de empleos, hacia la mejora de unas infraestructuras que ya se comparan mal con las existentes en naciones como China, hacia el regreso de empresas a Estados Unidos, hacia un aumento del gasto militar para mantener la dirección americana de la política mundial, hacia la preservación de la NATO, pero repartiendo más equitativamente los gastos, hacia la lucha contra los cárteles de la droga y hacia la eliminación de la amenaza islámica especialmente encarnada en ISIS. Guste o no la manera en que se articulen esos objetivos no veo manera de que los demócratas se puedan oponer a ellos. De hecho, algunos de los aspectos fueron aplaudidos por personajes tan como sospechosos de simpatizar con los republicanos como Elizabeth Warren o Bernie Sanders. Tiene una enorme lógica que así sea. ¿Acaso los demócratas pueden pretender que Estados Unidos pierda su hegemonía o no derrote al terrorismo islámico o no modernice sus infraestructuras?

En segundo lugar, se hallan aquellos objetivos que pueden desagradar a los demócratas, pero que tienen no escaso apoyo popular. ¿Son favorables millones de norteamericanos a una frontera más segura con México? Sin duda. ¿Prefiere la mayoría de los ciudadanos de este país una inmigración selectiva a las oleadas de inmigrantes ilegales de escasa cualificación laboral? Por supuesto. ¿Piensa un sector considerable de la población de Estados Unidos que los tratados con otras naciones son mejores que un acuerdo global de libre comercio? Con razón o sin ella, así es. ¿Está convencido el ciudadano de a pie de que paga demasiados impuestos en relación con lo que recibe? Cuesta mucho negarlo. ¿Preferirían los contribuyentes un sistema de sanidad mejor que el Obamacare? Naturalmente. Los demócratas no pueden aceptar todos esos impulsos de gobierno, pero la oposición a ellos tendrá un coste considerable.

Finalmente, están las omisiones del discurso de Trump que los demócratas pueden intentar suplir. Reflexionemos en ellas. Los demócratas pueden insistir en financiar la industria del aborto cuyo símbolo más importante es Planned Parenthood. Sin embargo, esa industria ha tenido un enorme costo no sólo para el contribuyente sino para la demografía y el futuro de Estados Unidos. Pensemos, por ejemplo, con todos los matices y salvedades que se quiera, en que sólo el número de negros abortados desde los años ochenta ha sido de dieciocho millones, nada menos que el triple de la cifra pavorosa de judíos muertos durante el Holocausto. Seguramente, muchos demócratas se jactarán de buena fe de la ayuda que, supuestamente, han conseguido para la minoría negra norteamericana. Naturalmente, habrá que subrayar que habrá sido para los supervivientes de una política abortista que coloca sus clínicas con preferencia en barrios negros. Los demócratas pueden insistir también en levantar la bandera de los lobbies gays, pero no cabe engañarse, los homosexuales no superan el 1 por ciento de los varones y el 0.5 de las mujeres en Estados Unidos. No parece que el número de votos pueda ser masivo y, desde luego, es más que dudoso que supere al de los partidarios de la familia natural. También los demócratas pueden excitar el ardor de los ambientalistas, pero ¿sus partidarios son más que aquellos que encontrarán o mejorarán sus empleos en las distintas industrias energéticas? Es dudoso. En otras palabras, lo específico de la oposición demócrata son causas de enorme peso propagandístico, pero de un más discutible respaldo ciudadano.

 

La figura de Trump seguirá previsiblemente siendo objeto de controversia. Ésta también es posible que continúe en la línea de acaloramiento del último año, pero la situación del partido demócrata no va a ser fácil. Dividido internamente, con dificultades económicas tras la derrota de Hillary y perspectivas difíciles de cara a las próximas elecciones, su mayor drama es que deja de manifiesto enormes dificultades para articular una oferta política que pueda entusiasmar al electorado más allá de políticas estrechamente minoritarias. En otras palabras, tras escuchar las palabras del presidente Trump ante el legislativo hay que preguntarse: ¿qué discurso les queda ahora a los demócratas?

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